a la espera de su hermano,
un lobo gris, famélico por los años,
lleno de las cicatrices
de enfrentamientos.
Una sombra gigante lo cubrió
cuando la bestia negra apareció
cerca de él, contemplando la caída del sol
mientras la cachorra del recién llegado
jugueteaba con la cola del anciano.
La madre emergió de la cueva
llamando a la pequeña,
filtrándose un rayo de sol
que unió a la bestia con su pareja.
Mientras el sol desaparecía
el viejo lobo aulló una última
vez, esperanzado como siempre
que los dos hermanos perdidos
lo oyeran esta vez.
Luego giró siguiendo
al gigante, buscando
refugio de la tormenta.
A Lara, Palenciano y Gonzalez.
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