sábado

De regreso a Océano

Disfruto cada segundo,
desde el momento en que
avisto la entrada,
hasta ver el mar
ese eterno espejo de
nuestras vidas, besando
la arena de la playa de Océano.
Los sonidos familiares de la infancia,
los afectos, nuestros pasos
sobre la tosca, el rocío de la 
mañana y el sol del verano
que se precipita hacia el otoño.
Todo un conjunto de sabores
y esperanzas que se funden
como la leña con el fuego.
Aquí soy feliz.

Historias breves

I)
Entonces ya no necesitó la armadura,
el yelmo regresó al suelo del que había surgido
y se liberó de las cadenas que lo habían sometido
durante tanto tiempo.
Un grito de batalla, más aterrador que el de un orco,
emergió raudo de su garganta, 
sus hermanos ocuparon la primera fila.
Todo ser viviente habría de pelear en esa última batalla
sintió el poder emanando del martillo que portaba,
lo alzó al cielo y la luz recorrió las filas de ese ejército,
que se aprestaba para la gran contienda.
La oscuridad crecía, pronto sólo se escuchaba la respiración
de quienes esperaban el momento de la oleada definitiva.
Y entonando un himno de batalla, bajo la luz del sol rojo
que se debatía contra las hienas del averno, avanzaron,
cargando la luz del mundo hacia la oscuridad infinita.

II)
Cerca de las montañas eternas, yace la vieja taberna
del Trueno y el Metal, concurrida por un sinnúmero
de viajeros que se acercan a ese lugar buscando
una de las delicias de la casa.
Desde el pesado vino de Creta hasta las pastas
del pantano de Palenciano, sin mencionar las recetas
de la tía MoonSpell, las que son muy populares en toda la región.
Y es así como los gigantes, entre tantos otros, 
bajan a beber al llegar la primavera al valle.
Ellos moraban aquí cuando los dioses descendieron de las
estrellas y le dieron forma al mundo, el cual ha cambiado
bastante desde entonces pero los gigantes siguen sobreviviendo.
Los gruñidos son una forma de comunicación entre ellos,
la esposa se veía enojada ese día y él no tuvo mejor idea
que enzarzarse en una discusión con un orco pasado de copas.
Encima, los orcos son sumamente belicosos si beben demasiado
y a éste no parecía importarle el tamaño de su contrincante.
La pelea amenazaba con destruir el lugar, el orco nunca anda 
solo y la banda no tardó en presentarse. La gigante se deshizo
de ellos, mandándolos por los aires y regañando a su marido.
Los gruñidos pronto se perdieron montaña arriba, mientras
el goblin que dirigía a estos dos enormes seres se llevaba
el oro de los orcos que aún no recuperaban la conciencia.

El viajero saboreó la espumante cerveza, la que hacía
juego con la barba blanca que la capucha dejaba ver.
Desplegó el viejo mapa sobre el mostrador vacío,
más allá de las montañas moraban los bárbaros
y aún más al norte las amazonas.
En ellos encontraría a los compañeros de viaje
para enfrentar la travesía que le aguardaba,
se ciñó la capucha verde, comenzando a silbar
mientras se alejaba con su hacha de dos cabezas 
sobre sus viejos hombros.

III)
El guerrero se calza el yelmo
y golpea sus martillos.
La tormenta le corta el rostro
y le agita la barba canosa.
La marea verde viene
y el solo les planta batalla.
No hace falta el blasón
en éste día.
El del orco es quebrado
y queda el recuerdo de la contienda.
Las trenzas de la barba 
marcan las victorias.

Polo

Un partido de polo sub doce, con enormes
chupetines por palos y tomando prestado
los pequeños unicornios de la calesita
de plaza Morena, ahí cerca de Alfonsina.
También usemos los caballitos que han sido
retirados de su lugar, el blanco y negro, el
rojo furioso y el celeste cielo, así no se sienten
menos que los otros.
Incluso llevemos los pinceles, las pinturas
y dejemos volar nuestra imaginación,
así pintaremos el campo de juego
del color de un atardecer ventoso
llamando a todos los que quieran
a unirse a éste último gran invento.
Pueden venir los que amamos,
un can gris oscuro, una loba negra,
una bola de pelos marrón, el carro
de pochoclos, tías, sobrinos, hijos,
abuelos y hasta quien vaga sin rumbo
con la mirada perdida, buscando
el hogar que le ha sido arrebatado.
Así el marcador tendrá un resultado infinito.

Strada (Calle)

Raza de la calle, fiel como pocas,
adaptándose a cualquier cosa
con tal de encontrar un lugar en 
donde guarecerse de las inclemencias.
Resistiendo los embates del invierno,
sufriendo el calor sofocante del verano,
nada de un baño perfumado
más allá de la tierra en donde revolcarse
para desalojar al ejercito de pulgas.
Abandonados a su suerte,
pereciendo lejos de todo cariño
y diciendo adiós en un último lamido
dándole la bienvenida a esa pradera
verde, luminosa, en donde otros ladridos
llaman en la eternidad.

Ocho

El mundo se volvió su vecindad,
dejando a un lado el barril
y entrando en los corazones
de miles de hogares.
Con una pirueta, un golpe de chipote
y más de una ocurrencia te adueñaste
de la infancia de algunos millones.
El ocho guarda una metáfora,
la del sin techo que añora
algo que termine
con su hambre y su soledad.
Te has ido, 
pero sigues aquí.

Del Parque

El club se alza en medio del barrio Parque Almafuerte, en la zona alta de esa ciudad atlántica. Como todas las grandes cosas, comenzó a partir de una idea surgida en medio de un día caluroso de noviembre.
El verano aún estaba lejos pero ya se sentía su presencia, la larga temporada de lluvias llegaba a su fin lentamente. El parque rebosaba de vida, niños corriendo por todas partes como mariposas persiguiendo flores.

El viejo Juan se sentó en su piedra favorita, era una de las pocas cosas que quedaban de un siglo atrás y desde ella contemplaba el paisaje.
Vio a dos pequeños jugando con una pelota, cada uno llevaba los colores de su equipo favorito. La esencia misma del fútbol se encontraba allí, en cada toque y cada remate. Los dos niños se turnaban para ir a buscar el balón cuando éste atravesaba la meta. 

En un momento la madre de uno de ellos los llamó y desplegaron una manta sobre la que comenzaron a merendar, el mate pasaba de mano en mano entre los adultos.
Todo se desarrollaba en armonía, hasta que llegó el señor Ludo. Asiduo del parque, solía frecuentarlo junto con su pequeño hijo y su enorme can.

Mientras  la mascota se dedicaba a hurgar cada rincón de la plaza, su amo jugaba a la pelota con cuanta persona le aceptara el desafío.
El viejo Juan ya había presenciado otras veces ese comportamiento, así que no le llamó la atención que ese individuo no tuviera ninguna contemplación a la hora de ir a marcar a su oponente.

El niño de la remera azul voló por los aires y se quedó sosteniéndose la pierna dolorida, su par de la casaca roja formaba parte del equipo del señor Ludo. Al parecer sólo los de ese color podían jugar en su escuadra.
Al final el organizador obtuvo la victoria por diez goles contra cinco. Ni lerdo ni perezoso decidió invitar al otro equipo a disputar la revancha. Rápidamente se pusieron en ventaja contra un equipo de hombres, mujeres y niños. 

En medio del juego dos pequeños más quisieron sumarse, al verlos el señor Ludo los interrogó sobre su equipo favorito. El resultado fue que siguieron jugando solo tres personas del lado rojo y el resto del bando azul.
El señor Ludo daba instrucciones a su vástago, le ordenaba estar concentrado, pasar la pelota rápido, volver inmediatamente cuando estaban siendo atacados. Parecía la final del mundo.

En eso vio al Muro Fernández robarle la pelota al señor Ludo. La jugada terminó en gol y el organizador tuvo que ir a recuperar el balón. De ahí en más se sucedieron los goles de parte del equipo rojo, al final el señor Ludo fue derrotado seis a tres.
Los miembros del equipo azul decidieron formar el Club Atlético del Parque, un veintidós de noviembre de hace un tiempo nada más. Sus colores son una mezcla de azul y blanco, salvo cuando juegan de visitante que utilizan una casaca a rayas amarillas y rojas.

En él se propicia que la victoria a cualquier costo no sirve, lo importante es participar y ganar una cuestión secundaria. Además el oponente es circunstancial, se trata sólo de colores y forma parte de las reglas del juego.
El club tiene su sede en la intersección de las calles Almafuerte y Paz, ahí en la ciudad de Mar del Plata. El número de miembros es infinito, hace falta una pelota, un mate, un día soleado y alguna otra excusa.

Nota: el señor Ludo sigue buscando alguien al quien desafiar, se lo ha visto acampando en todas las plazas de la ciudad junto a su enorme mascota.

Ganímedes

Sentía que flotaba, un cometa pasó
cerca y puedo acariciar la estela que dejaba.
Incluso llegó a ver algunos restos de un viejo
planeta, lejano a su mundo de origen.
Aún recordaba la vastedad de los océanos
y la nieve cayendo lentamente
en el hemisferio norte,
pero ahora sólo había silencio.
Su conciencia estaba intacta
pero el cuerpo no era sino
un recipiente que se vaciaba
al igual que un cántaro lejos de la fuente.
Recordó a sus padres,
los rostros sonrientes inmortalizados
en la foto que guardaba en su cuarto.
La sonrisa de su ahijada,
los besos de su amor
y las lamidas de un can negro
que encontró en la calle.
Su lugar era el de una luz
en el firmamento, 
allí los encontraría nuevamente
y esta vez para siempre.

Dejando el rastro

Aún puede verse el rastro de su andar,
por el sur de La Pampa.
Nunca le hizo asco a nada,
changa o trabajo el salía
al galope ante de que despuntara
el alba y empezaba su labor.
Cuando tenía techo se dormía en paz,
pero ansiaba el manto de las estrellas
y el sonar de la bigüela mientras el
fuego crepitaba.
Cuando le faltaba comida,
usaba su viejo facón para
juntar los cardos 
y con pan molido,
duro de tantos días,
los freía y seguía esperando
que el viento soplara desde
otra dirección.
Aún hoy puede verse su rastro
por los pagos de Tres Arroyos,
ahí cerca de los linderos
de La Verbena.

Maldito lunes

El lunes tiene un plan, concebido a través de los siglos
desde que le dieron ese lugar privilegiado 
al comienzo de la semana.
El martes es su cómplice en eso de fustigarnos con las rutinas,
el cansancio con el que ansiamos que sea viernes por la tarde
para poder asirnos a ese descanso como náufragos.
Y mientras pasamos el sábado apacible a la espera
del domingo en el que haremos un asado,
el lunes se ríe de nosotros sabiendo que nuevamente
estará ahí a la siguiente semana.
Condenándonos con su marcada monotonía,
haciendo que deseemos alejarnos cuanto antes
de esa jornada que volverá en la próxima vuelta.

El faro

El faro emite una luz a veces tenue,
pero está ahí alumbrando las noches eternas
y señalando el camino de vuelta a casa.

Es la luz que hemos dejado para ti,
el mejor de todos nosotros
por si alguna vez decides regresar.
Hecho de un material imperecedero,
plagado de los recuerdos que han de persistir.

Es una enorme torre llena de sueños y de esperanzas,
guardando los pasos de quienes lo erigieron
con la esperanza de que tu partida sea 
momentánea, incluso si el hombre reemplaza al niño
al regresar por esa delgada línea paralela a la costa.

Mar del plata

Me has embrujado cuando era más joven
y ahora que han pasado varios otoños
no puedo evitar seguir escuchando tu llamado.
La niebla se corre por un instante
así es como atraes a los incautos
y los embriagas hasta que no pueden
sino vivir del néctar que aflora en cada
rincón, en cada calle paralela al océano.
Puede que todo vaya mutando
que los lugares que conocíamos cambien
pero tú sigues siendo la misma,
perpetuando el abrazo final con Alfonsina
en una de tus tantas curvas
y dejando desdibujada esa vieja torre
en donde los cuatro nos hemos conocido,
encontrando a aquellos a los que llamar amigos, 
los de esa época que son los de toda la vida.
Incluso el tiempo puede que cambie
varias cosas, pero vos seguís ahí 
aguardando nuestro regreso.

Madre soltera

Ella se desliza a través de la pista, entre tragos y risas. 
Es una noche en la que todo vale, 
nada más es cuestión de descuidarse un rato
y dejarse llevar por la música que resuena tan dulce.
La mañana trae sus consecuencias,
entre náuseas y resacas
enciende un cigarrillo.
Nueve meses, nueve,
alguien ha de pagar por los excesos
del verano y cargar con la condena social.
Motivos para hablar mal sobran
lo que falta siempre es alguien que se haga
cargo del peso que ella ha de soportar,
aliviándolo como a Atlas para buscar
una de esas manzanas.
Pero no existe tal cosa,
si la manzana mordida y 
la madre haciéndole frente a todo
incluso a éste mundo impiadoso
que señala desalmado
dejando sus cicatrices
más allá de las estrías del embarazo.

Página 30

Laura espera a que la última de sus amigas entre en la habitación y luego cierra la puerta con llave. Son las siete de la tarde de un viernes como cualquier otro, abre el libro en la página número treinta iniciando el juego.
Pronto todo a su alrededor parece irreal, las auras contrastan con las sombras que apenas se ven disipadas por las llamas de las velas dispuestas en círculo.

Cada una de sus hermanas de la infancia toma su lugar en uno de los cinco puntos del pentagrama, el manuscrito yace en el medio junto con una copa de vino.
Nunca han llegado tan lejos en su juego, mazmorras y castillos han quedado atrás. Ahora están a mitad del camino, en una tierra que sólo puede visitarse en los sueños.

Sin embargo, a medida que sus personajes se deslizan por el tablero cada una de ellas va experimentando sus temores más profundos. Algo parece querer sacarlas de esa prisión de carne, Laura nota que su respiración se agita.
Puede ver la lucha que sostienen sus hermanas con cada uno de esos demonios que se han soltado en medio de éste juego, puede verlo y sabe que la salvación está en la última carta que toma.

De pronto su mente se siente liberada, debajo queda el cuerpo inerte. Sus enemigos se han percatado de esto, van a su encuentro y ella se vale de su alma para destruirlos uno a uno.
Cuando las luces regresan, sus amigas yacen desvanecidas. Una a una se irán marchando y ya no volverán a cruzarse, no recordando nada de lo acontecido.

Únicamente Laura sabrá de los peligros que esconde la página treinta de ese libro. 
Son las once de la noche de un viernes cualquiera.

Subterra

Un viaje debajo de la ciudad, en donde las amazonas viven y los hombres caen en la tentación. 

Todo es joven cada mañana, podemos probar esos placeres una vez más hasta saciarnos. Lo que no podremos hacer jamás es tratar de mostrarles a otros el camino que lleva hacia ese lugar.

Seremos expulsados enseguida, si tan solo lo pensamos y volveremos a la superficie convertidos en vagabundos sin techo, viviendo de los restos de los de arriba.

Allí la memoria nos jugará una mala pasada, cuando en sueños tengamos todo aquello que hemos perdido.

Fiori (Flores)

De pequeños nos refugiamos bajo el lecho de nuestros padres,
los que han partido en el invierno pasado y sollozamos
deseando regresar a casa, bajo la nieve que recubre
ese lugar en el que nacimos.
Deseamos, una lagrima por vez, volverla a ver, 
agitando la cola en señal de despedida 
mientras su recuerdo se funde como la nieve
bajo el sol de Vecchiano, allá a lo lejos
en algún lugar de Pisa.
Y así los años se van, las distancias se hacen 
enormes mientras de éste lado un pequeño retoño
color café recibe el nombre de aquel ser que se
quedó con una parte de nuestros corazones.

Sobre la colina

Sobre las colinas que rodean el valle, al pie de las enormes montañas mora un antiguo habitante de esos parajes. A diferencia de sus hermanos no busca tesoros bajo la tierra, sino que cultiva el fruto de la vid mientras cuida a sus rebaños.
Su pequeño tambo produce lo necesario para su subsistencia, incluso para más de un viajero cansado que llega por esos lugares.

El no usa su enorme barba como marca de las batallas, en cada nudo de las trenzas que la adornan lleva la cuenta de la cantidad de vacas, ovejas y cabras que tiene a su cuidado.
Tarea para la que cuenta con la ayuda de un enorme huargo, al que rescató de la furia de los aldeanos que moran allá abajo.
Por eso será que a los humanos del valle no les agrada su presencia, aunque él se ha vuelto parte de las leyendas que el viento atesora.

No posee martillos, escudos o espadas forjadas por Tyr, apenas una pieza de artillería que en la víspera del año nuevo de los enanos (veintiuno de junio) saca para hacer sonar y recordarles a los demás que algunas cosas no son sólo susurros en el viento.
Por la noche entona canciones junto a la fogata, acompañadas del aullido de su inseparable compañero.

Abajo, en el valle, los habitantes miran temerosos el resplandor que se observa sobre las colinas. La única vez que osaron pisar aquel lugar con malas intenciones, recibieron una andanada de parte de ese viejo cañón.
Así se curaron del espanto.

Matrimonio

El pueblo está de fiesta, de las colinas suena la música hasta el río que esta noche parece manso. Incluso algunos forasteros han llegado para los festejos, todo es dicha, copas y recuerdos. 
En unos ojos morenos encuentra el cielo nocturno, perdiéndose en la noche y buscando un lugar en donde pasarla. 

Por la mañana un par de brazos lo sacuden, recibe varias patadas y golpes. La plaza está llena de rostros hostiles, la música se ha ido y el sol le provoca un fuerte dolor en la cabeza.
La ofensa debe ser vengada, los hermanos reclaman la sangre del profanador. 

En eso el tano sale de la nada, de un puntapié derriba a uno y se interpone entre los captores. 
- No eres quien para inmiscuirte en nuestros asuntos.
- Su muerte sólo traerá desgracia sobre todos vosotros. Si hay alguien que quiera tomarla primero se las verá conmigo. Yo respondo por él.

Las únicas que aparecen impasibles son las mujeres, las más viejas han parido, criado y visto partir a demasiados hijos. Ahora, las cosas parecen irse de nuevo de control.
El tano sabe que le ha dado a su amigo una segunda oportunidad, ve el rostro asustado de éste y juega su carta.
- Como dije, su muerte sólo traerá pena para ustedes. Pero sin embargo se me ocurre algo para resolver el problema. 

El silencio que sigue a sus palabras suena como una sentencia de muerte.
- Cásenlos y tendrán un par de brazos jóvenes.

Su amigo parece haber salido del sopor de la noche anterior, mira para todos lados buscando una salida.
Pero sólo ve rostros perplejos, esto hasta que uno de los hermanos de la mujer pronuncia el veredicto:
- Traigan al sacerdote.

La ceremonia es sencilla, de pronto su amigo se ha ido llevándose el vehículo rentado colina arriba y la estela de polvo es agitada por el viento.
Entonces el gallego se encuentra con la mujer de la noche anterior, su esposa. Todo parece haberse calmado, al igual que el río allá abajo.

El bar del infierno

Al final de la calle Marano yace el bar del infierno,
las sombras de alrededor ocultan malas cosas
y las borracheras de más de uno las han traído fuera.

El cantinero ve la vida desde atrás de la barra,
unos golpes y el vaso vacío se vuelve a llenar,
no necesito otra magia esta noche.

La mujer de rojo fuma apaciblemente,
su vestido se desdibuja entre el humo y las sombras
esos labios carmesí contienen otras cosas además de veneno.

La mesa de billar muestra los rastros de la pelea de la noche 
anterior, manchas de tiempo y de sangre marcan el paño
verde que es lo único semejante a la esperanza.

Esperanza,
qué ironía buscarla en éste pedazo del sol azteca
que ahora se escurre entre mis entrañas y sacude todo 
alrededor, a la espera del amanecer que parece lejano.

Druida

Se detuvo sintiendo la brisa del viento, el mar y éste eran las únicas cosas más antiguas que la raza de los druidas. Sus hermanos habían considerado todo aquello una locura, jamás osarían hacer lo que él estaba a punto de concretar.
Dejó a un lado su cayado, derramando su sangre sobre el suelo y enterrando las manos, cientos de visiones pasaron ante él. Vio el nacimiento de ríos, los que aún corrían hacia el viejo océano y sintió el latido de la tierra de la que provenía.

Escuchó los susurros del bosque, cientos de espíritus se presentaron ante el viejo druida.
Entonces de a poco comenzó a dormirse, un hormigueo lo invadió cuando se enraizó con su madre. Un estremecimiento, los pequeños brotes comenzaron a salir a la luz y el joven sol los recibió, la brisa acarició la nueva vida que llegaba.

El enorme fresno apareció en la cima de aquel lugar, rodeado de siete círculos de álamos, permaneciendo allí hasta el día de hoy. El resto de los druidas acude a buscar la sabiduría que encontró quien se sacrificó, dejando esa prisión de carne y convirtiéndose en fuente de vida.

Herradura

La casa aguardaba la vuelta, tocó las viejas teclas de la Remington y esta sonó como antaño. Sus pasos se unieron a los de los otros moradores, el viejo árbol no quiso perderse el espectáculo y se aferró a la vivienda.

Dejó a un lado la vieja época, yendo por el sendero nuevo en el que contrastaban el pasado y el presente, hasta el muro que los dividía. Allí crecía un árbol de granadas, tomó una y regresó a su infancia.

Recordó la vieja casa en el campo, a su madre llevando la ropa hasta el aljibe y el sol trepando lentamente sobre el este, hasta acariciarle el rostro cuando iniciaba sus labores diarias.

Y a la herradura que había encontrado enterrada en el patio, tirarla hacia atrás trae suerte. Así lo hizo, sintiendo un sonido de vidrios rotos y poniéndose a llorar mientras la mano bondadosa de su madre lo consolaba.

Guerra

Las trincheras surcaban la tierra
como venas, cubriéndose poco a poco
de la sangre de los hermanos.
Traídos del continente negro,
muriendo al pie de las armas
incandescentes, unidos en ese final
los de un lado y los del otro.
Las municiones que dejan de llegar
para detener la marea que se lanza
sobre las líneas de defensas,
haciendo a un lado a quien
en esa mañana esperaba junto a ti.
Sentados a lo lejos, viéndolo
desde un lugar seguro ellos
esperan que el humo que cubre
el campo de batalla se disipe,
para poder ver realizados
sus anhelos de poder,
mientras un barco con 
nombre de mujer
parte hacia otro lado,
lejos de la devastación.

Montañas y bosques

Cientos de ojos en las colinas
temen la maldición de los guijarros,
nada los preparó para enfrentarse
a los excavadores de rocas.
Nunca sabrán desde donde llegan
los señores de granito,
apenas un leve aroma a tabaco
vuelve dulce el aire
un instante antes que
la avalancha empiece
coronada de relámpagos,
forzándolos a replegarse
hacia los bosques
en donde los primeros nacidos esperan.
Flechas certeras o el martillo cayendo,
el destino del orco será el mismo.

Guardianes

La noche llegó,
algunos demonios
quebraron las barreras
entre los mundos
y se internaron en el bosque
del norte, buscando la sangre nueva.
La aldea de los hombres de guerra
parecía una fortaleza,
sin embargo llegaron con la niebla
tras la sangre de la pequeña niña.
El enorme salón de escudos
estaba en silencio,
apenas unas débiles llamas
daban alguna señal de vida.
El hogar de la pequeña se encontraba
lejos de aquel lugar,
los tres demonios se detuvieron
en el umbral topándose con
un par de ojos dorados.
Se multiplicaron, en un instante
eran cientos de llamas
petrificando a las criaturas,
el viento soplo volviéndolos
polvo y entonces Bola de Nieve
regresó a dormir cerca de ella.

martes

Versos

Juan toma la bigüela y la hace llorar,
el atardecer se ve inundado de los
recuerdos que vuelven en forma de notas.
Regresan como las bandadas en ese cielo
violeta, que según su Madre anuncia 
al viento de la siguiente mañana.
A Juan la pena lo consume cuando rasca
las cuerdas de esa vihuela, rostros de
personas que ya no están, risas, alegrías
y tristezas, amores que han pasado ante
un testigo mudo que hoy se descarga
en todo su esplendor.
Juan pone el alma en cada nota,
mientras la tarde baja el telón
se inicia el concierto,
el mate amigo espera para la ocasión
y así las horas se vuelven eternidad.
Juan sabe que está dejando una parte
de sí en la composición, algo que lo
sobreviva cuando se convierta
en parte de ese lucero eterno
que yace sobre todos nosotros.

Viejo marino

Cae la tarde invernal, a eso de las cinco
el sol comienza a dejarnos a oscuras
y desde la puerta de casa veo el lento
andar del pescador hacia la mar.
Su sombra proyecta su enorme presencia,
caña en mano rumbo a sortear ese 
obstáculo de la naturaleza.
Así los días pasaban mientras se dirigía
al encuentro con el océano,
rumbo al infinito.

Una baldosa

A mitad de la vereda sólo soy una baldosa más,
incluso el tiempo me ha jugado una mala
pasada al quitarme una parte de mis extremos.
Dicen que se me ha aflojado un tornillo
y algún incauto maldice cuando pisa la superficie
recibiendo el golpe del agua que se acumula
debajo desde la última lluvia.
Ello hasta que las maquinas vienen
teniendo la dicha de no culminar entre los escombros,
alguien se apiada de la experiencia de la piedra
dejándome en un lugar estratégico.
Ahora puedo ver a las personas en el momento crucial
del día, entre el juego de luces rojas, amarillas, verdes
y la cortina sobre ruedas que se despliega
al compás de las mismas, cruzan como hormigas
sobre el infierno de asfalto.
Y yo soy su plataforma de despegue
en tal trascendental momento.

En viaje

I)
El sonido del viento 
golpeando contra la nave
me ha adormecido.
La noche lentamente
comienza a cubrir la verde llanura.
Vuelvo a la ciudad de plata,
esa que espera tras la niebla
como un gigante dormido.
Regreso a casa, 
portando mi armadura
ya que mañana habremos de batallar.
Pero vuelvo
y sólo eso importa.

II)
Al fogón nos hemos arrimado,
a oír la guitarra sonar
mientras la carne se asa
y las copas se llenan.
Bajo un cielo frío
cubierto de luceros,
las llamas nos arropan
y nos vamos acompañando
a la copla que ha de volver 
algún día entre la bigüela
y un abrazo amigo.

III)
Cuando el viento acaricie
los surcos abiertos en los campos
y las gaviotas vuelen
reclamando su festín,
allá donde los arroyos
se juntan, la copla ha de
traer de regreso tu nombre
mientras el bombo repiquetea
al igual que cuando éramos jóvenes.
Y esa huella del arado,
pampa tierra de mi alma
ha de seguir dejando una marca
igual a la que nos obsequiaste
con tu presencia en esta vida.

IV)
En las ocurrencias de Clara,
en los besos de una madre,
en cada amanecer y en el
vuelo de los pájaros 
sobre el cielo violeta,
hay un suspiro tuyo.
En los consejos de Ana,
en la calidez de mi vieja
y en los ojos extraviados
de quienes abandonamos
en la calle, hay una parte de ti.
En los versos de Horacio,
en la guitarra de Angus
y en el oleaje del mar
se halla tu presencia.
En el correr de los días,
en las estrellas en el firmamento
y en el recuerdo de los seres
queridos ahí estás tú.
En la palabra dada,
en un te quiero
y en las lágrimas que derramamos,
en el alma que nos diste,
en el vino, la tierra 
y en cada omisión que cometemos,
te encontraré inevitablemente.

Otras historias

EL LIBRO ROJO.

Parte I)

Accedí a un ejemplar del tomo rojo, el que simplemente se materializó anoche en mi habitación. Estaba buscando mi teléfono cuando noté que encima de mi lecho había algo que yo no dejé allí. Las crónicas me dieron la pauta de que no estábamos solos, no necesitaba ver el cielo de esa noche helada para saberlo.

El cronista se deslizaba a través del tiempo, mostrando como todo no era más que un plan organizado para poder tener el control. Aunque en ese momento no comprendía la gravedad del asunto, me llenaba de conocimiento pero sólo si sabía interpretarlo y la ignorancia muchas veces era un manto protector cuando los enemigos acechaban.

Los intereses de los involucrados en cada acto de saqueo, asesinato, guerra, sabotaje, montaje de pruebas, etc., obedecían a llenar las arcas de un solo culpable.
Alguien que desde las sombras los manipulaba para que a cambio de una pequeña dádiva pusieran a millones a merced de él, su nombre permanecía en el anonimato pero me resultaba más que lógica esta deducción.

Así el amanecer me encontró fumando de nuevo, hacía años que no encendía mi pipa pero siempre tenía una provisión de tabaco. Entonces escuché una frenada, la reja rechinó un instante y supe que venían por mí.
El libro se desmaterializó, abriéndose en su lugar un portal que simplemente me engulló mientras a mis espaldas escuchaba maldiciones en una lengua que no era la de mi lugar de origen.

Entonces caí de bruces, a lo largo de la noche de los tiempos e inicié éste viaje para evitar que aquel manipulador siga saliendo victorioso.

Parte II)

La chalupa deja atrás el océano, internándose en los pantanos. Aún siento el olor de la sal en mis fosas nasales, el mar siempre ha olido a libertad.
La explosión sacude la calma que reina en la noche, los pájaros en los arboles cercanos huyen asustados. 
Descargamos lo que obtuvimos en la bodega de aquel navío, algo hace que me aleje del círculo de luces un instante antes.
Una ráfaga termina con la vida de mis compañeros de viaje, luego alguien ordena hacerse con nuestro botín. Puedo entender su lengua, aunque nunca me la hayan enseñado.
Y entonces, el libro rojo se abre comenzando a desdibujarse la escena. Otra más en éste plan premeditado, entrando nuevamente en el portal con la esperanza de volver a casa.

Parte III)

Siento la caricia del sol mientras floto por el espacio, ni siquiera sé cómo he llegado aquí. Abajo, en la superficie gris se encuentra la vieja base estelar. Un montón de hierros asentados en el fondo de un enorme cañón.
Lentamente me acercó, los propulsores me llevan hacia mi destino. Sin embargo algo no anda bien, veo la base desintegrarse antes mis ojos.

El planeta azul yace lejano, un cometa cruza el espacio rumbo a nuestro hogar dejando una estela de destrucción a su paso.
Entonces se incrusta en la Tierra, generando una enorme explosión que se ve a lo lejos.

Todo es silencio mientras el planeta se consume y nuevamente soy arrastrado por el portal. 


BABEL.

Preludio).

La espada no busca la venganza,
sólo es una ilusión, hasta que pruebas
el acero forjado en ese lugar oscuro
del alma que no puede morir.

Caen de a cientos, a todos los cegó
el mismo brillo maldito llamado ambición,
la corriente roja se los lleva hacia un lugar
de llamas y desolación.

Hoy los perros del hombre han sido acabados
por el lobo que ha vuelto a reclamar su paga,
en esta noche oscura en la que la luna se ha
negado a salir para no verse color carmesí.

Y es así en todas partes, encolumnados detrás 
de su ambición de poder creyeron que jamás
les tocaría rendir cuentas, hasta ese día maldito 
en el calendario.

Un toque imperceptible, otro bastardo más
debe pagar y su sangre forma el río
por el que atraviesan quienes son sometidos
a juicio en esa noche.

Las almas de los que fueron víctimas aguardan
clamando justicia desde lo profundo de la tierra,
mientras arriba la espada se mueve enviando
más y más seres a enfrentarse con cientos
de miradas inquisidoras.

I)

Y en el último lugar del mundo llamado civilización yace Babel, en donde la oscuridad reina y apenas una tenue luz de lo que antes era el bien subsiste débilmente aunque hayan querido apagarla durante siglos. 

Las calles se ven sucias, llenas de corrupción pero la niebla, la oscuridad, el materialismo de los que gobiernan  cubren todo esto de los ojos de los demás. Los perros van de acá para allá, famélicos y agresivos, un anciano que ha visto tiempos mejores observa con sus cansados ojos fotos veladas, recuerdos de épocas mejores y apenas ve al viajero que atraviesa la lluvia hacia el corazón negro de esta ciudad de perdición.
Los que se han vuelto poderosos, a costa del sufrimiento de los otros, permanecen inconscientes de que aún en ese manto que le han puesto a la ciudad que duerme alguien más fuerte los observa.

II)

Y la única luz venía de la pequeña capilla, el último resquicio de esperanza, el camino de adoquines conducía hacia ella a través de las lápidas y las estatuas de los ángeles que custodiaban a los que habían partido.
La puerta emitió un chirrido cuando el penetró en aquel salón, las velas encendidas se agitaban levemente, tomó asiento en uno de los bancos del fondo apoyando la espada contra el respaldo.

Cuando despertó ya era medianoche, el sacerdote lo observaba y sin mediar palabras los dos contemplaron la luz que desde el cielo se reflejaba sobre el altar.
Sin decir nada el viajero se dirigió hacia la parte de atrás del pequeño templo, volviendo a perderse en la oscuridad rumbo hacia la torre que como un pilar deformado se extendía a lo lejos.


III)

Hogueras, los desposeídos las han encendido para huir de la inclemencia del tiempo y del desarraigo de aquellos a los que les ha sido quitado todo excepto la vida.
Una sombra se mueve rápido, reflejándose en las paredes, un rastro de destrucción siembra a su paso. Cualquier objeto sirve para lograr el fin, botellas rotas, hierros extraídos de las derruidas construcciones, huesos de la última cena de alguien que huyó de prisa, pedazos de vidrios, picos, mazas y palas.
No hay piedad esta noche, muchas veces esperó a que volvieran al camino que marco desde el comienzo de los tiempos y ahora simplemente los pecadores deben pagar.

IV)

Dentro de la torre la indolora sonó ominosa, cientos de casquillos se esparcieron por el suelo sucio, emitiendo un haz de luz y destrucción, marcando las balas las paredes, destruyendo los recuerdos, la risa del asesino se mezclaba con la cacofonía de los disparos.
Su respiración se oía agitada cuando dejó de apretar el gatillo, el olor a pólvora inundaba aquel lugar, las gotas de agua repiqueteaban contra el piso y el puñal voló de la nada dándole en la garganta, matándolo antes de tocar el suelo.
Se inclinó sobre la ametralladora, emitiendo un último estertor mientras el viajero se dirigía hacia arriba dejando un camino de cuerpos a su paso, la espada parecía ser una prolongación de él.

V)

Pecador el hombre, pecadora la mujer, el utilitarista, ella materialista, no hacía falta la confesión, nada escapa a sus ojos.
Las personas les servían a sus fines de encumbrarse, los bienes la mantenían cómoda y sus lacayos le endulzaban los oídos con adulaciones sobre su belleza.
El cayó primero, un leve movimiento del brazo del viajero y se terminó su existencia. Ella huyó aterrada atravesando las cortinas de la habitación, destruyendo los vitrales en su viaje hacia el pavimento.
El viajero contempló la oscuridad, viendo por primera vez como la luz comenzaba a crecer.

VI) 

Las calles están silenciosas, lentamente las personas vuelven a recuperar el control de sus vidas, ya no hay sometimiento ni humillaciones, un bebé llora cortando la calma de la mañana.
La niebla ha comenzado a disiparse, la lluvia viene para reemplazarla lavando los pecados del mundo y la campana de la iglesia llama a sus hijos una vez más como un faro guiando a las naves a salvo de los colmillos del abismo.
Shiu se aleja caminando en la lluvia, esta pronto ha de cesar y el sol comenzará lentamente a iluminar aquel lugar con su fuego eterno. El alma yace resguardada tras la espada o en ella misma.

VII)

Siempre hay alguien esperando el momento en el que hacerse con el poder y la caída de los Señores de la Torre  marcó el comienzo de ello. Los grupos de malvivientes abundaban, soldados sin amos, mercenarios y asesinos siguiendo a alguien más violento que ellos mismos.

La aldea yacía desierta, se observaba que no hacía mucho tiempo sus moradores cultivaban para sobrevivir. Ahora sólo quedaban casas chamuscadas, rastros de sangre e indicios de una matanza.

Encontró a Marko sentando en la entrada de lo que quedaba de su herrería, portando un enorme pedazo de metal que le recordó a los troncos que su abuelo solía cortar en lo alto de la montaña.

El herrero se había ocupado de una parte importante de las fuerzas que ese día asesinaron a los suyos, empleando las armas que el mismo forjó. El metal y la carne se habían fusionado, concentrando la energía del sol para devastar a la horda de asesinos, una tumba común de víctimas y victimarios.

Así en el atardecer emprendieron la marcha rumbo al enorme desierto, en busca de la última estación por la que el gusano que lo recorría habría de pasar hasta llegar a la ciudad en las orillas del viejo mar.

El herrero se calzó su viejo yelmo, portando tan solo “aquel brazo armado” y uniéndose a la espada que el viajero llevaba. 

VIII)

El tren viene, como un gusano de metal moviéndose por las tierras devastadas de éste planeta. En su interior se esconden placeres que traerán la perdición, la razón por la cual la torre fue construida y cayó.

La razón por la que la espada busca venganza, algo se ha perdido en esta lucha sin cuartel y él lo sabe más que nadie. 
Esperando en esta estación vacía, solo había demonios y esbirros a los que vencer, poca paga para la sed del acero.

Además el herrero también quería cobrar alguna ofensa, ambos esperan. Unas gotas de la lluvia acida se filtran por las grietas de la vieja estación, pronto el tren llegará y entonces se desatará la batalla final.

Pronto el acero beberá hasta saciarse.


EL ALTAR DE PIEDRA.

Depositó la urna sobre el altar de piedra, ningún ornamento decoraba el mismo, señal de la simpleza que recubría a aquel pueblo. Todos los deseos materialistas quedaban encerrados allí, de esta forma aquella civilización subsistía a través de los siglos.

El comercio con las naciones vecinas se desarrollaba por medio de las naves dragón que cruzaban el ancestral océano, hacia cada una de aquellas islas solitarias. Al norte de la ciudad se encontraba el desierto, que guardaba la memoria de un pueblo desaparecido varios milenios atrás.

Ellos habían sido los primeros en forjar objetos preciosos y armas de destrucción, su riqueza era tal que la ciudad brillaba bajo la luz del sol. Por la noche se veía un resplandor emergiendo de entre las paredes de aquel lugar.

Un día la codicia lo destruyó todo, fueron víctimas de sus anhelos inmensos, de la ambición desmedida y la arena los sepultó en un abrir y cerrar de ojos.

Así, los nuevos habitantes de aquel mundo emigraron a la costa en donde levantaron un nuevo hogar. Encerraron en una urna de piedra todos los deseos impuros, iniciando una época de prosperidad en base al trabajo en conjunto.

Sin embargo, el viento cálido del desierto aún guarda la historia de los primeros moradores.


VIVIENDO ENTRE ORCOS.

Sintió que flotaba, como si su cuerpo se hubiera desvanecido y sólo quedara la conciencia.
No supo cuánto tiempo estuvo así, hasta que sintió un dolor intenso en las costillas y lamentablemente fue traído de regreso a la realidad.
Una larga caravana de esclavos lo esperaba, los tratantes tenían cara de pocos amigos y unas manos enormes se cerraron en torno a él levantándolo por los aires.
Para cuando reaccionó se encontraba marchando como uno más, sumando su andar cansado al de los demás pero la mirada en alto mientras todos a su alrededor parecían estar vencidos.
Uno de los guardias montaba una de ésas feroces bestias de carga, parecidas a otro ser con el que a veces soñaba mientras lo perseguía por la sabana de algún remoto lugar que quedaba escondido en la mente.
Sintió un latigazo en la espalda y se volvió para ver como uno de sus captores lo miraba con desprecio; y eso fue lo último que alcanzó a distinguir.
Una enorme sombra cubrió el cielo, gritos, sorpresa, destrucción y fuego; todo comenzó y terminó demasiado rápido para poder saber cuánto tiempo pasó.
Y entonces se encontró solo frente a la enorme oleada verde que bajaba de las colinas, mientras el dragón lanzaba un alarido triunfal que cubrió como una sinfonía de destrucción el aire de la mañana.

Los orcos no eran nada amistosos con los humanos y muchos menos con los esclavos, a los que consideraban menos que escoria; lo dejaron en una de las chozas que formaban el improvisado campamento, todo era así al parecer en esta sociedad de guerreros que vivían en constante movimiento y eran difíciles de rastrear.
De dónde había sacado toda esa información no tenía ni la más remota idea, pero así era como estaban dadas las cosas y él lo aceptaba; era el único que no había sido tocado por el fuego del dragón, los demás sucumbieron frente a la huida de las bestias de los esclavizadores o muertos por las armas de estos en cuanto intentaron hacerlo.
De los tratantes no quedó ni el rastro, los orcos los dejaron sin vida en un abrir y cerrar de ojos; al parecer era el único humano vivo por aquellos lugares. Fue confinado a ese lugar maloliente hasta que un día se acordaron de él y lo arrastraron frente al piel verde más grande que hubiera visto hasta entonces.
Tras una larga charla con el Jefe de los orcos, éste decidió usarlo para reparar los techos y alimentar a los enormes lobos negros que los guerreros usaban para moverse; uno de ellos era un cachorro que le causaba problemas constantemente, al hurtarle parte de la comida de los demás y provocar peleas entre estos y la madre del indisciplinado cachorro.
Un día tuvo que abrirle la boca a una de ésas enormes bestias para soltar al indefenso lobezno y se ganó unas cuantas heridas al pelear contra el atacante, mientras los demás orcos miraban sin intervenir; al final el Jefe dejó que cuidara al cachorro, al que llamó Brisa Nocturna dado que lograba meterse en su choza sin que los guardias lo vieran llegar.

Una noche el joven lobo lo llevo fuera de su prisión, rumbo hacia el lugar en donde residía el Jefe de los orcos. 
Eludieron a los guardias sin problemas, dado que él había aprendido a moverse con su hermano como si fueran uno solo.
Cerca estaba el depósito en donde los orcos guardaban las provisiones, así que los dos se dirigieron hacia ahí a darse una panzada; y entonces el humano vislumbró un destello a su derecha.
Alguien más se movía entre las sombras rumbo hacia el lugar en donde moraba el Señor de los orcos; y pese a que habían tratado de disimular sus aceros alguien se había equivocado y la luna delataba el brillo.
Tomó uno de los cubos con los que le daba de beber a los lobos y derribó al primero de los atacantes; los otros dos salieron despedidos por la puerta y detrás de ellos surgió el enorme orco armado con dos pesadas hachas.
Al verlo allí junto con Brisa Nocturna y a sus guardias totalmente dormidos decidió tenerlo a su lado; eso sí, el cachorro de lobo se quedaba afuera.

La noche corre de prisa, y mientras hemos hecho un alto finalmente en nuestra guerra contra los esclavizadores del este, he decidido dejar asentadas mis memorias como una muestra de que estuve aquí.
No recuerdo de dónde es que vine, por eso sólo tengo el camino que se abre adelante y la magia que me ha sido conferida sirve para ayudar al que ahora es mi pueblo.
Los orcos, fuera de los relatos tradicionales, son seres llenos de honor y con una enorme disciplina; los he visto cargar a los heridos mientras siguen peleando, reparar los pueblos que la raza de los tratantes arrasa a su paso y tener una enorme conexión con los dragones de éste mundo, aunque sólo he visto uno y en una única ocasión.
Tras varios años de estar aquí, he descubierto la magia o ella simplemente se despertó, cuando en medio de la batalla mi noble amigo y compañero, había caído herido y estábamos rodeados por enemigos.
Sentí una enorme furia crecer dentro de mí y mientras mis nudillos perdían todo rastro de sangre, volviéndose blancos como la nieve de mi mundo una descarga brotó de mi ser para derribarlos y enviarlos hacia la oscuridad.
Después de ello me tomó varios días poder saber qué era lo que había pasado, pero desde entonces el lazo con los orcos se ha vuelto indestructible.
Sé que hacia el norte se encuentran los humanos, aunque el relato sólo habla de arrogancia y desinterés por todo aquello que no ocurre en la gran ciudad amurallada, aunque noto un gran poder allí; y es mi curiosidad la que me llevara a acercarme para saber de qué o de quién emana el mismo.

El amanecer llegó y entonces el hechicero dejó a un lado la pluma para poder descansar un poco, al lado de su fiel compañero y a la espera de lo que vendría; no tenía apuro, podría seguir maravillándose con éste mundo mientras aquel del que venía desaparecía entre los recuerdos borrados por la lluvia del tiempo.