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sábado

Santos

La ruta estaba despejada, no así el cielo que se cayó encima del mundo durante gran parte del trayecto y así fue una soledad hídrica de color gris en un telón que no parecía tener fin alguno a excepción de esperar que el mal momento se pase. El conductor, Óscar para los amigos, apretaba el volante del rastrojero que no pasaba de los ochenta kilómetros por hora dada la condición de la pista sobre la que se desplazaba. A su lado la esposa charlaba con su madre, algo que habían hecho desde que empezó a moverse el vehículo y no tenían intención de cesar en su hábito. Cruzaron un camión que igual que ellos se encontraba hasta ese instante solo, recibiendo una lluvia que empañó el parabrisas y evitó contemplarán la mancha de agua que se hallaba más adelante. El automóvil hizo entonces un giro quedando cruzado de la mano contraria, la suerte estaba de su lado dado que la mole ya se había perdido en la bruma que los precedía y allí notó el piloto que la cháchara cesó por arte de magia contemplando el rostro de su suegra. Los santos que pedían de su cuello habían sido sofocados durante el mal trago, aunque llegaron todos ilesos a Pehuajó.