Alguien nace, alguien se va y siempre alguien más decide por esa persona. Cuando venimos al mundo no estamos en condiciones de elegir nada, somos una marioneta en manos de otros y con suerte que sean padres bondadosos.
Sin embargo el siempre presente y sin forma física, sujeto conocido como el Estado, ya ha decidido por nosotros varias cosas. Desde que nos etiqueten, nos den un nombre y una clave de identificación fiscal hasta que nos digan cuándo somos mayores de edad.
A partir de ese reconocimiento del etéreo sujeto (nos reconoce un derecho alguien que no existe físicamente, vaya paradoja) podemos hacer cuanto queramos y soportar las consecuencias. Como si yo necesitara permiso de un montón de chupasangres para ser, amar, pensar y sentir.
No contento con esto, el de imponernos una marca que nos vuelve ciudadanos, si llegado el caso pasamos a mejor vida (culmina nuestra existencia) el “no físico” Estado establece qué ocurre en dicho caso.
Desde disponer de nuestros órganos si no dijimos nada al respecto hastaborrar las directivas anticipadas para el caso de que no queramos que nos conserven como una planta de lechuga cremosa en un freezer.
Es curioso, pese a que no se lo puede ver, ni tocar, su mano invisible dispone de nosotros en el comienzo y en el final, viendo a quién le va a cobrar impuestos.
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