sábado

Allá en el sur


Su cabello se ha puesto como la arena pero cada tanto larga uno de esos tonos marrones que siguen flameando como bandera en ese viento salvaje que nunca cesa, recibiendo el beso frío en los pies descalzos sobre la playa desierta excepto por ella vuelta faro y estandarte en esa batalla silenciosa contra la ignorancia que la llevó a enclaustrarse salvando a cuanto bajito anduviera dando vueltas cerca con esa luz del salón que jamás se apagó. Transfirió el fuego de esto de interpretar gestos y momentos para volverlos letras que se esculpen sobre el papel aunque he sabido que algunas pueden perforar las rocas de esas montañas ancestrales, dientes de gigantes caídos entre rayos y centellas para darle forma al mundo conocido en algún mito. Leyenda que encierra algo de cierto aunque lo magnificado del asunto hace que no sea creíble, excepto en lo que respecta a volcarlo en una historia con la imaginación desplegada como un águila proyectando su sombra sobre la tierra que yace quieta ahí abajo. Se agita la llama, la hoja tiene renglones, líneas, márgenes y ciertos colores, la mueca en el rostro se torna sonrisa, los ojos le dan vida a esa cara que una mano calmada dibuja justo en la hora que cree libre mientras el resto se dedican a tratar de resolver alguna de las consignas, tarde notaré la ausencia de la persona y su habilidad para ese arte que he visto en otras ocasiones en lugares lejanos pero unidos por el mismo hilo de darle a algo un significado que muchas veces las palabras requerirían de un enorme repertorio. Pero al fin puedo sacarlo a la luz, aunque sea en formato de nota breve, esquela, oda, poesía que no rima nunca, anécdota y crónica de tantas jornadas que hemos pasado desde que vino la patada inicial lanzando al esquife al lago que mutó en océano para que esa barca cambiara a trirreme cortando la oscuridad ahí en donde una mano confundida con el destino pretende dejar a cada quien en una ceguera permanente de manera tal que se pueda manipular esa existencia. El espolón cercena los hilos, las marionetas mascullan improperios contra el titiritero hasta que los vocablos se vuelven gritos iracundos sin disimulo alguno, fuego sagrado llamado expresión que tiene sentido una vez que se la suelta iniciando la composición que deviene en texto. Imagen descripta, cuadro que se pinta mezclando colores y surgiendo escenas, lienzo invadido por el sol y la luna, caballo que espantado se escapa de los trenes a los que ha engendrado, palancas y botones accionando la maquinaria que sale en su persecución vueltos los controles de un arcade que resplandece entusiasmado al reconocer a un viejo amigo que ha vuelto. Nada de ello y todo a la vez, un oxímoron, contradicción que acompaña al ser humano en todo ese viaje vaya a saber uno a dónde pero manteniendo la chispa inicial. Las enseñanzas de esa docente que se trasladan hasta el infinito, entendiendo que esas letras unidas tienen un significado únicamente porque alguien se ha tomado la delicada tarea de hacérnoslo comprender allá en el sur de la provincia en un lugar llamado Océano.

jueves

Fichines

Botón rojo para el salto, con el amarillo usa la espada y el azul no hace nada, al menos no hasta conseguir el ítem mágico que permite invocar esa pequeña ayuda consistente en hacer desaparecer a todos los personajes que intentan detenernos en el avance hasta la pantalla final. Recuerdo haber estado ya en esta sala desierta en la que los fantasmas se materializaban danzando sobre mi cabeza, para que me diera cuenta que el escudo era sólo una decoración perdiendo una vida. Tras varios intentos se llegaba al puente que unía un nivel con otro para simplemente encontrarnos con que no habíamos juntado cada una de las piedras de color rojo que permitían cruzar a salvo. Si el mago aparecía en el medio de este podíamos seguir avanzando, obteniendo de recompensa un blasón que servía de vida de refuerzo en nuestra justa contra las fuerzas del mal. En el caso contrario apenas una pantalla negra con la inscripción “GAME OVER” para luego escuchar las risas del jefe del juego y sus secuaces quienes se seguirían burlando en la vuelta a casa. Alguno de los vecinos de la cuadra contaba cómo era el final de ese viaje, las peripecias que uno debía atravesar para llegar a la última fortaleza. Un castillo con pinta de derruido, telarañas y muchas grietas que aseguraban que esas paredes se nos vendrían encima de un momento a otro, lo peor era el escenario en el que peleábamos contra nosotros mismos al reflejarnos en el enorme espejo. Pero finalmente la luz triunfaría, podríamos poner las iniciales de nuestro nombre en la última pantalla, tras esto danzarían los personajes diciéndonos adiós pues en el mundo de afuera tocaría empezar otras etapas. Varios años más tarde, sin tanto cabello y con menos vista encontré la máquina que me trajo de regreso a la infancia en un instante. Lo único que los botones estaban bastantes maltrechos, al caballero la barba le había crecido llegándole a la rodilla y cada salto le costaba horrores, hasta los fantasmas se veían un tanto avejentados. En el otro extremo del nivel el antiguo boss esperaba como siempre, pero al llegar allí los dos personajes tiraron las armas y se abrazaron en un llanto compartido. Después silencio, un montón de signos y números conformaron la pantalla que marcaba el bloqueo de aquella maquinaria ya ancestral para los de afuera, excepto para los dos viejos ojos que la veían con cierta nostalgia. Una lágrima apenas rodando hasta la palma de la mano, volviéndose una ficha con tres ranuras en su cuerpo y todo el brillo de otras épocas sin tantas presiones del mundo externo. La ranura recibió como la vez primera aquella solicitud de bajada del portón del renovado castillo, las banderas flamearon, el héroe había vuelto y con él los peligros más allá de las murallas. Un paisaje florido lo esperaba, unos cuantos acertijos que debían ser resueltos para dar con la última misión en la que el villano levantaba una bandera blanca al mismo tiempo que el personaje principal. Después todos unidos saldrían a agradecerle a quien les permitía seguir conservando la inocencia que con el tiempo se va, como partes de una construcción que se llena de marcas y pierde recuerdos. Ahora la máquina sigue ahí en un lugar de la costa, aguardando que algún piloto avezado empiece con la travesía en búsqueda del botín más preciado como es lograr terminar el juego sabiendo que esos minutos son únicamente de uno. El tiempo aquí se detiene, las palancas sienten la caricia de unas manos pequeñas que vienen acompañando al navegante en su vuelta al hogar en algo tan simple como un videojuego. El score final tendrá las iniciales de esa vida que empieza a florecer, los dos se vuelven tres en tanto se alejan en la noche rumbo a la casa vieja que los aguarda. Ahí he empezado a escribir esto como forma de no perder completamente al niño que sigue corriendo mientras el adulto ve la manera de resolver esos problemas que bien podrían esperar un poco más. Un crédito más que jugar.