domingo

Familia

El viento se dedica a repetir su melodía de antaño entre los rincones de la casa, en el primer piso llama a los recuerdos de este día para que no se escapen tan rápido y les compone una oda. Junto al fuego de Prometeo le hemos hecho frente al vendaval que se mete debajo de la ropa sin piedad alguna, bebiendo la tinta roja en dos copas pequeñas previo emisario de un pedazo de queso hacia las entrañas que agradecen la consideración. Luego el festín, los aquí reunidos se vuelven a ver las caras tras casi un lustro en los que hubo muchas sombras, desterrando a las mismas para que las llamas las consuman y podamos descansar sin estar agobiados por todo aquello que nos ocurrió retornando las risas a los espacios vacíos.  

lunes

1942 y Grand Splendid

 1942

En puntos distantes se levantan ambas estructuras, sin embargo no serían nada de no ser por la energía vital y el alma que sus creadores les insuflaron. Vieron pasar millones de historias de vida, amanecieron junto a la ciudad así como la ruta que las separa pese a que una puede ver a la otra desde el atalaya, de ahí el nombre, en tanto que la citadina posee un corcel que la lleva a todas partes menos a beberse un café con la hermana desconocida cuya gemela se burla desde el otro carril aunque ello sea pasajero.

PD: tanto la pizzería Kentucky como Atalaya comparten el hecho de haber nacido en 1942. 


GRAND SPLENDID

Cuesta arriba, sin importancia a los que huyen vaya uno a saber a dónde, hasta que nos encontremos con las columnas del cine café que no proyecta sino historias en anaqueles alternando épocas de la humanidad. Un solitario vigía aguarda cerca del cielo con los cabellos cenizas, la bóveda refleja el sello de Nazareno, extraviados entre las hileras buscamos la luz en medio de la batalla cuyas hojas resuenan.


 

 

 




 

 


miércoles

Adela

A un costado de la transitada autovía yace la vieja posada con su fachada intacta y el corazón en el interior ardiendo bajo la forma de una salamandra lustrosa, una copa de vino y otra de agua sacian la necesidad de reposo tras tantos viajes. Las fotografías de Carlos Gardel adornan el santuario del alguna vez coleccionista, épocas que se mezclan de manera tal que el océano del tiempo seguro está metido en el asunto y garabatea sus líneas inentendibles sobre el borde de la copa cuyo contenido carga por la boca rumbo a las entrañas.