lunes

Hongos


Encendió la radio sobre un viejo pino caído, las voces del hijo y la nuera se habían perdido en el recuerdo. El tabaco de la pipa flotó con el humo, la radio local informaba sobre el incendio. El viento del este había arrojado las llamas hacia la localidad vecina. Cada tanto un golpe de timón le traía el olor del homicidio del fuego, bajo ese muro verde el sol apenas encontraba un lugar en el que meter uno de sus rayos. Revisó en el morral la colecta del día, la variedad marrón oscura se encontraba bajo los árboles luego de una tormenta. Después vendría el corte de los hongos y la exhibición sobre los restos de la persiana, secándose al sol estival. Ese era todo el proceso, aunque le interesaba más la búsqueda y el hecho de perder contacto con los demás. Vivía solo hacía un lustro, la ausencia desaparecía cuando la mente estaba ocupada y los dedos quitaban las agujas secas. El aroma de la pipa le traía recuerdos, una niñez en medio de la nieve en algún lugar lejano tras la guerra que dejó profundas heridas en la tierra. Recordaba haber enrollado una hoja seca de aquella planta y encenderlo bajo el cielo de Toscana, aunque el aroma era diferente. El fuego en cambio, las sirenas, los gritos de auxilio se trasladaban desde aquellos que combatían las llamas al pueblo víctima de las bombas. El calor de afuera le recordaba esto, la sombra y la frescura del pinar renovaban su existencia. En la casa lo aguardaba la soledad interrumpida por las visitas ahora esporádicas del nieto ausente. Siempre había un pedazo de queso y un poco de vino para la ocasión, aunque la espera implicara endurecer al primero sabiendo que al ausente eso no le importaba. Encontró a la nuera preocupada sin prestarle atención, todavía manejaba por el camino rural cuyo asfalto parecía una promesa bíblica a esa altura. Semejante a la del puerto con el obstáculo insalvable de no contar con las vías que permitieran traer los materiales, las que quedaban estaban frente a los silos en Las Avutardas justo en la cancha de fútbol en la que jugó su nieto. Un camino sin salida, el metal moría entre el pasto y las cortaderas, en las rutas el caucho ganó la batalla. Las piedras que levantaban las ruedas volaban hacia el campo seco, en cuanto el viento girara hacia el oeste la revolución naranja se alzaría quemando a su paso esos lugares conocidos. Loros y avutardas emigraban del conflicto, el humano olvidaba no dejar las colillas encendidas hasta que resultaba tarde. Siempre habría una chispa que iniciara el fuego, luego venían las barras de hielo, los bidones transportando agua y el cuerpo de voluntarios jugando su vida en esa ruleta entre verde y rojo. Por la noche vino la calma, el viento del oeste no tuvo tanta fuerza y una parte del pinar sobrevivió. La lluvia de ese 23 de diciembre se ocupó del resto, el viejo continuó viendo las estrellas a las que remitía mensajes en forma de columnas de humo. Pronto vendría la hora de la reunión, la última navidad antes de partir hacia lo alto. La pipa quedó sobre la chimenea, en el aparador media botella de vino y un pedazo de queso. En ese lugar escondido en la memoria inicié la historia, como una forma de quitar culpas por haberme llegado tarde al último acto.    
Cuaderno 1, 12ª historia.

Fragmentos


Astillas forman el vidrio sobre el retrato, otras personas las de esa imagen en un tiempo lejano. Un caballo rojo corriendo en la primavera termina de quemar el prado que construyeron en los primeros días, apenas dos flores sobreviven al incendio que se desató. Los días mitigan la ausencia del cariño diluido en el mar, las fotografías se parten y culminan de gastarse en un cajón de armario mientras el dolor cede. Tal vez desde la distancia las cosas se ven simples, la misma que ahora calma el bullir de las pasiones y las vuelve vapor que empieza a disiparse en las horas de verano. El viaje juntos, al igual que tantas otras escenas, queda atrás y es necesario reconstruir el jardín chamuscado. Un trabajo más sensible que el de antaño, los pasos en falso se marcan sobre las cenizas en donde moran las mejores dos obras de este acto de amarse y de aguantarse. La interrupción de esa energía trae las consecuencias sabidas, bolsas de momentos que se tornan tonos grises y blancos. Lo único a color son las vidas nuevas, una lección silenciosa de la que se aprende y se pintan nuevos cuadros. Vida que genera vidas, nuevos instantes usados de otra manera, presencias distintas se suman al paisaje reconstruido. El resto es una reducción de errores, la obligación es mayor que antes del fuego. La lluvia tarda en llegar, aunque cada tanto manda a su heraldo a calmar la sed de la sal y finalmente los recibe en una especie de cura que se administra en gotas. De los pequeños dedos sosteniendo una mano gigante que equivale a la fuerza del mundo en el que vivo, pasando por el rostro lleno de manchas diminutas que observa a esa vida buscando el agua blanca para luego dormir, culminando en un sueño de cuatro que se comparte ahora de una manera diferente. Tal vez los lazos resistan el tironeo al que son sometidos en cada estación, pero el tren sin dudas ha de seguir recorriendo las vías y levantando a su paso las viejas imágenes que forman un ayer distinto. El hoy es algo diferente, los reproches deberían quedar lejos en tanto el trabajo se concentra en lograr un ámbito igual o mejor para que en la primavera las flores se eleven al cielo, buscando la caricia del sol. Sanadas las raíces la labor yace concluida, las cuentas deben quedar en cero por difícil que esto sea y dar un espacio de paz. Pasando a la única distracción posible, la de las flores que se vuelven fuentes de otras semejantes sin las manchas del pasado. La ventana libera la tensión entre las cuatro paredes,  la brisa agita las cortinas anaranjadas y da una vuelta sobre el caballo de acero, acariciando el rostro de una de las hermanas. La otra se eleva en tanto mis días se curvan, viendo pedazos del pasado en un presente infinito. No hay demasiadas fotos que cargar, la memoria guarda momentos compartidos y eso es todo. El frío del invierno correspondiente a la última visita se ha quedado lejos, cuestión de que el calor amortigüe el impacto de tanto cambio. La regadera trae el verdor de regreso, de a poco se cubren las manchas del incendio y en la noche fría vuelve a existir la tibieza. Eso será todo, una paloma pasa victoriosa mientras el azul de la tinta invade renglones vacíos y uno se hace a la idea. El paso de las estaciones asentará las cenizas, en tanto vemos como los retoños siguen adelante afirmándose sobre la tierra.
Cuaderno 1, 11ª historia.

Mala sangre


Una estafa, tiraron abajo el laburo realizado con la prepotencia y el descrédito. La noche llegó en pleno mediodía del miércoles, a la humedad la despejó un violento viento semejante a los modales de su antiguo cliente. Este se alejó contando los fondos rembolsados, el viejo laburante debería ajustar sus ya apretados gastos. Por ahí andaba el fulano desmereciendo las horas dedicadas, los viajes en el colectivo de línea, los ojos rojos luego de un día agotador aunque incluso cerca de la hora de la cena analizaba la información. Los gastos para mantener funcionando la maquinaria, la pateada bajo el sol, las dos empleadas de la sucursal más cercana que estaban ausentes. Vuelta al paseo sobre la serpiente azul con rayas blancas, un accidente adelante detiene la cavilación. Para colmo acá los colectivos abundan menos que los aumentos en proporción a la inflación. Dos monedas en el fondo de una billetera sirven para llenar el termo, nada más en esta odisea moderna. Luego el bondi reanuda la marcha, entra en todas partes de ese diseño de trasnochados y terrores ocultos, al final divisa el último andén en el que bajar al mediodía. Quince minutos bajo el sol, la sombra hierve llenando el aire de gases que penetran en todos los rincones. La basura que dejan los que pasan por ahí llena las rejillas, un perro busca el consuelo de un viejo bidón cortado y con un poco de agua. El siguiente navío tiene otro destino, en la dirección contraria igual que toda la semana, la paciencia se derrite bajo el calor de diciembre. Se mezcla con el frito del único kiosco abierto y el café aguado, recalentado al igual que las plataformas numeradas. Del 1 al 12, el soldado debe cumplir con la misión y comerse la angustia, los demás piensan que no se labura dado que esta parte no la ven. En tanto ahí está el dedito inquisidor, viendo las supuestas faltas en los demás en una especie de moral con una única dirección. Al fin ha llegado la nave adecuada, con quince de retraso pero en este punto poco importa. Curvas, la desesperación de llegar, máquinas trabajando día y noche, un hombre vestido de naranja. En el espejismo sus banderas señalan un camino imposible, dejar a un lado esa secuencia de autodestrucción llamada rutina y a cruzar otros campos. En la esquina de la terminal cuyas calles laterales yacen en reconstrucción, ha podido llegar al final de ese viaje. Ahí el sello faltante son cinco años de espera para el difamador, convertido en un excliente. La puerta de local que se cierra donde otras han de abrirse, el regreso al hogar y a la paz. La perra que no ahorra energías a la hora de recibirlo, un beso y todo queda en su lugar. La mala sangre se diluye al igual que el calendario, pintando mientras pita el mate amigo y el viento fresco anuncia la llegada del verano. En la reposera encontrará la paz en tanto las cañas se dejan llevar por una corriente de aire. Las plantas van hacia el sol, el malvón recupera su rojo fuego y la pequeña pileta se llena con el agua limpia. La última hoja del almanaque ha ido a parar a la base del siguiente tributo, las llamas le envían señales a las naves que yacen brillando en la noche fría.     
Cuaderno 1, 10ª historia.

sábado

Genes


Antes de haber llegado a este mundo vendrán los operadores de la maquinaria a romper con los estereotipos. Una sección será rosa, la otra celeste o en su versión de macho, azul como una noche helada. Descartada una de las opciones se buscará la etiqueta que colocar, el primer clavo sobre la madera que ha de componer el sarcófago.  Puesta la etiqueta viene el código de barras, si grita puede contribuir pero los primeros tiempos alguien se ocupa de esto. Aunque el hábito se  enseña, miles de seres hacen fila para rendirle tributo a un dios recaudador. Una presencia que no está físicamente, sin embargo alguien usó la fórmula ancestral y debemos pasarle tributo. A cambio él nos dará un pedazo de metal para poder seguir yugándola, bestia de carga con una clave que no define nada. La identidad no está en un número o una imagen plastificada, soy más que un simple papel pese a la farsa de todas esas declaraciones que se olvidaron del alma humana. Al primer grito viene el certificado de supervivencia, bienvenida al páramo helado en el que cada segundo es una batalla contra los elementos. Siempre habrá un estúpido queriendo repetir la conducta de su predecesor, por ello las flores son cosas del otro género y guarda con que te descubran oliendo una de estas al llegar la primavera. No puede haber vírgenes en la nación macha, la edad avanzada sin haber destruido esa fortaleza lleva a que se generen dudas sobre la virilidad. Nada de andar apartado del resto de la manada, uno debe exhibir el certificado en todo momento y cuidarse de que no lo borren los fuegos desde el cielo. En su caso este castigo le corresponde a los del sector opuesto, cuestión de dejar fuera del culto a las mariposas, los amaneceres y el olor a la hierba cortada. Una X puesta sobre un recuadro, el gallo efectivo corre victorioso, a la final del mundo ganada una vez más. Lo contrario es el traje de rarito, justo le vino a tocar eso a esta gente. El padre tan trabajador, suda como yo con una remera negra en pleno verano y la madre, seguro de ella aprendió esos ademanes. La culpa la tiene alguien, si no es de la casa será algún desviado que se aparta de la norma social y se lo condena, en tanto las demás ovejas se embriagan en las bacanales  perdiendo la memoria de un día de excesos. El cuadrado de plástico me limita, no dice nada sobre mí salvo que debo ir a inclinarme ante el poderoso cada dos años. Únicamente eso, caso contrario la ira del ser superior será terrible aunque nos incluye cuando pasa la lista en los meses previos al naufragio electoral. Si alguno supera esto sobrevivirá, el resto será olvidado por esas personas que leen una porción de la realidad en un café paquete. Opinan sobre los desviados, los llaman por otros nombres pero no recuerdan que tienen uno al lado. La señora critica a esta juventud que se ha apartado de los ojos del vigilante, sus marcas están en todas partes incluso en el espíritu de un recién nacido. Autos, soldados peleando, uno recibiendo un tiro por la espalda, naves de guerra, tanques, violencia sobre el caucho. Un motor rugiendo en una pista, el vino descorchado por el más fuerte, esa es la tarea correcta ahora que he dejado de perseguir mariposas y soy uno más entre las bestias fálicas. Que el resto sean los que tengan dudas, acá no hay tiempo para sentimentalismos y andar llorando por los rincones. Ya las balas vuelan.

Cuaderno 1, 9ª historia.

Djinn

Ahí entre los médanos hay un espejo de agua, los astros hacen fila para reflejarse en ese líquido y determinar el tiempo de recorrido que aún les queda. Los humanos lo emplean para ir de pesca o explorar sus profundidades, aunque cuando la guitarra suena el genio que cuida esa tierra ha de presentarse bajo la forma de un paisano. La piel morena no presenta marca alguna, él es un ser sin tiempo igual que los caballos que recorren el prado verde y salvaje, supo escaparse de las épocas dejando a la señora ocupada en afilar la guadaña. Cuando la vieja se dio cuenta estaba al otro lado del lago repartiendo las monedas con el barquero, varias almas más se fugaron hasta esos paisajes de colores dejando a la huesuda golpeando impotente en la otra orilla. A la larga recuperó cada una de las presas, menos una que aprendió a mutar durante incontables siglos. El reloj del carcelero no se lo podía aplicar, nunca llevaba uno de esos aparatos dado que siempre estaba amaneciendo. Por las mañanas se quitaba el sopor de las noches de vigilia con el agua del aljibe, el cual se alimentaba del espejo que sobrevivía en medio de los campos plagados de la mano del hombre. Cuando acumulaba suficiente hastío de eso llamado civilización, se metía en lo profundo de aquel manantial hasta dar con la luz de su eternidad. El corazón de una estrella solitaria, la primera que alumbró éste mundo para que su descendencia se dedicara a pavonearse frente a cuanto espejo encontrara. Al final simuló su propia muerte en una explosión de galaxias, esparciendo aquello que le sobraba por el cosmos aunque su núcleo fue a parar a un pequeño lago. Ahí se topó con el otro náufrago que escapaba del paso de los años, mutando para sobrevivir se convirtió en la fuerza que habría de sostenerlo en esa tierra condenada a repetir la historia por falta de memoria. El viejo confiaba en la sombra de su caballo, al diablo se le dio por jugarle una mala pasada y de una patada lo incrustó en el firmamento. Así hubo paz en la tierra aunque a la larga el de rojo se libraría, bien lo sabía el paisano de tanto andar por el mundo. Pero la sombra en cruz le avisaría de la presencia de Mandinga, no importando la forma que tomara ese ser para tratar de engañarlo y llevarlo de regreso al reino de la muerte. En más de una ocasión terminó el Demonio chamuscado, parecía una ironía que al manipulador de ese elemento le terminaran quemando los pelos de la cola, pero nunca aprendía. El genio vivía incontables vidas manteniéndolo a raya, en los ratos libres era un paisano de la Pampa resplandeciente de verde. En la última gran batalla el de rojo decidió quemar esas tierras de talas y pastizales, siendo aceptado el reto por el defensor de esos lares. El del Averno terminó estaqueado en tanto usaba el líquido del manantial para apaciguar al espíritu del fuego, sacrificando su alma que también era del agua para reducirlo todo a brasas humeantes que se apagaron. La estrella solitaria reconstruyó desde lo profundo aquel lugar, las cenizas del guerrero se mezclan en esas aguas con los granos de los médanos. Aunque no se fue del todo, el viento a veces dice que es un venado o tal vez uno de esos pumas que habitan ciertos rincones de la provincia o simplemente la tinta que plasma un recuerdo, cosa de que no lo olvidemos.
Cuaderno 1, 8ª historia.

Tánatos


Tironeó un rato hasta lograr su cometido, algunas migas fueron a parar sobre su remera y luego siguieron en su descenso a las que se habían adueñado del suelo. Tocó entonces el turno a las depredadoras de restos de pan, las que caminaban orgullosas sabedoras de su posición. Una de ellas secaba al sol su lustrado cuello, a media mañana había sorbido los restos tostados de la harina que quedaban en el disco y eso le costó caro. La ira del cocinero fue tal que el castigo lo recibió toda la bandada, apartada de esta exhibía con orgullo su nueva insignia. Nadie osaba desafiarla, el letargo envolvía a las aves sobre los tejados de tipo español. El viento agitó las cortinas, el morador del cuarto atendía ahora el teléfono mientras buscaba un cigarrillo. Las palomas se disputaron los restos del envoltorio hasta que quedó liberado en el viento, yendo a posarse sobre uno de los techos de abajo. La lluvia se ocuparía de lavarlo, el sol de arrebatarle los colores, un recuerdo más que se va. Por eso las de gris regresan en otra incursión, olvidan que ya han vivido esto para seguir con su reclamo de migajas. En tanto el forense ha cambiado la comodidad de su balcón por un oscuro sótano en el que inicia la apertura de otros envoltorios. Ahora es ropa la que queda a un lado, sobre la fría cama los despojos de la existencia hablan por última vez. Antes que la bandada negra caiga a revolotear para esgrimir los fundamentos de un reclamo de derechos, la verdad debe salir a la luz aunque el asesino piense que no hay posibilidad alguna de que encuentren el rastro de migas. Sin embargo, al igual que el cocinero dio con la paloma aceitosa el médico ve en el reguero todas las señales del acto llevado a cabo. Sólo queda seguirlo, para los demás es igual que andar a ciegas pero estos dos ojos llegan a verlo todo. No hay indicios de una entrada violenta, el arco carmesí se observa a lo largo de un muro en el que se reflejan las sombras de la sociedad. Los medios hablan de un homicidio con caracteres siniestros, pero esto al que se ocupa de traer todas las pruebas a la luz no lo detiene. Al final del reporte queda regresar los restos a los familiares, ahora ese cuerpo es un envoltorio vacío sobre el que los cuervos se arrojan pero pronto la lluvia del tiempo lo volverá olvido. Toca regresar al hogar a alimentar a las palomas, el alma ha volado indemne hasta su lugar en los cielos. El martillo cae en un despacho con un rótulo presuntuoso, impartir justicia dando a cada uno lo que corresponda, o en el caso en particular las migajas. Los sueños, sensaciones y besos se quedan afuera, la última gota de dignidad está manchando una pared. En una pesadilla el autor, hijo de la víctima, logra borrar la misma y sonríe satisfecho. Más tarde se dará cuenta que a juzgar por el miembro hábil del fallecido, el corte suicida debería estar al revés. En este detalle piensa mientras la canilla de su celda gotea, esto lo adormece y sueña que pudo salirse con la suya. Pero no contaba con los rastros igual a migajas de pan que dejó sobre el escenario, ahora la máscara se le ha caído semejante a las plumas manchadas de aceite.

Cuaderno 1, 7ª historia.

jueves

Miniaturas

Terminó de colocar las pequeñas estatuas en el jardín, siete en total, la pintura ya se había secado y los enanos sonreían mientras el sol les daba en los ojos. Se metió en la casa a los fines de protegerse de los rayos de la mañana, a la que reemplazó la tarde y por último la noche. En ese punto aquellos que estaban alineados rompieron las filas, dando lugar al inicio de los festejos. Lejos del verde césped había un bar llamado El Quebranto, famoso por sus peleas y resacas aunque para el común de la gente sólo era un centro cultural. Los concurrentes bebían un derivado del agave, debidamente rebajado luego de varios fondos blancos. Todas las formas medianamente mantenidas a la luz del día eran arrojadas igual que ropa vieja, en tanto el mundo dormía ignorante. Las fisuras las disfrazaba el jardinero, ocupado en dejarlos siempre con tonos florecidos cosa que no se notara el cambio en la fisonomía pese a nadar en un mar de excesos cada noche. Llegó un momento en que la oscuridad fue eterna, taparon para ello al sol con uno de sus dedos en tanto la otra mano sostenía una jarra. Las líneas de sus rostros eran el reflejo de otras tantas, las que se marcaban por siempre con cada dosis. Mamá y papá, especialistas en criar yuyos, no se daban cuenta del estado de desgaste de las estatuas. Se habían quedado con las imágenes de tiempos anteriores, en los que ignoraban cómo la mala hierba se apoderaba de ese edén. Al momento de iniciar la purga de las malezas se percataron de lo avanzado del problema y decidieron mantener las apariencias ante el resto de los mortales, también graduados en eso de pintar escenas de cartón. La enfermedad fue curada mediante el certificado de un viejo compañero de armas, el usaba éste método a los fines de sentirse mejor consigo mismo y de esa forma no tener que admitir que a una de esas figuras en el patio le faltaba la cabeza entera. Todo seguía sin que nada cambie, año a año los cuida parques renovaban las esperanzas con esas personitas a su cargo. Hasta que un buen día fueron desterrados, ahí los enanos tomaron el control y se dedicaron a esculpir sus propios diseños, sentados en las reposeras los antiguos propietarios seguían ignorando lo que pasaba al otro lado del muro, ya les había sido vedado ingresar ahí bajo pretexto de haber laburado sin descanso para mantener el orden de las cosas. Por fuera un cartel rezaba “SE VENDE” en letras rojas y fondo negro. El nuevo jardinero estaba pintando la cara de uno de esos enanos, recubriendo las rajaduras de manera que pareciera nuevo y esperando el verde salvoconducto. Notó que sus manos estaban marcadas, luego simplemente el paisaje explotó frente a sus ojos quedando reducido a escombros. Ahí el viento se ocupó de desparramar los restos, dejando el verde pasto inmaculado y la advertencia enterrada entre los ecos de la casa. Ello hasta la llegada de una pareja con sus dos niñas, ahora las pequeñas podrían jugar en el amplio patio sin que molestaran los adultos. La estatua con la cabeza rota sigue ahí.     

Cuaderno 1, 6ª historia.

Palita

Jugaba sobre las arenas de la costa atlántica, en un lugar llamado Las Toscas debido a la cantera inmensa de la que se extraía ese material y se rellenaba el viejo camino de carretas. En eso inició la exploración con la pala de color rojo, usó la arena que sacó del pozo para llenar los baldecitos construyendo las cuatro torres en torno a las que levantó un pequeño castillo. Lo que no logró fue volver a tapar aquellos agujeros que voluntariamente había abierto. Quedaron como una herida escondidos en el alma, semejante a los hoyos que las máquinas dejaban al extraer la tosca. Sin embargo estos no estaban visibles, aunque permanecían ahí como un bache mal arreglado y en cada bofetada que recibió de a poco los cráteres se empezaban a mostrar. Lo que inició en una playa lejana se trasladó al tiempo presente, otra era la persona que llevaba esa carga maldita que hace naufragar a tantas almas. En su descenso al infierno arrastraba a los que tenía cerca, hasta que sólo quedó ella. Soñaba frecuentemente con la playa de su infancia, los rostros de sus progenitores e incluso de su hermano más pequeño que intentaba ponerse de pie. De pronto era un gigante asediando la muralla, apenas una torre sobrevivía al paso de esa fuerza destructora. Ella no se percató de esto, intentaba reconstruir su maravilla aunque los esfuerzos se tornaron inútiles. Pronto la vida misma bajo el disfraz del mar la arrolló, llevándose a su paso todos los juguetes. Excepto la pala, en ese punto sobre el escenario sólo estaba Laura abrazando los restos de una parte de la existencia que le había sido arrebatada. Los granos de arena se escurrían al mismo lugar que las lágrimas, generando ese vacío en el que ella deambulaba pese a mostrar otra mascara ahí afuera. Nada podía hacer sospechar la oscuridad en las profundidades, la bestia que la acechaba en tanto veía hacia los médanos e intentaba reparar su pérdida. De repente en una de las tantas noches largas notaba el peligro que la amenazaba, el que mutaba para la ocasión y la jalaba rumbo a la vorágine. En un intento desesperado clavaba la pala sobre la pared de la última torre, la que terminaba por desmoronarse encima de ella haciendo que despierte. En otros momentos la imagen era la de un largo pasillo, un corredor cuyas luces empezaban a apagarse excepto la que pendía sobre su cabeza. A donde fuera ese foco estaba iluminando, una suerte de lupa colocada encima de ella. Y la puerta, siempre había una puerta al final del recorrido. El problema era la llave, aunque perdía muchas veces la voluntad de seguir forcejeando la misma enseguida estas esperanzas se renovaban. Al otro lado estaban aquellos que se cruzaron o formaban parte de su vida, desde el hermano ahora definitivamente crecido hasta el primer novio que tuvo. Una sumatoria de historias que se volvían cartas de un tono amarillo, algunas de las cuales prefería no abrir. O al menos eso creía, más de una vez se encontró recordando un atardecer con el sol muriendo en el mar y gruesas nubes que amenazaban con oscurecer ese día perfecto. En todos los casos la solución final estaba en sus manos, aunque fuera necesario derrumbar el foso para ascender a la luz.

Cuaderno 1, 5ª historia.





Eneas


La gastada duró poco, tal vez por el hecho de que nuestro eterno rival nunca pudo dar la vuelta olímpica. Estuvieron cerca en esa ocasión, incluso nos ganaron el clásico de manera demoledora aunque en el final eso no les alcanzó. Por un lado esto es un bálsamo para nuestra sufrida hinchada, la mancha sin embargo sigue ahí ya que para algunos fue el primer partido en el que pudimos ver al club de nuestros amores. Los sacrificios que un hincha hace no salen en ninguna foto, los jugadores, el técnico y los dirigentes seguro, pero el haberlo dejado todo para poder estar ahí seguro que no. Salimos un domingo muy temprano desde Las Avutardas, allá en el sur de Tres Arroyos, en un colectivo que había servido como transporte escolar. El partido arrancó a las 17 hs., nunca había podido estar rodeado de tantas camisetas con los colores del alma y pronto la euforia nos invadió quedando mimetizados con esa horda futbolera. Los visitantes recibieron un abucheo generalizado al ingresar al campo de juego, sus hinchas no se sentían ante el eclipse de los cánticos propios. El balón empezó a rodar, las canciones que bajaban de las tribunas generaban una atmosfera cálida, el clima acompañaba como nunca antes en la tarde dominical. Hasta a eso de los quince minutos, ahí el nueve contrario recibió un balón afuera del área y sacó un remate esquinado. Nuestro arquero voló en una escena heroica, Héctor intentando detener la caída de Troya y así le fue. El estadio no acusó recibo de esa primera cachetada, todo siguió igual en tanto la escuadra dueña de casa arremetía contra el muro defensivo intentando vulnerarlo. Miré como tantas otras veces a mi lado, los muchachos habían desaparecido en esa selva roja y azul, ya eran parte del cuadro así que sería difícil encontrarlos antes de salir de la cancha. En eso percibí una nueva amenaza contra la meta propia, lo que empezó con un despeje a cualquier parte contó con la complicidad de los centrales dormidos. El 11 de ellos robó el balón en el desesperado intento de cierre y el portero quedó fuera de la foto, 0 - 2. En ese punto la hinchada empezó a pedir que pusieran un poco más de huevos, dado que jugábamos contra nadie. Pero el tema es que Nemo nos estaba ganando, de repente el dos se volvió tres y ahí se pudrió todo. Sobre el banco de suplentes cayeron encendedores, zapatillas, latas vacías y botellas de plástico rellenas de desechos que el ser humano llama orina. Para el segundo tiempo el técnico metió mano, aunque a mí me sonaba un poco tarde el asunto dado todo el conocimiento en múltiples aspectos que nuestros ciudadanos presentan. Sabemos un poco de todo, en definitiva nada de nada pero el pálpito estaba ahí como una suerte de voz ominosa. El equipo encontró un gol a eso de los cinco minutos del segundo tiempo, algún fana gritó que se lo dábamos vuelta aunque enseguida la realidad cruda regresó. Otra vez el nueve, por partida doble como una máquina de asedio derribaba los gruesos muros de papel y festejaba con los brazos en alto. Nuestra afición cesó de cantar luego del quinto gol, las banderas fueron recogidas y comenzó el desbande, éramos un ejército vencido. Los últimos dos golpes eran apenas un par de focos de incendio que se unían al resto de las llamas, los ojos me ardían ante el espectáculo que estaba presenciando en total soledad. Los hinchas visitantes festejaban en medio del humo, por mi parte decidí retirarme igual que Eneas llevando intacto el amor en mi corazón.

Cuaderno 1, 4ª historia.

Asteroide


En la Tierra quedaron los que no podían costear el viaje a la Nueva Europa, aguardando la inminencia del juicio final en tanto los predicadores se llevaban las riquezas de la antigua ciudad para rendirle tributos a Zeo. Los que conservaban alguna moneda se instalaron en la Luna, anhelando algún día alcanzar las puertas del mundo civilizado. Otros en cambio se quedaron trabajando sobre el enorme asteroide que servía para procesar las rocas que vagaban por el universo y nutrir de metales al primer mundo. La gran mayoría de los moradores de esa fábrica de materia prima eran refugiados, ciudadanos de tercer orden acorde a los lunáticos y mano de obra barata. Eran fáciles de reemplazar con algún marginado de acá o un polizón de las naves que se dirigían fuera de la barbarie. Unos ciento cincuenta años desde la gran migración, poco había cambiado hasta la explosión que desplazó toneladas de material hacia el cuadrante cercano a la planta de procesamiento. Dada la crisis que los habitantes lunares vivían ocurrió una rebelión y la primera medida del gobierno entrante fue reclamar la propiedad de todas las rocas que flotaban cerca de la Luna. Incluso aquellas que se procesaban en el asteroide, el cual de pronto cobró una importancia histórica. Las gacetas digitales justificaban la medida en razón del bien común, era necesario desalojar a los ocupas a los fines de asegurar los derechos de futuras generaciones. Un buen día la enorme roca fue objeto de la fuerza pública, se efectuó un inventario de las propiedades para luego abonarles centavos y enviar a la Tierra a los pobladores. La alegría duró poco, una enorme nave de guerra ensombreció la Luna y envió un ultimátum, inmediato abandono de la isla pétrea bajo apercibimiento de guerra entre las partes. El régimen lunar aprovechó la ocasión para enardecer el gen nacionalista, contando la retirada como una proeza que sería rememorada durante los siguientes años. A todo esto la delegación de Nueva Europa restituyó la propiedad a los antiguos moradores, los que se convirtieron en ciudadanos con plenos derechos y un enorme poder adquisitivo. La materia prima era enviada a Europa, allí se procesaba para luego convertirse en bienes que eran vendidos a precios altísimos tanto en la Luna como en la Tierra. Los lunares nunca olvidaron la mancha que suponía la pérdida del asteroide, siempre lo mismo con los poderosos cuando se trataba de aplastar a los más débiles. Para ello formaron la Comisión de los Desmemoriados, a los fines de lograr que las futuras generaciones conocieran la realidad de los hechos. Estaba prohibida cualquier referencia a los pobladores del asteroide, en la fecha del intento de desalojo se exhibían publicaciones en un formato casi extinto llamado libros y se contaba la enorme resistencia. Los ideólogos se convirtieron en próceres a través del tiempo, el alzamiento que protagonizaron quedó escondido de la memoria colectiva. Se hablaba tan sólo de un traspaso de funciones de manera urgente, cualquier derramamiento de sangre era una anécdota de carácter accidental y en su caso un enorme sacrificio por la patria. Sin embargo los nombres de las víctimas no estaban en ningún registro, dado que un virus informático afectó la base de datos gubernamental y la copia de seguridad no existía. Así se contaba una historia parcial, el resto de los hechos quedaban escondidos entre las piedras que flotaban libres en el espacio.

Cuaderno 1, 3ª historia.