Nunca fue de ansiar demasiado algo, sabiendo que con trabajo
y dedicación era posible conseguir un mejor pasar pero sin caer
en esa vorágine propia de esos tiempos, consumista y llena de vacío.
Así que le gustaban las cosas sencillas, una copa de vino al anochecer,
un fuego en la noche viendo la leña crepitar, la pequeña casa cerca
del mar en donde pasaba las horas escribiendo cuando decidía
escaparse de toda esa locura festiva, en la que las personas eran
atraídas como polillas por vidrieras consumistas.
Y los días se volvían una eternidad mientras él no dejaba
que la tempestad lo arrastrara.
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