viernes

Día 101 (Búnker)

Día 101: todo se parece demasiado como si fuera una paleta de un único color que recubre los días, sin ver en el horizonte la llegada de la terminal volviéndose únicamente estaciones que se repiten en variantes de quince jornadas. Algunas notas de color contradicen el unísono gris, como el taller de bicicletas al otro lado de la calle que se ha despertado de este feriado interminable comenzando a girar el mundo cada vez que los pedales mueven la cadena.

Día 73 (Búnker)

Día 73: lo más extraño son esos encuentros lejanos del cuarto y quinto tipo, un extraterrestre no lo habría entendido al arribar al planeta para encontrarse que la humanidad ni siquiera se percató de la llegada. Apenas le dirigieron una mirada desde atrás de las cortinas, alguno sacó el celular intentando tomar una fotografía sin mirar en lo que para el de afuera sonó a ofensa, apenas quedó un rastro de la nave al despegar anotando en la bitácora que en ese globo azul la gente es apática. Adentro hay olor a pan, por fuera la misma miseria revelándose e intentando que la libertad apresada se rebele contra tanta limitación bajo la excusa de la pandemia. Eufemismo, pandemia, todo aquello que el agua muestra cuando ha bajado son las vejaciones constantes con la obra que vino en forma de demostración quedándose en lo que pudo ser, poder puro desatado y cargando en las valijas. Las conexiones, el café al costado del camino, el timbre de salida, esos rostros cómplices, todo borrado en un instante incluida la calle arenada a la que el viento le permite conservar el aspecto liso. Apenas un papel del verano que quedó atrapado entre las cortezas finalmente logra llegar hasta la puerta de esa oficina, topándose con el cartel de cerrado. Las tablas son esculpidas con el rostro del mandamás, que va a menos irónicamente, con alargues indefinidos de la situación para no tener que admitir que esto es un desastre dado que ya vendieron todos los boletos que se compraron a precio abisal. No hay suficientes tubos para todos, la nave se va a pique dado que los remiendos no alcanzan, bombardeo mediático con rótulos de alarma que denotan la urgencia constante y la sensación de que no existen otros males. Alguien grita acción de fondo para encontrarse con que la única que quedó haciéndole compañía es la piba de la iluminación, cuya cabellera ondea al viento de regreso a casa.

Día 70 (Búnker)

Día 70: otros quince más anunciados un rato antes de la medianoche, cosa de que no duela tanto y el mismo repertorio desplegado en esa comunión de todo está bien. Los enfermos andaban por los ciento y pico diecinueve días atrás, ahora pasan la línea de los setecientos simplemente porque han medido un poco más. Es como pisar sobre arenas movedizas con la idea de que es terreno firme, los imbéciles de siempre salen a sostener el estandarte de los saqueadores con la ilusión de vivir en el mundo Alfa por encima del autoproclamado primero. El bombardeo mediático te lleva a quedarte anestesiado con los horarios alterados, semejante a ese clima loco que hace salir brotes en la confusión de que es la primavera. En medio de ese adormecimiento general se cuelan los mismos movimientos de épocas mejores procurando llevarse lo que haya quedado en el fondo del tarro, con esas uñas mugrientas que se asemejan a una garra arrancando la poca carne de los huesos pelados del pueblo que ciego ha vuelto a la guarida de la monstruosidad. Inoperantes al extremo reciben poderes inconmensurables, charlatanes vestidos para la ocasión se pasean delante del ojo cuando por atrás nos ponen el calmante que ha de aplacar cualquier rebelión. Moviéndose por un recinto de dos por dos con la suerte de que el estómago no le haga ruido, peor aún que no existan voces más pequeñas reclamando la ración diaria a la que responderle con un hambre compartido. La libertad no es más que un título carente de contenido cuando se aceptan cada uno de los actos que han conducido a este camino, las consecuencias de una fiesta en la que la anfitriona se rajó sin pagar la cuenta regresando una vez que el botín fue escondido detrás del sésamo.  

Día 51 (Búnker)

Día 51: aunque llevamos cincuenta días dentro del bunker sin salir fuera del pago, ese asado quedó lejos, el disco guardado y no hay música que permita celebrar la ocasión, la última postal de los estudiantes deambulando se tornó blanco y negro. Las horas se volvieron un montón de bloques que se apilaron, lo que vivíamos únicamente los sábados y domingos se ha venido a instalar en el resto de la semana alterando las costumbres como es el hecho de que haya olor a pan recién hecho. Una mano trabajosa le da forma a nuevos cuencos, las grietas le marcan la necesidad de perfeccionar ese arte y no cesar en su intento de no perder la cordura al ver que alguien se robó otra hoja del calendario, aunque pronto notará que es su otra mano la que arrojó el pequeño rectángulo en una bolsa a la que se destinan todos esos materiales combustibles. La estela de la horneada de ese sábado allá por marzo le viene a la mente, tanto calor en torno al horno de barro y un grito desaforado anunciando que la pelota besaba la red en otra imagen que ha quedado como de una época lejana. Los chistes en mitad de la semana, los viajes repetidos pero que ahora son algo increíble de imaginar siendo que la mayoría de esos hábitos deberán ser cambiados a juzgar por las circunstancias que envuelven al mundo entero. Aunque decir mundo es hablar de un todo en este momento en el que la igualdad que tanto se reclamó en los últimos setenta y cinco años viene bajo la forma de una calamidad, que no distingue entre norteños y sureños u oriente y occidente. Homogeneiza en el espanto y el vacío, puertas adentro la vida sigue intentando volver alguna buena mañana a que el sol te acaricie el rostro aunque el invierno venga incluido en el paquete. Ya se anuncia, descuenta los días rápido y empieza a calentar pidiendo pista aunque suene contradictorio, anunciada su presencia por esos mensajes que en esquelas se lleva el temporal dejando desprotegidos a los árboles.


Día 44 (Búnker)

Día 44: llueve, así ha estado las últimas dos jornadas y tiene poca pinta de querer terminar a excepción de esos rayos de sol que aparecieron antes de que la luz perdiera la pulseada con la noche y viniera la calma de ese momento del día. Aunque la tranquilidad en las calles apenas interrumpida por un auto que le da a la loma de burro de lleno y sigue con su viaje, es una postal de todo esto. En algunos sitios han abierto los portones permitiendo que las bestias, nosotros, salgamos a estirar las piernas y redescubrir lo qué hemos perdido aunque esté ahí afuera riéndose entre los ladridos de los perros que navegan esos ríos de tosca y barro. Las primeras pruebas parecen mostrar la agitación de querer llegar todos al mismo tiempo a la línea de largada, a falta de arco el violín trae mansedumbre a las fieras que contemplan los enormes vitrales equivalentes a espejos de colores y no dudan en caer en las garras. El monstruo las extiende, aguarda en las esquinas para llevarse a la oscuridad a algún desprevenido dejando una marca sobre las piedras brillantes y tras esto alguno vendrá a sentarse ahí sin sospechar que la mancha no es falta de limpieza, sino exceso de confianza. Los demás, unos pocos, se mantienen lejos de todo ese bullicio que ha regresado con un sinfín de puertas que quedaron mal cerradas y otros aprovecharon la ocasión para hacerse con el botín magro en estos tiempos. Tal vez sería mejor dejar a esas pobres almas atormentadas deambular con más criterio que todos estos que en la desesperación hacen lo contrario a lo que debería ser, luego vienen las ausencias y nuevamente los canes deambulando solos perdiéndose para envidia nuestra en la próxima esquina que yace lejana a estas alturas. La ola aún no ha caído, las defensas deben resistir o será un desastre por acá que se sumará a los que están al otro lado de la pantalla, un poco más cerca y finalmente en la vereda de enfrente sabiendo que cruzará lo habiliten o no deshaciendo todas esas limitaciones que no frenan a nadie para que irónicamente ahora se pida el respeto de esa norma que duerme en un cajón. Presencias virtuales, rostros viejos y nuevos, voces que se mezclan, sonidos que desean salir del encierro aunque esto no suene tan raro en este momento en el que el viento ha retomado el control de la escena. El frío vino para instalarse finalmente, el verano se fue rápido con declaración de enfermedad y este otoño se deshoja raudo diría Romero, oteando por la ventana al linyera que ve los barrotes que encierran a todo el mundo en tanto el otro lucero mira esa flor creciendo sin prisa. Todo está en calma.


Día 38 (Búnker)

Día 38: la escena se remonta a comienzos de los años ’90 y a un grupo pequeño de alumnos en torno a un equipo reproductor, la cinta deja oír esas voces que están grabadas en cada milímetro de su recorrido con las risas entre estación y estación. Mastropiero aparece tras la presentación del hombre con la carpeta roja iniciando la composición sin saber que él es parte de la misma, uno deja en el arte destellos de su alma que equivalen a la mayor trascendencia a la que puede aspirar el ser humano. El adelantado llega antes que el resto de los aventureros, dándose porrazo tras porrazo sin alcanzar el objetivo excepto por desatar las carcajadas del público en tanto la cinta corre de izquierda a derecha hasta que finalmente logra hacer hincapié y firmar la rendición. El aula se vacía, la anécdota queda metida en la cabeza poblada de rulos y se desata en el viento, volando igual que esos rizos pero regresando más adelante para que la broma siga presente. Excepto en este momento, ahora tiene un peso infinito producto de la partida acaecida luego de andar peleando contra el portador de la máscara de muerte que se apodera de la carne más no de alma y ella ya ha cumplido la última función, marcar en la roca de la existencia ese nombre al que se asociarán inevitablemente las risas y las lágrimas. Los dos rostros que ahora han de servir de salvoconducto aunque tal vez el viaje no sea tan solitario y parco, a la huesuda le vendría bien reírse un rato pese a que los demás puedan verla aterrados hasta que la barca toque la orilla contraria iniciando el camino a luz infinita.

Mundstock se ha ido pero su arte queda, tanto como los temblores después del trueno.


Día 28 (Búnker)

Día 28: noto como una relajación, como si esto ya hubiera pasado y no nos fuera a ocurrir a nosotros que estamos en la tercera dimensión alejados de las enfermedades del consumismo que lleva a todo el mundo, o aquellos que pueden, a comprar un montón de cosas que no necesita y ahora lo único que falta es tiempo. Las barreras están preparadas, eso dicen, pero en otros lugares con mejores recursos han tenido un ascenso tan vertiginoso de la línea con picos que parecen estiletes metiéndose en la carne que es la de la humanidad entera, ¿qué carajo podemos hacer aquellos que nos encontramos en el fondo del estrato social y con un estigma mundial que apuesta a reducirnos a meras cosas? Lo único que nos queda es ganar algo de ese oro precioso que son los minutos en los cuales se retrase aquello que se presenta como inevitable, aún espero que las capas rojas vengan con sus armaduras y sus símbolos de seres superiores a salvar esa paz precaria en la que vivíamos tributando con pedazos de nuestra existencia y después hagan la película. Sin embargo, odio tener que admitirlo, somos ciegos en campos minados habiendo olvidado que primero era necesario medir la cantidad de explosivos que existían ya bajo nuestros pies y la falta de ello llevará a la nave a chocarse con uno de esos tantos artefactos, desencadenando las explosiones en masa para que al silencio lo sigan las coronas con flores marchitas cubriendo las llanuras. Tras setenta y cinco años cambió el mundo para venderse en una versión estilizada de la misma basura, metiendo el consumo que viaja en primera clase pero también con los turistas y así es fácil que cualquier cosa se esparza. Los vigías miran hacia otra parte escondidos detrás de trajes que podrían calmar el hambre del continente vuelto el basurero del mundo, con filiales en cualquiera de esas cloacas a las que le venden las series de sus miserias y agradecidos pagan las suscripciones. La pandemia no venía incluida dentro de la lista de enfermedades a ser tratadas, las potencias siguen viendo la manera en la que el ganado tribute marchando a un comedero previamente contaminado y que el resto se sofoque. Los cráneos planean la manera de contener el problema con muros que parecen papel mojado igual que en otros momentos, con ancianos agolpándose en las puertas de esas instituciones que hipotecan los sueños y recibiendo papeles pintados, los de verdad desaparecieron en una especie de conjuro de propios y extraños. Y ahora esto, la misma inoperancia que se traduce en unos lugares en salvar a un puñado implica matar rápido a aquellos que pueden quitarle esa hogaza, que guardarían en una caja recubierta de diamantes únicamente para descubrir al mendrugo verdoso que debería ir a parar a la cesta arrojada con ese veneno de plástico al comedero de quienes hurgan entre las sobras llamadas basura, buscando eso que llaman esperanza.

Día 24 (Búnker)

Día 24: lo peor todavía no ha llegado pero alguno ya se porta como si la tormenta hubiera pasado, las cifras en otras partes se cuentan por miles pero acá eso sólo aplica a los que deambulan sin tener en cuenta dónde pisan. La distancia se volvió cercanía para aquellos que nos rodean, dejando a un lado las precauciones nos metemos en el campo minado pensando que ya terminó de detonar y queremos probar esa libertad que se volverá la perdición de la mayoría. O tal vez se trate de una ilusión, de la confusión producto del encierro autoinfligido que lleva a algunos a quitar el cerrojo saliendo presurosos a la calle como si la batalla se haya terminado. Incluso veo en los ojos de aquel al que cruzo una especie de asombro ante la máscara que cubre el rostro del que viene del otro lado de ese bulevar arrastrando los dos carros rojos, que se quedan a dormir bajo el alero recibiendo la descarga de la noche que ya comienza a hacer sentir el frío como anticipo de la próxima estación. Las notas aguardan tomar el tren que las devuelva a los remitentes de esos trabajos en la distancia, los escritos salen a la luz, la estufa trae cierto calor pero los pensamientos siguen más allá de esos alambrados detrás de los que nos refugiamos. Un poco de aire en la mañana ajustando los postigos, otro tanto en la tarde con el café a mano y el perro que regresa a ver los motivos de esta estadía tan larga, hasta a ella se le hace extraño que el sábado se haya extendido al resto de la semana en una especie de invasión que esconde otras intenciones. Los escritos se volvieron audios, ellos publicaciones y luego el posteo, las partidas conectaron con aquel al que no vemos demasiado, las llamadas acortan distancias pero el temor sigue latente aguardando que esto se desencadene como en otras partes del mundo en los que los muros eran más altos que nuestras defensas desesperadas. Aparte de los ventajeos de siempre que creía se quedarían afuera, pero enseguida salió alguno a justificar el asunto en la urgencia y las renuncias fueron por abajo nomás, el pez gordo siempre eludiendo el anzuelo. Sin mencionar a aquel cuya condena se aligeró con alguna causa que no se le aplica a todos por igual, según el nombre y el domicilio de notificación en un lugar inexistente mayores las posibilidades de largarles un poco la soga hasta que nos olvidemos que estaban tras los barrotes. La memoria se pierde entre tantas malas noticias y pasos en falso que son eso, falsedad pura de parte de quien debería estar cuidando al rebaño en lugar de seguir sacando ventaja y ver la manera de seguir lucrando sin mover la osamenta para partírsela bajo el sol.

jueves

Día 20 (Búnker)

Día 20: un sábado eterno, ayer las imágenes se asemejaban a que alguien hubiera abierto el grifo liberando la pestilencia sobre todos ellos que por incautos y por necesidad se agolparon en la calle. Las filas interminables, la desorganización puesta sobre la mesa y adiós a tantas precauciones después de catorce días desde que arrancó la cuarentena dichosa. Las muertes que se suceden, las que vendrán, el mundo que responde tarde y qué esperar del tercer planeta dentro de la tercera roca si no las muestras de los desastres que se pretenden esconder atrás de cortinas de papel. Lo que no pudieron las declaraciones y pactos de la posguerra en cuanto hacernos iguales realmente, lo está logrando la pandemia. No discrimina, no le importa lo poderoso que te creas o lo débil que seas, vendrá a golpear la puerta pero nadie escuchará el llamado sentándose en la mesa junto a tus problemas de cada día que son más o menos la misma porquería que los que pensaba eran importantes y se meterá en esa bocanada incluyéndote/incluyéndome en la lista. El tiempo dirá si hemos de sobrevivir, si veré de nuevos gran parte de esos rostros cuya fotografía descansa sobre la bandeja de la impresora que emite el mismo sonido lastimero de siempre cuando las palabras saltan de la pantalla al papel. Las sonrisas se pierden en un julio de hace dos años que parecen miles de millones de eones por no decir los días previos a los que viene a cubrir una salida y partida del globo solar semejante a esas grabaciones en las que todo se acelera, la ropa se seca enseguida teniendo apenas el trabajo de quitar las espinas que se clavan en la piel igual que tales recuerdos. Días difíciles estos, de aulas vacías y de ausencias que alguien siente pegando como piedras levantadas por la máquina que cercena el pasto igual a las vidas de aquellos que no supieron ver venir al enemigo hasta que finalmente empezó a cobrarles el canon con cada respiro. La secuencia se repetirá mañana deseando que en esta lotería no le toque a uno pero otros no serán tan afortunados si eso ocurre, flamea el fuego de nuestras existencia en medio de una tempestad que no detendrá ningún chasquido, escudo o armadura quedando la vulnerabilidad de cada ser humano expuesta como el corazón arrancado y puesto sobre una mesa de metal esperando que esa presencia omnipresente se apiade girando rápido el mundo para pasar a mejores momentos. Por ahora el ritmo cansino de las manecillas que en ocasiones se atascan es lo único que parece moverse, hasta las hojas han dejado de agitarse cuando la noche viene a poner su manta encima de nuestras cabezas.

Día 14 (Búnker)

Día 14: dejé atrás el portón corredizo, la seguridad de este rectángulo que nos ha cobijado las últimas semanas con más fuerza que los anteriores cinco años y recorrí una calle casi desierta a excepción del perro que salió al encuentro con el ladrido aflorándole de la garganta hasta ser llamado a cuarteles de otoño. Después vino la avenida, el aviso que bajaba desde el cielo, algunas almas deambulando por las calles, la puerta del supermercado a medio abrir y el chango propio que me acompañó hasta el interior. El de la carnicería no usaba barbijo, las cajeras y los explotadores del comercio sí al igual que el tipo de la verdulería cuyas manos se encontraban manchadas por la tierra que envuelve a alguno de los productos. Recorrí las góndolas esquivando presencias, la distancia sin embargo se achicaba desde el otro lado desandando pasillos y efectuando el recuento de víveres para terminar cargando veinte kilos más en envases azules además de las verduras. Los billetes recibieron una ración de desinfectante, el plástico se agotó hasta nuevo aviso, el sendero de vuelta fue bastante más tortuoso que a la ida deteniéndome unos instantes para cambiar la carga de posición y continuar por la calle más silenciosa que antes. En la reja actuó el desinfectante, debajo del alero y en los picaportes, la ropa terminó en una bolsa oscura, antes de esto las zapatillas sobre un trapo impregnado de lavandina, el agua cubrió los brazos quedando el olor ácido en el ambiente así como en la vereda que rodea la casa. Luego la lluvia sobre la cabeza, la mesa que antes ocupaba el jardín en los días cálidos sirve de plataforma de depósito del contenido que ahora suelta el changuito, previo paso por la aduana que la desinfecta y tras ello los vegetales han ido a parar a la conservadora que actúa como pileta finalizando con el escurrido de cada una de las piezas. Las manos enceradas pueden finalmente sorber el mate a la sombra, el mundo afuera sigue contando los días del encierro con mensajes que se escuchan hasta entrada la noche dado que muchos aún lo desoyen. El que se acercó buscando golosinas, el sujeto de afuera viendo espantado la máscara que portaba, las dos mujeres saludándose con un beso y otros dos dialogando en medio de la calle, el contraste lo puso la cara de enojo de la veterinaria que mantuvo la distancia. Los recaudos han sido tomados, no sé si serán suficientes pero es lo máximo que puedo hacer cayendo en varios momentos en la paranoia de la extrema limpieza y el temor a dar el siguiente paso fuera de este marco en el que pintamos una parte de la historia que en otros lugares es un punto rojo producto de la sangre que han dejado los que pelean en el frente de batalla.

Día 10 (Búnker)

Día 10: esa voz anónima llega traída por el silencio que hay en la calle, apenas interrumpido por el mensaje y algún que otro graznido. No pensaba que escuchar la lluvia anoche me fuera a reconfortar, sin embargo tampoco concilié demasiado bien el sueño hasta que el mundo desapareció despertando con el reloj anunciando dos horas y media menos que la realidad. Una llamada entró, otra salió al rato, voces que siguen lejanas igual que esas imágenes que llegan desde afuera aunque alguna refiera a un sitio no tan distante como Pinamar y la misma disnomia de siempre que se ha acentuado ante la urgencia del caso. Mensajes en rojo y blanco, alertas, urgencias, últimas noticias que dejan desubicadas a las que tenían hasta hace un rato ese rótulo volviéndolas viejas en los partes cada treinta minutos igual que a las cifras de enfermos. Cada tres días el número se ha duplicado aunque ayer se disparó la cantidad de casos, incluso ya no ha respetado a los que parecían los más vulnerables y se dedicó a expandirse en franjas etarias más jóvenes. No hay corona valga la ironía que proteja a los poderosos de la enfermedad que extendió su fúnebre crespón sobre el mundo, dejando el adiós en la puerta que se cierra en el rostro de aquellos que ya no verán a esa presencia que en solitario se va. No es que haya una diferencia en el hecho de pasar de largo en cuanto a irnos solos pero las palabras finales y los besos se han tenido que quedar apretujadas con la impotencia haciendo un nudo en la garganta, para eso no existe medicina alguna excepto la mitigación del tiempo. Otro día discurre en soledad, pese a que algunos tenemos la suerte de no estarlo del todo sigo con esa extraña sensación de fatalidad rondando cerca de la boca del estómago, una suerte de calambre pos carrera de resistencia de esas que se quedaron lejos en la adolescencia. Un par de fotos de un sábado antes de la final en Rusia son como maderos flotando después de que el acorazado se ha ido a pique y lamento las pocas palabras de afecto que les he dedicado a los involucrados en ese rectángulo repleto de sonrisas. La voz que viene del bulevar parece sacada de una película de ciencia ficción, los ladrillos se han mojado como en cada otra tormenta, las canaletas gotean esas lágrimas que alguno ahí arriba soltó y los brotes verdes se extienden en medio del camino que las invasoras de negro se empeñan en mantener abierto como canal de comunicación. Las ruedas aguardan a un costado del sofá poder besar algún día las toscas, el pavimento y las líneas que marcan el rostro de la calle en la que los únicos dueños son los perros que van y vienen, siguiendo con esa extrañeza de encontrarse tan a sus anchas ante la escasa presencia de seres humanos que de pronto se han marchado igual que los restos finales del verano. 

Día 8 (Búnker)

Día 8: la brisa golpeaba ese rostro al montar la bicicleta sobre la calle cuyas piedras pequeñas se estrellaban contra los rayos del carruaje que ahora junta polvo en un rincón de la casa, las noches se siguen viendo estrelladas pero hay demasiado silencio incluso para este lugar que se precia de dicha cualidad. El móvil pasa al atardecer con la sirena enloquecida alumbrando un poco los costados, las almas no vagan fuera del cerco a excepción de algún que otro perro que sabe interpretar esa calma que se ha extendido como un manto sobre la tierra habitada pero temerosa. No hay bombas en el cielo, tan solo es otro ataque etéreo que se cobra nuevas vidas y pone en la fila a varios que parecían en un momento invulnerables, mensajes por doquier en la distancia que ya asusta un poco. Voces que se extrañan metidas vaya a saber uno dónde, esperando que oigan la advertencia en lugar de seguir por el camino de siempre que ahora yace abandonado agrietada un poco más la vereda. La loma en la que los pinos le marcan el territorio al asfalto, la diagonal bajo un sol que sigue dándote un abrazo en eso de abrasar y ellos tres que se han separado ahí por diciembre sin la oportunidad de deambular una vez más por allí. Tras esto la calle de arena, el consultorio con el cartel de advertencia por si alguno no se ha percatado del asunto, un teléfono que sirve en casos normales y el susurro entre los hilos de alambre del terreno baldío que ha comenzado a ser limpiado aunque los siguientes trabajos deberán esperar a que el capítulo termine. Vuelta a la casa, al lugar del que generalmente huimos por rutina o por voluntad propia, paredes que escuchan con atención esas palabras de aliento que vienen desde los rincones del cosmos y siguen flotando en la noche en la atmosfera de la paz que se ha instalado por vez primera en la tierra. Aunque la batalla, una de las tantas de esta guerra, se siga librando mientras los defensores tratan de que las grietas que han comenzado a aparecer no se vuelvan un desmoronamiento. Aguantar un poco, las manos que se encuentran lejos suman su esperanza a esa metáfora, deseando que el contador no ascienda demasiado deprisa porque sino vendrá el desborde del río sobre los valientes defensores. Anónimos ellos, posiblemente los hemos cruzado incontables veces pero nuestra atención estaba en la ida apresurada o la vuelta lenta cambiando juntos de colectivo a bondi para distanciarnos con apenas un par de cuadras, ciertos lugares frecuentamos sin conocernos nunca. Ahora las vidas que penden de un hilo llamado incertidumbre son puestas bajo su ala protectora, los rectángulos de los alambrados rodean la construcción que acusa un lustro desde la inauguración y el postigo se da de bruces contra la pared a la que el pasto recién cortado manchó en señal de protesta. Sangre verde, si fueras la única que se derramara sería todo más sencillo.