jueves

Viszontlátásra

La ruta solitaria, la estación vacía, el sol que dibuja un espejismo mientras deambulo por ese camino desierto, el colectivo naranja que no se ha presentado en meses, el vecino cuya bicicleta emite un sonido argentino, los pibes en la otra cuadra jugando hasta tarde, los mensajes que no dejan de llegar volviéndose un bodrio repetido. El aula vacía, los rostros que vi un once de marzo en formato de bienvenida y despedida, los fantasmas de febrero lejanos ya, ese registro que no respeta los renglones aunque no es más que un conjunto de notas vacías sin la gracia de esas presencias a las que alude. La mesa de costura improvisada, la herida abierta por un pedazo de acero destinado a traernos un poco de pan, los escritos que se volvieron archivos de audios y libros, las caras conocidas que no estarán a la vuelta, ese adiós momentáneo que marcará la ausencia, el teclado que quiere una pausa después de tantas líneas en diversos viajes. El cangrejo malnacido al que un pisano viejo le planta batalla trepando esos muros que un montón de burócratas han levantado, cuidando que pocos lleguen a ese sitio para poder beber un sorbo de una fuente que no termina de curar del todo sino meter paliativos. La cosecha buena ha sido reservada para otros hijos de los dioses que también son mortales, aunque la manipulación del contexto les sirva para estar un poco más cómodos pero el final es el mismo. La improvisación dejando pospuesta en forma indefinida a eso que se le dio el rótulo de educación, aunque todo el tejido esté roto desde hace demasiado tiempo y no sea más que un cartel puesto sobre la fachada con decisiones que llegan tarde. Los docentes, enfermeros, galenos y aquellos que no dejaron la calle, ninguneados por un montón de bastardos que igual a parásitos se atribuyen sus logros jugando a decidir los destinos de millones desde pantallas lejanas a la realidad. Los despachos acondicionados a un clima ideal, sin los gritos provenientes de afuera que no llegan y el martillo ablanda carnes que baja, la casta de bienaventurados continúa manteniendo su encumbramiento con un montaje mal armado pero en funcionamiento. Reduciendo a pedazos cualquier reclamo que no sea ponerle la alfombra a algún espíritu desgraciado con las ínfulas elevadísimas, la venia del oro y la plata flameando un par de milenios para que nada cambie excepto la marioneta al frente. Las llamadas lejanas, los rostros a los que veremos al final de este recorrido demasiado largo, el rastro de ese guardián que desconoce la infidelidad celebrando la cercanía de las dos presencias que se han mantenido detrás del cerco. El miedo a salir destrozado como un espejo cuyo reflejo uno no quiere seguir viendo, el esférico con el corazón roto, esa botella que se ha pinchado sin motivo alguno y el último día del año que ha llegado con toda la carga lista para ser arrojada por millones de manos. El magiar que se aleja junto a esa otra presencia a la que he admirado aunque nunca se entere.


Violaciones

A la letra “a” le creció el bigote extendiendo su único brazo hasta esa nube que comenzó a moverse por el cielo de papel, después vino un unicornio de esos de lata pegándole un empujón para que se fueran los cúmulos a volver grises otros cielos. Por aquí estaría despejado con la casita adornada con dos ojos cuadrados, uno más grande que el otro y la puerta por la que las visitas se presentaban aunque también podía ser el cartero, algún amigo que venía a jugar y la primavera que en su verde traje se metía por cualquier hendija. El monstruo que vivía en el árbol se fue a dormir cubierto de los brotes glaucos así como una corona formada con las corolas blancas que venían anunciando la llegada de los días cálidos, las cortinas naranjas se mecían al sentir la canción del viento que usaba un oboe abandonando el resto de los instrumentos que tornan su melodía una cacofonía barriendo la superficie y obligando a los vivos a bajar la cabeza. Nada de eso, sólo páginas coloridas con un jardín detrás de la casa y la carrera de esos coches rojos y negros llevando pedazos de alguna hoja que ha sido recién cortada, el agua surgiendo de esa serpiente de caucho borrando las sendas trazadas que serán reconstruidas por la cuadrilla de obreras debidamente preparadas para la tarea cuya homónima empieza a despedir el año liberando a esos miembros que se dirigen a la plaza como luciérnagas presentándose a un cónclave. Tras la luz la oscuridad, el silencio y el miedo metiéndose por cada miembro, los malvados han salido de cacería tornando cada instante de felicidad en un reflejo de las vejaciones de esos momentos. Los dibujos ya no reflejan unicornios sino bestias cuyas fauces engullen los sueños, las sonrisas en esos rostros sin marcas y destrozan el alma que apenas ha comenzado a resplandecer, haciendo que queden jirones. La memoria, siempre la memoria, sale a la luz para que lo de antes se torne un suplicio que te persigue a través de los juegos, de esas salas pintadas de diversos colores que se vuelven uniformes hasta alcanzar el tono de un crespón. Afuera el sonido ha invadido los columpios y tiovivos deslizando la complicidad por un tobogán que lleva a un intento de ocultar, despidiendo a la arena del final que es llegada para volver a reiniciar el círculo aunque en ocasiones alguno ha logrado largarse dejando el llanto detrás. En otros lugares encontrará un pedazo de cordura, de esos dedos que sostienen la mano todavía pequeña alejándose en sus brazos de las brasas y del averno agobiante al que le ha llegado la tormenta extinguidora. Las páginas repletas de recreaciones de la vorágine han sido reemplazadas por imágenes parecidas a las del comienzo, aunque siempre existirá una arruga en medio de la página que se seguirá marcando con los años los cuales obrarán de bálsamo aunque parezca poco. 

sábado

Afuera

Este mundo al que hemos vuelto es extraño, es la misma sensación de estar caminando por primera vez. De poner un pie sobre la tierra y afirmarse, afirmar el otro y dejar de gatear. Es básicamente eso.

Las situaciones conocidas, los vehículos en calle, las personas que reinician la mañana, todo esto se hace extraño en este momento. Es más, hasta un mero trámite se ha vuelto algo extraordinario.

Un auto que se aleja, los controles, la demarcación de los sitios, las distancias, las medidas en sí, todo esto es un agregado. La mañana fría, es una mañana de invierno fría con una leve brisa pero única.

El lunes que generalmente es un hastío se ha vuelto algo irrepetible en este punto.

 

27/07/2020, 8:17.


domingo

Los 11 de Valenciano

 PRÓLOGO

 

En el año 2036, un meteoro impactó sobre la República Argentina y produjo la separación de la franja costera de la Provincia de Buenos Aires. Debido a la tormenta de arena que se levantó, los habitantes se habituaron a que este fenómeno se repitiera junto con algún que otro eclipse.

 

El cataclismo generó la aparición de la Liga Atlántica, integrada por equipos de las poblaciones refundadas tras la enorme explosión. Así surgieron las escuadras como Villa Morena, Dragón Verde, Piñamar, Darra, Sportivo Bahía, Deportivo Los Pinos y tantos otros.

 

La pelea por el campeonato se polarizó entre las ciudades de Bahía y la nueva Fala de Plata (antes Mar del Pata), rompiendo cada tanto esa hegemonía la gente de Piñamar. Sin embargo, siempre hay una excepción y esto nos lleva a la mañana previa al partido final del torneo, en un lugar llamado Silos del Sur.

 

I

 

A eso de las nueve de la mañana, la vieja Sworfish comienza a descender sobre la que había sido  la ruta de acceso al pueblo, en lo que antes se conocía como Tres Arroyos. El viejo Javier Omar Valenciano desciende de la nave, ahora pintada de naranja, adquirida en una subasta a unos cazadores de recompensas.

 

Deja el mameluco también anaranjado, el casco en igual tono y carga su vianda, consistente en ravioles con salsa casera, además de unas galletas adquiridas en la Esquina del Tuyú y un pedazo de queso parmesano. El vino en esa ocasión no está permitido, dado que tiene que estar atento para el partido de ese día.

 

El más importante en la historia del Club BN (Blanco y Negro), fundado hace cincuenta años y uno de los pocos sobrevivientes a la gran explosión junto con el Mapache Aullador. Es que llegan al final del campeonato de veinte equipos, tras un año de constantes batallas, punteros con dos de ventaja sobre el Dragón Verde.

Sin embargo, aún deben sortear un último obstáculo en su camino, el siempre difícil Darra FC, equipo duro como pocos.

 

Valenciano llega al Estadio de la Vía, aunque el tren ya no arriba más, sabe que si le quitan la pelota al oponente deberán aprovechar las ocasiones que se les presenten y cuidarse del balón parado. Su ayudante, el belga Scifo, ya tiene todo listo para cuando vengan los integrantes del plantel.

 

Al mediodía las gradas comienzan a ocuparse, incluso alguno ya empezó temprano a preparar el asado y los chorizos, no faltará ese líquido violeta venido del Viñedo Orlando de Gesell, circulando como agua entre los Beodos de la Bosta como se conoce a la hinchada blanquinegra.

 

Valenciano espera que la estrella del equipo, el legendario J. B. Cañones, no llegue tarde al encuentro y para eso designó a su mejor hombre a los fines de vigilarlo de cerca. El Barba Romero, al que apodan el Ruso, emitió un sonido gutural y se alejó detrás del discípulo de Isidoro Cañones.

 

El DT sacó su vieja libreta de almacenero, en donde anotaba todo lo que ocurría en el campo de juego, recordando la derrota 1 a 0 en el Estadio Solá, seis meses atrás. No podían repetir los errores o les iría mal pensó, mientras comenzaba a tomar unos mates en ese viejo recipiente de madera que recibió en un viaje a la República de Creta.

 

Así comenzó la larga y tediosa espera.

 

II

 

Valenciano soñaba, se encontraba solo en medio del campo de juego y tenía que marcar a la horda anaranjada que se le venía encima.

 

Corría desesperado de un lado para otro, aunque nunca llegaba al balón. En eso los rivales desaparecieron, pudo ver el arco de enfrente aunque la distancia era insalvable.

 

Se descubrió portando otra vez los guantes, de un puntapié mandó el balón hacía adelante pero este se esfumó.

 

Contempló el cielo despejado esperando el regreso del esférico, el tiempo pasaba, todo era calma.

 

De pronto algo comenzó a bajar, pero el balón ya no estaba. En su lugar, una enorme roca proyectaba una sombra cada vez más grande.

 

El meteoro caía sin que Valenciano pudiera apartarse, en un gesto desesperado extendió sus brazos hacía arriba y sintió el impacto.

 

Se despertó bruscamente, su vianda estaba esparcida por el suelo. El termo estrellado, el mate desparramado y Alphonse Marie, el nueve del equipo, sonriéndole con su blanca dentadura que resplandecía en el rostro oscuro.

 

Era hora de jugar, el camerunés se alejó llevando el balón que estrelló contra el banco de suplentes.

 

III

 

A poco de comenzado el encuentro, los visitantes hallaron la ventaja y las cosas empezaron a complicarse. La vieja radio Spika les informaba el resultado del cotejo entre Los Pinos y el Dragón Verde, no tan lejos de ahí en la ventosa Neco. El uno a cero se repetía en ambos cotejos, los visitantes llevaban la delantera.

 

Valenciano iba y venía, estaba haciendo un surco para la próxima cosecha. Su línea defensiva integrada por el Gallego González, el Chaco Díaz, Akira Sanada y el Turco Alí, resistía los embates de los artilleros del Darra.

 

El viejo Leoncio Álvarez, arquero experimentado como pocos, hacía todo lo posible para que la ventaja de su rival no se estirara.

 

El portero había trabajado de joven en el ferrocarril, tras el cataclismo se dedicó a vivir de changas y atajar los fines de semana para el club de sus amores. A él, más que nadie, le dolía ver como se les escapaba lentamente el campeonato.

 

Los dos centrales, Díaz y Sanada, eran tipos de pocas palabras (y de muchas patadas). Celebres fueron las disputas entre Sanada, venido de la tierra del sol naciente, y el nueve del equipo en cuanto al hecho de exigir que los rivales se practicaran la rendición del honor o coleccionar sus cráneos. Valenciano les había prohibido esas prácticas, con el argumento de que no eran los vencedores.

 

El Turco Alí había crecido frente a los silos, conducía un viejo camión cerealero hasta el puerto estelar que se encontraba en el límite con Creta.

González jugó en varios equipos, era conocido por sus quites a tiempo y  por sus arremetidas por la banda.

 

En el medio, Romero y Lara trataban de contener el ataque de sus rivales desde el nacimiento de estos. Sin embargo, hasta el momento los jugadores del Darra pasaban como querían.

 

Un poco más arriba, J. B. Cañones, no lograba entrar en partido dado que le gustaba demasiado la noche.

 

Adelante, Fernández e Iván Ban Ban intentaban desbordar para alimentar al número nueve: Alphonse Marie. Éste media casi dos metros, su oscura piel contrastaba con la blanca sonrisa de unos dientes bien alineados. Hasta el momento no lograba recibir un balón limpio.

 

Para colmo de males, la radio anunciaba el segundo gol del Dragón Verde en su visita a Neco.

 

Así terminaría el primer tiempo, Valenciano debería charlar con sus jugadores para dar vuelta las cosas.   

 

IV

 

Alphonse le rezaba a una oscura divinidad de su tierra, parecía por momentos que había entrado en trance. Sanada contemplaba la katana desenvainada y el pequeño tantō  que la complementaba, finalmente se colocó un hachimaki en la frente y esperó que llegara el momento de volver al campo de juego.

 

Apenas se percibía la respiración de los jugadores, Valenciano revisaba las notas de su agenda, Scifo presenciaba ese acto sacramental aguardando que surgiera un milagro de esos garabatos.

 

En eso Romero le aplicó una bofetada en el cuello a Cañones, volando el celular por los aires, yendo a parar cerca del Chaqueño Díaz. Éste contemplo el adminículo por un instante, luego hizo la gran Schiavi. Un pisotón bien puesto sobre el aparato dejando tan sólo pedazos de lo que alguna vez fue un celular.

 

Scifo tomó una escoba y una pala, recogiendo los restos del teléfono para luego arrojarlos en la basura. Cañones miraba atónito, petrificado como casi todo el primer tiempo.

 

En eso un golpe seco se oyó en la puerta, borrando por completo la atmosfera onírica que reinaba en aquel lugar y entonces Valenciano pronunció algo que sonó como una sentencia:

 

— ¡No se la sigan dando a los del Darra porque perdemos!

 

Acto seguido salió al túnel que se presentaba como un enorme camino de penitencias que deberían ser cumplidas hasta alcanzar la luz que se alzaba,  Victoria aguardaba en el otro extremo o el olvido que rodea a aquellos que no pueden tocar la gloria estando tan cerca.

 

A los cinco del segundo tiempo decidió que tenía que sacar a J. B. rápido antes de que siguieran jugando con diez tipos únicamente, pero viendo el banco de suplentes tenía más dudas que certezas atento que la mayoría eran juveniles.

 

En eso estaba cuando vio la trepada de Alí por la banda, los del Darra se habían quedado pidiendo una falta en el borde del área luego de que su número nueve fuera embestido por el expreso del sur conocido simplemente como Locomotora González. Un botín yacía desparramado en un extremo, en el otro el jugador se revolcaba de dolor tocándose el pecho aunque el golpe había sido en el pie. Puro teatro.

 

El Turco Alí arrancó la loca carrera en su posición de lateral, terminando con un centro que Alphonse vio pasar por lo vehemente del envío y acto seguido sobrevino la puteada de Romero debido a que Cañones seguía con los brazos en jarra parado en el verde campo sin moverse.

 

Ahí Valenciano se decidió, llamando a un desconocido suplente que en un par de minutos estuvo listo. El Barba le dio una calurosa despedida con una serie de sonidos guturales a su compañero y lo mandó detrás de la línea de cal con una patada bien puesta.

 

La dorsal del recientemente ingresado rezaba Prometeo, un nombre fuerte pensó el viejo estratega.

 

V

 

Nos dio el fuego, conduciendo a los suyos a ocupar un lugar siempre cerca de la luz alejando a esas tinieblas que desde la creación cubrían al mundo. Ello y el primer paso en formato de estiletazo que dejó mano a mano al de Camerún aunque el que sabía usar las extremidades superiores era el portero contrario.

 

Segundo intento, mismo resultado, la hinchada local empezaba a impacientarse no siendo raro que volaran algunas cosas desde las gradas aunque ninguna llegaba a destino. El árbitro pedía calma desde unos veinte metros más atrás, siempre lejos de la jugada igual que su estado físico.

 

Una nueva trepada de Alí, pase a Lara, este a Prometeo abriendo para Martiniano y centro a la olla para que el delantero sea convertido en sánguche por los centrales generando un balón suelto que manso queda picando en el borde del rectángulo de ese sitio vedado para los contrarios.

 

Ahí llegó Romero dándole al esférico como si fuera una bomba que debía ser sacada rápidamente del estadio aunque salió haciendo patitos, clavándose en ese lugar llamado científicamente ratonera generando el desahogo de la parcialidad en blanco y negro.

Luego los minutos empezaron a irse despacio primero, aprisa un rato después, la radio emitía una serie de sonidos que en el lenguaje de la estática significan la pérdida de toda esperanza producto de no saber el resultado en el otro cotejo.

 

En eso un individuo que se encontraba mostrándole a los de enfrente su colección de restos de pollo bien digeridos, alzó el puño apretado al cielo entonando el himno de todo estadio reducido a un puñado de letras.

 

- ¡Gooooooool, tomen amargos!

 

Los Pinos descontaba en la no tan lejana Necochea, aunque seguía sin alcanzarles a los locales lo que fuera que pasara en otra parte del planeta concentrándose toda la atención en ese teatro en el cual las piezas continuaban siendo movidas como en un tablero.

 

Prometeo tomó el balón similar a sostener en lo alto una tea arrancando desde el mediocampo viendo la manera en la que sus oponentes desaparecían ante la lluvia de piedras, otro fenómeno meteorológico que se hacía presente cada cierto tiempo. Los hinchas de ambos equipos se refugiaron debajo de las gradas, los cuerpos técnicos en los búnkeres desde los que contemplaban con binoculares el transcurrir de la batalla.

 

Los jugadores rivales no cobraban lo suficiente para exponer el pellejo así que se unieron a la hinchada, regresando sin las camisetas, los botines y cualquier otro elemento relacionado con la actividad que no era la principal. Muchos trabajaban en el campo que rodeaba como un océano glauco a esa región alejada del centro del mundo, la llama hizo amanecer en medio de la niebla que se había asentado en el verde terreno surgiendo ante el valiente diez el obstáculo final.

 

Reducido a la nada lo único que quedó fue la malla desprotegida, los guijarros cubriendo el terreno y a los dueños de casa festejando ante los insultos del director técnico contrario que le reclamaba a sus jugadores regresar a la partida, pero él seguía bien lejos del asunto.

 

Cuando la bruma se fue volvieron a estar once contra once, la cuestión 2 a 1 y el tiempo de recupero extendido debido a que el árbitro consideraba un buen justificativo la demora hasta que los del Darra recuperaron la indumentaria. Salvo el arquero que atajó usando un único guante.

  

VI

 

Se vinieron a vengar la ofensa pero con las ganas se quedaron, en una corrida final después de recuperar el esférico nuevamente el portador del fuego eterno empezó a apilar contrarios como si fuera en efecto la luz atrayendo a los insectos, abriendo el juego para el lado opuesto que visiblemente era tierra fértil.

 

La marea de carne y hueso se dio de lleno contra estribor en tanto que a babor otra vez el tren del sur dominaba el balón, un centro quirúrgico a la cabeza de Alphonse que empleando toda su humanidad se elevó como una divinidad oscura metiéndole el frentazo al ángulo viendo en una fracción al portero clavado en el piso.

 

Red, salvación, conquista, la corrida de la victoria a un costado con los once apilándose y el apartado J. B., gritándoles obscenidades desde la tribuna contraria aunque en seguida un botín del Ruso lo sacó de su traición.

 

Tras la epopeya el juez decidió que era mejor terminar el asunto, no hubo premiación debido a la invasión que culminó con el trofeo hurtado y una nueva oleada de piedras obligó a abandonar el tablero verde, con los jugadores del querido club festejando solos dado que las condiciones climáticas empeoraron bastante.

 

En su informe el juez diría que el comportamiento del golero visitante se debió a que encontró en su movimiento al otro palo una cueva de cuises que igual a zapadores construyeron toda una red, por la que transportaban las lechugas conseguidas de los insumos que el vendedor de choripanes traía en cada partido.

 

Algunos de estos especímenes se dedicaban a observar el match desde un lateral informando el resultado a los otros que aún siguen cavando, vaya uno a saber con qué finalidad sombría esa locura de sacar arena por un extremo para enceguecerse con la luz del día.

 

Finalmente la estrella que buscaban brilla sobre la pared descascarada del templo que pese a su silencio esconde los ecos de las batallas necesarias hasta llegar al pináculo, para después tener que bajar a empezar de cero. Curioso fenómeno este.

 

EPÍLOGO

 

Treinta días más tarde el sol emergió dejando a un lado la tormenta de polvo, los sobrevivientes de aquel espectáculo abandonaron la cancha soltando las ligaduras de Sanada y Alphonse con las que evitaron que sacrificaran a los vencidos. El último en irse fue Valenciano con su paso cansino y el recipiente para la viada que lo seguía a todas partes, el casco bajo el brazo y una sonrisa de satisfacción.

 

No se alejó más que unos cuantos metros cuando sintió que todo se estremecía, pensó que quizás sería otra tormenta de piedras pero la respuesta le llegó enseguida al contemplar el derrumbe de las tribunas formando un monumento abstracto a lo que una vez fue su estadio.

 

En la cima brillaba algo o eso le pareció mientras encendía la nave que se encontraba intacta, sobrevoló la escena para ver asombrado la copa desaparecida y a un ejército de cuises que enarbolaban la bandera propia en el territorio ocupado.

 

Supuso que la conquista no se la podía quitar nadie en tanto enfilaba al sur, a la República de Creta en la que su viejo amigo lo aguarda para ponerse al día de todos esos partidos que han transcurrido mientras la vida sigue.

 

En la escena que el director técnico campeón no vio un par de sombras ingresarían al campamento de los roedores y dejándolos adormecidos con la magia vudú se llevarían el trofeo, al amanecer notarían la sustracción de la copa saliendo en pos de los ladrones para darles alcance por la red de túneles, arrojando sobre el despintado camión celeste todos los proyectiles que su labor les generaba.

 

Sanada cortaba cada misil con la afilada katana empleando las técnicas de un maestro de espada y haciendo que al final la horda cuisera desistiera, perdiéndose el vehículo conducido por Alphonse Marie en el horizonte.

 

Los biógrafos dicen que sus huestes se adentraron demasiado en el territorio de las yararás así que el premio era inferior al peligro, por lo que regresaron al sitio del derrumbe y crearon una réplica de la copa que se exhibe ante las demás especies. Otro curioso fenómeno. 

miércoles

D10

A esa imagen en blanco y negro en un potrero cualquiera dónde sea que alguno se tome la molestia de hacer rodar al balón, con las camisetas de diversos tonos y blasones unidos por un puñado de letras cuya pronunciación alcanza cual eco cualquier recoveco incluso en sitios tan diferentes, pero en los que la lengua de ese ajedrez de movimientos continuos se ha instalado. Las escenas que quedan tras el último concierto son una alternancia de blanco y negro, con alguna pincelada celeste y blanca entre tantas camisetas amarillas soltando al ave de presa que hace trastabillar al cancerbero de verde, incrustando la perla en la red de un estadio italiano. De idas y vueltas entre amores y odios que no terminan de ponerse de acuerdo yace la persona, el ser cuya existencia se deshace en esta época de pérdidas profundas en la que aquello que hemos querido se empieza a quebrar en millones de pedazos cómo ese cristal cuyas líneas llevan a los infiernos. A los profundos pozos en los que la persona cae al pasar de las privaciones en su máxima expresión a la plenitud del éxito y del fracaso, el oxímoron que no puede dejar de presentarse en tanto seamos sangre, huesos y carne. El niño con la inocencia reflejada en la mirada habla a través del tiempo para luego volverse una sucesión de viñetas a color con una función de sábado en la que dice adiós, aunque no se haya ido del campo de juego jamás y ello lo lleva de regreso a esa llanura verde en la que seguir librando la batalla. Hasta el último momento excediendo cualquier ideología, algo bastante extraño en este tiempo de despedidas, volviéndose más que una leyenda al abandonar esa prisión que se ajó lo suficiente. Maradona es una metáfora de las luces y las sombras del ser humano, de esa gloria esquiva para muchos y las miserias siempre presentes. No hay forma de tener una cosa sin la otra en el caso de él, aunque todo ello queda de lado reduciéndose a una corrida fantástica desde atrás del círculo central.

martes

México

DUERME


Ya todo es silencio,

el último borracho se ha ido a dormir,

las luces que indicaban una alegría

tras otra se han apagado y ahora sólo

queda la paz de la noche.

En el mundo de los sueños esas borracheras

se vuelven burbujas, en las cuales

se manifiestan diferentes fantasías

las que se van a desvanecer al amanecer

cuando el sol surja por detrás del caserío

con tejas españolas.

Una vez que esto pase la bruma marina se

habrá disipado y las sierras recuperarán

su silueta, igual a la de los humanos

que despiertan después del sopor de la

noche y de las copas.


CUAUHTÉMOC


Cuauhtémoc espera a que el Coyote

le traiga el último poema, a través

de Tacuba.

Y es que sus espíritus viven en cada

uno de los rincones del valle,

incluso debajo de los adoquines

que se alzan donde estaban las

antiguas calles.

En cada parte hay un poco

de ellos dos.


LOBO


Aún es de noche, una suerte de viaje en el tiempo dado que allá en el pago ya salió el sol. El coyote se aleja gritando un adiós, un lobo negro  aguarda en los verdes campos ahí en la ría. Ya el sol se había puesto tras las colinas del valle cuando los pájaros emprendían vuelo.


Y las bestias mal educadas e ignorantes festejarán haberle puesto fin a la sociedad, apedreando al distinto hasta volverlo una masa  sanguinolenta  para así darse cuenta que estamos hechos de lo mismo.


RESMA


Una resma de hojas por un puñado de pesos, las líneas han de formarla los versos de este relato. Varias lapiceras con un poco de tinta,  igual que el resto de la sangre que aún me queda. Esto y las migajas para las palomas sobre el viejo tejado español, así empieza esta historia sobre alguien que lo tuvo todo para luego dejarlo atrás.

domingo

Inculturación

Sabía que de no lograr su cometido la ciudad estaría perdida, así que las heridas recientes apenas se sentían más cuando el polvo del camino lo había convertido en una especie de fantasma apagando hasta el brillo de la lanza cuya asta se redujo en uno de los encuentros de la batalla que resultaba ser un hecho lejano. Eso es pasado dirían ahora los jóvenes, para el pobre emisario la contienda estuvo fresca hasta que giró por ese camino dejando a sus compañeros en la lejanía y sólo el sol lo acompañó aunque era para seguir torturándolo mientras los vencedores descansaban al resguardo de las sombras. La capa raída le había servido de vendaje, tomó el arma quebrada y dejando a un lado el yelmo saltó a la senda por la que llegaron esa misma jornada, las piedras eran despedidas por las sandalias que se unieron al resto del ropaje gastado. La última fuente de agua pasó pronto en ese recorrido, una vuelta más y apenas se acordaba de ese guijarro que cometió el atropello de meterse entre los dedos de su pierna izquierda dejando una marca roja antes de ser expulsado por el fondo. Tampoco eso significó algo un par de kilómetros más adelante, el porrazo que se dio en otro momento y la sensación de vacío en la boca del estómago fueron desterrados a un lugar lejano, al dolor le sería mejor encontrar otro cuerpo que castigar. Todo el entrenamiento recibido por años se resumía en ese instante, un mensajero de los dioses corriendo de vuelta al corazón de esa divinidad en la que las estatuas se alzaban gloriosas señalando al cielo y el mero hecho de recordar esto le bastaba para pedir un poco más de esfuerzo a sus exhaustos miembros. Ya empezaba a tener la sensación de estar cerca, una oveja solitaria lo miró desde la vera masticando una hierba amarilla como consuelo por haber dejado a la manada sin líder aunque descubriría al otro día que ya  tenían uno nuevo  que ocupaba el mejor sitio a la hora de beber del manantial. Sacrificado por las huestes que festejarían la retirada de los invasores dos jornadas después, la sobreviviente preferiría no reclamar el trono vacante y se contentaría con perder un poco de su lana en lugar de terminar dándole más fuerza al fuego cabeza abajo. Sin la cabeza por supuesto. Regresando al momento en que cruzó al velocista pronto este se perdió a lo lejos, divisando las murallas de la ciudad a la que pretendía anunciar la dicha de esa victoria, con los contrarios huyendo despavoridos después de tanta resistencia de aquellos que les mostraron los dientes. Acto seguido partieron cráneos, destrozaron escudos y quemaron esos barcos que desguarnecidos se asoleaban en la playa desierta con la creencia tonta de estar seguros en un territorio que no era el propio, pensando en las ventajas de tener enemigos tan burocráticos a la hora de tomar decisiones cuando un gesto del soberano era suficiente para decapitar a un tonto irritante. Sin embargo ya se habían llevado más de una sorpresa en su intento de conquista, así que pronto quitaron de sus gruesos tomos de historia la idea de que aquellos bárbaros eran unos torpes sin ninguna clase de facultad que implicara un trato diferente al de sus animales de carga. El retorno de las legiones diezmadas daba cuenta de ello, al rey de todo no lo quedó más que dedicarse a ser el soberano de su civilización dejando de lado a las bestias que seguían con sus costumbres paganas venerando a tormentas, océanos y estaciones con formas de deidades humanizadas. Despejado el escenario únicamente quedaba la encarnación de Mercurio llegando sin aliento a la enorme puerta, los guardias por lo visto estaban en otra dado que se acercó a toda prisa para que absolutamente nadie reparara en él hasta poder darle el golpe a la placa de madera que resonó duplicada por el eco de ese paraje haciendo que de a poco los ciudadanos se asomaran mirando al desgarbado intruso.

—¡Nike, Nike!

—Está mal pronunciado le respondieron desde lo alto y le dieron la espalda, cayendo muerto justo a las puertas de su hogar.

sábado

Ella

La mano izquierda le dio con alma y vida al enorme botón verde, después se deslizó por el tobogán derechito a un par de brazos tibios que se volvieron un moisés acariciando la barbilla de ese ser que entre lloriqueos la llevó a recorrer un mar blanco, dormitando entre esas extremidades ante el arrullo que se volvió su mundo conocido desde entonces. A partir de ahí se salió del molde, de la limitación impuesta con miedo e impedimentos, dando cuenta de la selección de libros que se precipitaron como esquifes a través de una catarata llevando uno consigo para investigarlo del revés ya que para correcciones está el resto de la humanidad. Un rato después descubrió el significado de una parte de esas obras, transitando a fuerza de deletreos de la niebla espesa en la que únicamente hay sonidos guturales a la palabra aunque no recordaba si en otros momentos la situación había sido diferente. Se sentaba cerca de la ventana incluso en los días grises de las dos estaciones en las que la vida se repliega afectada por una fiebre helada que la deja sin manta alguna, la crisálida desde la que emerge con un montón de brotes en el tercer capítulo allanando el camino a la erupción de los meses torrados en los que se encuentra consuelo en las sombras, frescura glauca que se mezcla con el azul de ese espejo salado con imitaciones baratas en diferentes rincones del concreto. Los rayos le sirvieron de renglones, marcaron la capa blanca que la recubría dejando círculos rojos que resaltaron aún más ese tono exterior bajo el cual el fuego empezó a extenderse, derramando líneas carmesí que terminaron con ese andar sin tribulaciones por las calles de una infancia que se quedó guardada en un depósito de llaves extraviadas. Quitó el velo de sus ojos entrando a otra etapa, las centellas desaparecieron en la distancia aunque la exaltación fue detectada por esa primera presencia y escondida entre confidencias que al otro no se le hacen dado lo binario del asunto. Halló consuelo garabateando notas que se borraban una vez que la siguiente página aparecía en el horizonte, recibiendo etiquetas de descarriada por parte de los que veían sólo los pasos ajenos despreocupados de cuidar los propios y condenaban como jueces de un averno terrenal. Los ignoró, se marchitaron al igual que las etapas que pasó templada en el corazón de tanta batalla ahogando el pianto con las risas, obligando a sus labios a llevar esa expresión burlona de permanente desafío contra las normas sabiendo que se salía de ellas desatando un sistema de contención que siempre fue impiadoso. Transitó por las calles desiertas en las que encontrar un alma parecida se vuelve una tarea imposible, con muchos adioses acompañados de portazos y de hojas marrones que en ocasiones vestían de amarillo hasta dar con el sitio indicado, descubriendo que no estaba sola. Otros refugiados buscando la luz del día en la noche cerrada, ventanas que desdibujan a la ciudad dormida ahí afuera en la que los monstruos surgidos de las ramas agitadas viven en la cabeza de esos que no pueden reposar bien, aterrados y sin ánimo de dejar la pesada vestimenta que se les impuso de pequeños. Para ella simplemente era quitar la bolsa cargada, dejarla a un lado mutando a mariposa que se eleva con miles de colores entre los brotes anunciando la vuelta de la primavera que deja el encierro al igual que ciertos aventureros, extendiéndose ese momento por las grietas del concreto que se parte liberado del gris al que reemplaza con la paleta de colores. Flamea el vestido multicolor por las calles que empiezan a impregnarse, con los locos vueltos sabios y los déspotas vistiendo harapos, la memoria pone en orden ese pueblo de piantados purgando los malos hábitos que ya no son tolerados, ni siquiera la excusa de segregar a la mayoría que no se adecúa a las reglas del séquito al que se le termina el curro. Extiende sus extremidades abarcando al mundo, nadando en cada uno de los espejos disponibles para después recostada en la playa de arenas blancas y morenas culminar fundiéndose con ellas, hasta que la luz naufragó alumbrando para reiniciar ese círculo de visiones lejanas que se parecen a la primera escena. La canción suave, el lugar confortable, un millón de años con la costumbre repitiéndose, la caleta en la que la nave apenas se mueve, luego se levan las anclas oteando el horizonte para ver si esa embarcación con una única vela regresa no sin antes saltar entre las nueve baldosas en las que acechan peligros inmensos. Grietas, rajaduras, pasto que se abre paso, colores en cada casilla, una piedra como arma para la mayor de las batallas cuyo último acto es hallar el cielo en este mundo descreído que únicamente atina a tratar de volverte a meter entre esas cuatro líneas bajo pena de una armadura blanca. La paleta te arroja el repertorio, tras haber alcanzado el arcoíris cubriendo esas barreras invisibles con una lluvia de colores que se esparce por todo el recinto en el que recreas la parte del espíritu que no se dejó someter, haciendo que los muros reflejen ese edén.

viernes

Fracasos

Desde las sombras de mamá a la luz del mundo que te recibe con bombos y platillos, luego se olvida un poco del pequeño en la medida que crece metiéndolo en alguna casilla de manera forzada aunque a él no le guste para nada todo el asunto. Ya entonces pierden la noción de su presencia, incluso la mano pequeña vuelta enorme se ha desprendido del seno materno en un adiós anticipado y el miembro menos hábil responde a la situación muchas veces pintando más sombras que certezas al dar los pasos previos a la adolescencia. Vendrán entonces los golpes, el olvido al que varias actas quieren someterlo, los salvoconductos que implican la expulsión de ese edén para los victoriosos y la puerta cerrándose en señal de campana del averno. Echada la suerte no queda más que resignarse, pero para ese punto puede atravesar la avenida ventosa con el polvo pegándole en la cara curtida así como el viento que remolinea el humo del carro improvisado de comidas. El único calor que ha recibido al irse por la calle de los zíngaros vuelto un vagabundo más, dejando la huella sobre ese pavimento de tanto andarlo para encontrar la plaza vacía así como el aula que guarda su huella. Todo reducido a golpes, por eso el tatuaje sobre la madera hundida y las reprimendas, nadie que salga a ver la razón de la conducta dado que eso no es lo que sería normal por estos tiempos. Corrección política a granel, metida por entre las hendijas de un sistema que se cae a pedazos pero intenta mantener de alguna manera la forma mientras los cortes sobre la piel evidencian lo inevitable. Luego el recinto ha perdido una presencia, pero la mácula sigue ahí incluso cuando han contratado un ejército de limpiadores que traten de borrar el rastro del acto serial que ha llevado a esto. El silencio acompaña los pasos que algún alma en pena da por esos pasillos negros en los que se ha matado a la luz a partir de ponerle paños fríos al asunto y no admitir que algo anda definitivamente mal. De la oscuridad a la sala blanca, restricciones puras para tener fuera a los impuros en tanto tratan de determinar en qué casillero le corresponde ir fuera del mundo de los normales. El espacio sin manchas que existe más allá de las fronteras en las que nos movemos, ahí se ahogan los hábitos de aquellos que son diferentes y se los manda de vuelta con un pase temporario a deambular entre esa calles en las que son esquivados cual perro sarnoso por los que observan desde las ruedas del confort construido a fuerza de sudor, para que igual que una canilla siempre abierta el tanque se vacíe y el vástago nunca sepa de dónde le llegó toda esa opulencia. El río rojo se esparce a través de las grietas de la civilización mal educada, compradora compulsiva de un montón de adminículos que no suplen las ausencias de los adultos cuando la luz inunda la mañana y oculta la misma falta durante la noche detrás de pantallas que atrapan las rutinas diarias. El somnífero de estos tiempos, reducido a un montón de instantes que muestran apenas los pedazos de la luz en medio de tanta oscuridad y al cambiar de imagen la anterior se viene en banda mostrando un cuarto vacío en él que su alma está atrapada. Pero no es la única allí, de tanto andar viendo para otro lado se han ido a formar parte de ese paisaje como un tapizado que el tiempo levanta y deja en evidencia los errores de cada uno de nosotros. De los que pudimos hacer algo diferente para cambiar el curso de las cosas pero fracasamos, de los otros que se dedicaron a cajonear la historia y finalmente de los que vieron el incendio pero era mejor un papel firmado por cualquiera antes de asumir que algo no iba bien. El fracaso de esta obra tiene como sinónimo los nombres de aquellos que no hemos hecho nada más que ver al cielo azul e ignorar las llamas abajo, alguien más vendrá a apagarlo supongo. 

Baldosa

La peor de todas es la que presenta líneas en su cuerpo, por lo general son dos aunque a veces hay alguna extra aguardando a que confiados pisemos encima de ella buscando refugio de las superficies resbaladizas cuando la lluvia ha caído por un buen rato. Entonces viene el catapultazo, ni bien el gigante apoya todo su peso de ese pie deseando que no haya ninguna mina hídrica en medio de la jungla de asfalto que tendrá por iluso un caído más en sus filas. Luego el insulto al aire, el frío empieza a sentirse en las extremidades inferiores que por andar al ras del suelo no conocen de los problemas que azotan a las altas esferas en eso de tener la cabeza en cualquier lado. Todo impregnado de un olor fétido, del rencor guardado por un cuadrado cuya argamasa se ha vuelto polvo dejando entonces de pertenecer al conjunto y así volverse un paria entre los propios por eso de no estar al tanto de las vibraciones que le llegan al conjunto. La noche ha caído sin que realmente le importe, ella que supo ser la pieza nueva por reemplazo de otra que ocupó el lugar ahora empieza a agrietarse tornándose vetusta con la pérdida de sus memorias más preciadas. La belleza es la primera que se va, alejándose loma arriba buscando algún mármol en el que sentirse reflejada para sentarse viendo el brillo nuevo producto del sacrificio de un par de manos repletas de batallas y de trastos con los que logra estar cerca de la luminosidad del sol. Después vendrá el abandono de las hijas hechas a su imagen, quienes partirán en direcciones diversas llenando el mundo de silencio pese a que el lazo sigue ahí en cada uno de los átomos que componen la masa que ahora se desgrana culminando con la remoción. Entonces el rejunte de fragmentos de historias a un costado, apiladas en contenedores con pedazos de basura, cables que alguna vez condujeron la luz al extremo sobre una mesa abandonada en un rincón plagado de telarañas y vacíos que esperan ser removidos con la presencia cruzando el umbral. De corolario la tierra encima de todos esos restos, el mundo que sigue haciendo que avanza pero en realidad repite los mismos errores del pasado con versiones que cree son nuevas por el hecho de que las generaciones envejecen siendo reemplazadas por otras que carecen de esas memorias. A un lado del camino ha servido de relleno de una de las tantas depresiones que han de ser niveladas, desmembrada por la maza que machaca sin piedad para luego enviarla a las sombras sintiendo el cobijo de las raíces por un rato hasta que se percata que arriba sólo queda el tocón que será igualmente removido. Adiós a la esperanza una vez que los dientes de la maquinaria se llevan ese último foco de resistencia, encima echarán la carpeta para cubrirla con alfombras que recibirán los pasos de los dignatarios que ni se dignan a mirar al resto fuera de ese sueño. Sus imágenes pasan sin prisa por entre los corredores que resplandecen impolutos doblando la esquina para que un ejército de esclavos se dedique a repasar los espejos de piedra, un tanto semejantes a los que adornan los sepulcros en la colina que se eleva por sobre la ciudad. En otro tramo de la escena será desenterrada la piedra por la acción del tiempo, puesta al alcance de un par de críos que la patearán directo a la laguna que se ha formado después de un derrumbe que terminó con el castillo y el ascenso de su propietario dejando el llano desierto por la huida de los cercanos que bien lejos se han ido al terminarse la jarana. Regreso de cada uno a ocupar el lugar que les corresponde, polvo entre los guijarros que el río guarda marcando cada ciertos momentos las barbaridades que tiene que presenciar como un informe que en forma póstuma le enviará al océano. 

Rosedal

Hizo los arreglos, después se ocuparía de la visita fumando junto a una de las tantas lápidas ese cigarro que eternamente lo seguía cuándo la ocasión lo ameritaba y descubrió que todos esos anillos que ostentaba eran en ese momento vidrio molido. El único amigo que tuvo alguna vez se había ido en completo silencio, jamás le solicitó ayuda alguna y él ni siquiera se enteró metido entre tantos negocios que ahogaban cualquier otro sonido. Era una enorme fábrica con cintas de ensamblado, miles de brazos poniendo cada tornillo y la caja final con la que salían al mundo, luego el cartón se volvería el colchón de algún linyera. Al mundo le encantan los eufemismos para ocultar que una parte se le muere con cada alma que deambula bajo la atmosfera fría, secada la garganta en el estío y vuelta a empezar. Lo cierto es que con todas sus preocupaciones Haifisch pasó de largo no dejando nada salvo el vacío en el corazón de ese hombre que no tenía luz alguna en ese mundo, el rosedal lo recibía cuando cruzaba la reja extremadamente pesada con el paso de los años. La nieta jugaba en el fondo, los sirvientes iban y venían como hormigas aunque ahora se les ocurriera llamarlos personal doméstico seguían siendo los que recibían los latigazos de esa sociedad que se devora a los demás. Papel mojado, letras que se borraban rápido cuando las plumas negras revoloteaban y el nido se tornaba un avispero en él que apenas unos cuantos huesos deshechos podían ser reconocidos. Luego alguien los arrojaba al vacío, justo cerca del hocico de ese can que en sus ratos libres se contenta con ladrarle al que está del otro lado libre hasta llegar a la parte baja de la reja para detenerse sin aliento. Igual que esas naves que se secan y se desprenden de los brazos ahora descubiertos de los que viven ligados por siempre a la tierra a la que han de regresar, deseando que el desierto de baldosas se manche con ese ejército que viene de los cielos a golpear a esta humanidad que confunde las lágrimas con un accidente cualquiera. A los sitios que se han negado a recibir la purificación vendrá la segunda andanada en cuentagotas, deslizándose de los dedos verdes hasta dejar oscurecida la arena que se negaba a ser salvada y manchando la huella de ese individuo que corre espantado por las venas dibujadas en el firmamento. Rosenrot lamentó la vida que su amigo desperdició para quedarse con un vaso a medio llenar contemplando el inmenso espejo de tonos verdes, azules y en ocasiones blancos, salpicados de ángeles que serpenteaban entre esas crestas detonadas contra las escolleras en un mensaje suicida. Y así la pregunta vino a él, tal vez no hubiera sido en vano el sacrificio si podía cambiar el curso de los acontecimientos de manera que cargó aquello que cabía en el viejo morral escapando en la madrugada para recorrer mientras pudiera ese mundo que le era desconocido. Los anillos quedaron para que los depredadores se los disputaran en la mañana.

 

Libertad

Hubo un tiempo en el que la libertad se extendía por detrás del sol ganándole siempre la carrera cuando se ponían a competir, yendo a encontrarme con ella en cualquier esquina sonriendo mientras uno seguía su viaje a una de esas tantas ocupaciones que conforman el repertorio de todos esos individuos sindicados como meros contribuyentes. Los mismos a los que han metido detrás de las rejas aunque estas tengan la forma del hogar con esa habitación que obra de celda aunque la posibilidad de ir hacia la ventana sigue disponible, hasta que nos digan que no se puede hacer eso y el cerco del otro lado se traslade hasta acá como prueba material de lo que significa estar prisionero. El sol detrás de los barrotes, pero del lado de afuera, se burla de su dignísima que ha quedado con los grilletes bien apretados en una especie de ironía pese a que sigue riéndose en la cara de los tiranos con la copa en la mano que desborda derramando la sangre propia. Los abusos están a la orden del día, más civilizado, más recursos, mejores probabilidades que el proveedor pueda sacarle provecho al asunto desviando las ayudas que son meros paliativos ante la arremetida de un océano de enfermedad que le pega a cualquiera pese a mantenerse las castas todavía. Sube por las alfombras rojas girando enloquecido como un caracol del averno para darle de de lleno a aquel que mira los enormes periódicos sin saber que en un desliz se le ha colado en la garganta cuando el portador simplemente quiso conocer el resultado del último encuentro, puestos los dos a la misma altura y en el peor de los casos también descenso compartido. Pero no la hemos visto venir, miro por enésima vez el mismo cuadro y levanto el vaso que se me antoja un tanto vacío o repetido aunque no recuerdo en qué momento he vivido algo parecido tornándose los días un hastío peor que las rutinas a las que estábamos acostumbrados. La patrulla pasa haciendo que no vigila, el carro rojo corre sin prisa por la calle repleta de vacío, la felicidad sobra pero la tristeza es la que invade su palacio concentrándose en los corazones y haciendo que lamente el día previo a esa final del mundo que se encuentra lejos, demasiado lejos Igual que cada uno de esos rostros cuya fotografía sirve de acicate para aguardar que el peso de las horas vuelto eterno nos deje un resquicio por el que huir buscando esa manzana y pasarle al lado a Heracles que se queda aguardando para devolvernos ese globo. El único que ansío es aquel que se larga nuevamente por la esquina luego de haberle dado un beso a la palmera cuyos brazos verdes lo despiden para envidia del mundo que yace recluido, sin que importe un poco cuán grandioso se creía uno o los pergaminos que colgaban de ese muro que ahora es una hoja en blanco.


Samsara

Ciclos, de lunas y soles que se van regresando para confortarnos en medio de la oscuridad que atravesamos en esta danza de luces y sombras, eternamente unidas las palabras y las acciones que culminan en el alma danzando como un fuego en la palma de esa energía omnipresente. Encomendando el viaje a quien aún escuche allá en el éter, los ojos abiertos de par en par brillan en medio del firmamento pero son sólo las ilusiones de todas las existencias que se han ido para regresar en una forma u otra dejando la estela para que alguno las siga. Tras ello la mutación, lo que se llama tiempo no es más que un recambio de las energías apareciendo las formas anteriores ahí en la dimensión onírica anuncio de que han tomado otras apariencias y danzan en medio del eterno conflicto. La corola ha perdido su rojo carmesí que es un río anunciando el final de ese otro ciclo, el derrumbe de ciertas esperanzas y la calma en la noche con un viento de lluvia que antes eran lágrimas encubiertas bajo una capucha tormentosa. Letras vueltas himnos de batallas, hojas rotas que se humedecen y se ajan hasta que no queda nada, la tinta azul es río que va cantando directo al océano para darle un poco de dulzura a tanta sal que en este momento es arena golpeando un rostro joven. Las líneas que dibuja sobre la piel serán las estrías luego del alumbramiento, un latigazo el grito de bienvenida a la jungla en la que ese llanto será mañana risa y la sal apenas un grano que el agua deshace. Las marcas sobre la playa se las tragó el mar, el tamarisco sigue agitándose al compás de la misma canción que hace bailar a los álamos y los despojos inertes de quien ha decidido adelantarse en ese viaje que emprenderemos. Hormigas esquivando golpes secos que les caen desde lo alto, un sonido gutural transformado en la respuesta a tantos abusos y de nuevo la transmutación del verde a marrón, vuelto verde claro que resplandece bajo el sol de septiembre. Cañas que emergen desafiando a la guadaña, carretilla llevando los restos de sus hermanas como un cortejo directo al baldío y ahí pasta el equino que antes fue rey pero ha tenido que perder la cabeza por la osadía de querer ser libre, tirando lejos la diadema viendo con regocijo cómo los aduladores en torno a él se empujaban para poder tomar ese objeto de poder. No más que metal caído del cielo, apenas una partícula en comparación con esas estrellas que son mil veces más preciosas que un diamante pero a este le dan un valor que lo vuelve un cuerpo celeste. Los anillos se deshacen, se escurren los tatuajes cuando la piel se deshace volviéndose polvo con él que escribimos las memorias dejando atados los recuerdos a unas cuantas páginas que alguien verá reciclando el proceso para que en tus ojos aún se pueda contemplar el amanecer y sentirse la caricia del primer rayo en las espinas de ese cardo que se defiende del equino osado buscando apoderarse de su flor violeta. La antigua batalla vuelve con otro capítulo, uno obtiene finalmente la ventaja para luego perderla en la siguiente reencarnación como forma de equilibrar la balanza permitiendo que esa fuerza presente en cada uno de los momentos que vivimos se renueve una y otra vez. 

 

Espeleología

Todo comienza con un mal hábito, pero acaso nunca hemos incurrido en él cuando la situación apremiaba y la sequedad invadía ese recinto encima de la boca obligándonos a iniciar la difícil operación de extirpar aquel objeto que se niega a soltarse de las fosas. El hombre había dejado la escalera desde la que ascendía al cielorraso quitando con una espátula los restos de la capa anterior, pieza húmeda que encerraba voces de épocas anteriores cuyas marcas se veían aún en las paredes y en el óxido acumulado en las hendijas del piso de madera. Un guante en los peldaños, el otro al piso luego de que la operación comenzó a complicarse requiriendo la ayuda de ambas manos que se turnaban como excavadoras a los fines de llevar a la luz a ese condenado que se asía a la oscuridad. Dejando el cuarto atrás hacia el pasillo en el que apenas la luz del atardecer se podía sentir, ya las sombras invadían el tablero desalojando las casillas blancas que se tornaban grises hasta fundirse en un manto negro. Entonces dio frutos el esfuerzo aunque haya tenido que rodar escaleras abajo y quedarse desvanecido, sin presenciar que de la extirpación nasal cobraba forma una bestia que se lanzaría liberada calles abajo iniciando la cuenta regresiva en 66, 65, 64, 63 hasta dar con el edificio central que explotaría en miles de pedazos. El cielo se volvió rojo, el poltergeist desencadenó el final del mundo conocido o una continuación de este si consideramos que los demonios moran en las almas de los mortales, debatiéndose en una lucha intensa con esa otra parte que podría ser considerada el bien por antagonista. A veces únicamente hace falta una pequeña molestia que suponen las garras del impío intentando quebrar la delgada capa que separa a una acción correcta de lo contrario y ahí se suelta el nudo que evitaba el derrumbe de la muralla, dejando a un lado la cordura para naufragar en los mares de la locura. Por eso el sujeto que servía de recipiente no recordaba nada de lo sucedido, el golpe más la amnesia de la pérdida de su lado malvado lo llevarían a deambular por las calles con adoquines vacías un sábado de enero. El calor se largó extrañamente, las hojas anunciaban un otoño rápido al que los cuerdos le darían el nombre de cambio climático pero eran las hordas de malvados que buscaban terminar con la estación calurosa para que la esperanza dejara esta tierra y con ella la conciencia por la justicia. Saltando en una rayuela interminable con los dementes que fueron liberados por ser más, prisión de los razonables que miraban con ojos vacíos a las llamas ascender sobre el horizonte con la quema de la cordura y las banderas del libertinaje enarboladas en los actos públicos. Bebiendo el vino sangriento, el del esfuerzo cotidiano sonando las carcajadas de fondo y todo por una bola apenas de moco que no fue controlada a tiempo dejando un legado magnífico a los que vendrán que encontraron la habitación sin terminar con la espátula clavada en medio de dos tablas gastadas que constituyen aún el piso sobre el que desprevenidos caminamos.

Fragmentos de un naufragio

Las becas eran una especie de oasis, les permitieron a unos pocos lograr tener cubiertas sus necesidades básicas y ocuparse sólo de asistir a la cursada. Un ocho de marzo llegó a la pensión, le asignaron una habitación junto a otro paria venido también de la inmensa costa. Su amistad ocupó las horas siguientes, los mejores años de una vida que pasaban despacio, pero a la larga también se terminarían. Conocería algo parecido al amor, aunque en realidad esta era una idea prohibida en tantas pruebas de camas y encuentros esporádicos, no pudiendo evitar considerar a la otra persona más allá de los placeres carnales. Los desamores se tornaron en poesía, las letras en una forma de ahogar penas aunque existían ciertas drogas sociales que volvían las horas interminables en apenas momentos de un reloj. Usaba el material de la universidad de campo de escritura, los folletos y propagandas electivas para volcar las lágrimas, los horarios de cursada sólo servían para interrumpir la monotonía de esa época alternada con interminables sesiones de estrategia. O de salas de arcades en las que se encontraba inmerso en otra personalidad, recorriendo historias que duraban lo suficiente para atenuar la tristeza, todo esto volcado en una nueva aventura. A la larga se encontró solo cuando los demás se fueron, una rápida despedida en un estacionamiento y comenzó la diáspora lo que también sirvió de combustible para continuar con las crónicas. La mudanza no tardaría tampoco en venir, así que los cambios se suscitaron de manera tal que pronto todas aquellas experiencias le parecieron demasiado lejanas. Aunque muchas veces se encontró viendo hacia el pasado, intentando resistir el presente que se le hacía demasiado aburrido, es como si hubiera dejado un pedazo de su alma en alguna de las tantas habitaciones en las que moró y dejó escrito en un último cajón de un armario una pequeña inscripción. A la larga el paso de los años curaría la nostalgia, pese a que se descubriría demasiadas veces retomando historias generadas en esos días, en los que verdaderamente era libre y ello lo encontró de nuevo cuando finalmente no tuvo nada que lo atara. Atrás debía quedar todo para iniciar otra fase de la misma vida, una mejor etapa si se quiere, cuestión de arriesgarse y esperar que las cosas fueran mejor. La ciudad lo recibió despreocupada, inmensos edificios que le hacían cosquilla al cielo y lograban que ese techo se marcara con las venas grises de la contaminación, el sol se volvió apenas una luz blanca que parecía más ausente que otra cosa. El contacto con los amigos de la época pasada se tornó poco frecuente, recibía en el móvil que había adquirido para no quedarse fuera de la comunicación social impuesta, imágenes de vidas que se unían y daban lugar a otras existencias. Pronto tendría un muro recubierto de fotos a color que culminarían por tornarse veladas, guardarlas en un formato digital equivalía a meterlas en un depósito al que cada tanto regresaría para mudarlas a otro soporte parecido. O bien simplemente olvidarlas al igual que los álbumes antiguos que desaparecieron en una mudanza o en la demolición de la casa, pérdida allá a lo lejos en Las Avutardas. Pues bien, la ciudad se lo tragó pero luego se ocupó de devolverlo y marginarlo, una vez que se alimentó de su energía vital como si se tratara de un vampiro de concreto. El viejo apartamento se transformó en una especie de celda, enormes bloques con espacios debidamente acondicionados a los fines de que los aportantes contribuyeran en conformar el erario público bajo la forma de impuestos interminables. En cierta forma cada vez que pasaba el dedo sobre la pared blanqueada en ocasiones, marcaba el tiempo que había pasado en ese lugar. Cosa de no olvidar algo, por lo menos.

 

De pronto, aunque fue ocurriendo despacio hasta que lo notó se halló solo si bien sus amigos no estaban tan lejos empezó a quedarse atrás en esa extraña carrera en la que pareciera que la sociedad te mete cuando llegás a cierta edad. Tomó nota de ello cuando alguna pareja allegada anunció el inminente casorio, aunque con anterioridad al hecho ya habían llegado los hijos, una costumbre que con el paso de los años se fue quedando anacrónica. Pero en esa época, en lo que le pareció demasiado lejos en el momento de considerar el asunto, simplemente era una conducta que comenzaba a tener cada vez menos ejemplos. De repente los niños crecieron, las primeras imágenes se volaron igual que varias de las chapas sobre la cresta y empezó a perder esas escenas para reemplazarlas por otras, imposible retener todo lo que uno ve en su andar por el mundo. Incluso si ese mundo no son más que unas cuantas cuadras o una habitación pequeña en una pensión, la noche en la que se tuvo que ir sin remedio del lugar al que estaba acostumbrado, ya no había espacio para nada más que las ausencias. La medianoche lo encontró con el pequeño dispositivo de señales debidamente cargado, la única puerta que lo conectaba con los demás aunque estaba rodeado de vida. Ese era el problema tal vez, muchas personas se cruzaban en su camino pero pocas eran las que realmente podía ver en esos días así que el final de su periplo por ese lugar fue silencioso. Ya la época de estudiante tocaba a su fin, de pronto se encontraba compartiendo aquellas salas con personas muy jóvenes en comparación con él y en cierta manera sentía la presión de tener que culminar con aquello. Pese a que no era precisamente la mejor elección que había hecho, pero significó el boleto de salida con muchas posibilidades de regreso en caso de fallar. El fracaso es otra cosa, se llega a él al dejar de intentar cualquier cambio en la situación en la que uno se encuentra, por más que esto parezca estar a miles de años luz el hecho de no abandonar se torna una victoria. Tal vez en esos días no había tomado dimensión de lo que esto significaba, entonces todo parecía ser una cinta que corría a la velocidad de una canilla goteando, pareciendo que aquellas jornadas se habían sometido a una especie de deshielo que tardaba demasiado en tornarse agua corriendo rumbo a cualquier parte. Ya no importaba el tiempo invertido sino llegar al objetivo, después vería que haría con su vida aunque el último cuatrimestre del año empezaría pronto y debía tener un plan para después del verano. En ese punto tocaría regresar al pago, el mar se ocuparía de calmar la ansiedad para aquel que realmente nunca se fue, por ello los habitantes de la metrópolis no terminaban de curar el apuro con el que viven pese a regresar a Océano todos los años. La enfermedad en cuestión no tiene cura, sólo quienes han vivido cerca de las olas por unos veinte años son capaces de no adquirir esos hábitos que implican hacer todo a las apuradas. En el otro extremo para algunos las cosas transcurren despacio, luego pueden acelerarse para retomar el transcurso normal, en cambio hay quienes viven en una carrera permanente a alta velocidad. Hasta la curva mortal, esa en la que se pasa de largo pese a que unos cuantos kilómetros antes se le erizaron los pelos advirtiendo de la proximidad del peligro. Pero no le hicieron caso, la voz de la ciudad todo lo eclipsa y acalla cuestiones que son más importantes, vivir sin dudas es la primera de esa lista.

 

Fue una explosión al unísono para que los edificios de esa cuadra se desplomaran, ahí quedaron los restos de la lavandería junto a los del café literario aunque no lo frecuentaban más que borrachos, la rotisería en la que se podía conseguir un menú completo por unos diez pesos luego de un examen exigente y la casa semiderrumbada que servía como estación de embarco de remises. Todo vuelto una pila de escombros, de esta manera vería sus recuerdos en el futuro en tanto trataba de relacionar el rostro de esa persona a la que cruzó en el tren a la city, a la capi en la que se tejen todos los embrollos y en la que sin lugar a dudas atiende el barba. Se le escapaba, lo tenía en la punta de la lengua pero no conseguía darle forma al nombre, a todo esto el traqueteo del tren lo adormeció soñando con que la torre estaba de nuevo en pie. Recién la habían inaugurado, los santiagueños sonreían viendo su futuro en ese faro de concreto y tonos azules como un cielo de tormenta. Luego el espanto cuando el polvo descendía producto del derrumbe, de la decadencia que no perdona ni a los cimientos cosa de que no quede nada en el avance constante de la modernidad sobre la modernidad, volviendo al pasado en una fotografía que es difícil encontrar debido a que no estaban los celulares cargados ese día de detonaciones. Apenas alguno alcanzó a tomar una instantánea que quedaría en una caja de recuerdos de otras partes del país, en un sucucho perdido en la Avenida Santa Fe y con poca fe de encontrarla excepto que la suerte así lo dispusiera. Sería entonces un viejo Julio, no tan memorioso y convertido casi en un fantasma que daría con ellas mostrándolas encantados a los eventuales testigos. Cuando se lo llevaran rumbo a la casa para personas con desordenes crónicos, léase manicomio, quedaría esa foto velándose en la que podía apreciarse a un grupo de mortales sonriendo aunque el tiempo haría de esos rostros una mancha de humedad. Ahí llegaría otro conocedor de esos asuntos, no tan viejo pero tampoco joven, quien asociaría la imagen a la ciudad costera y llevaría la misma al museo que se levanta en medio del puerto. Justo en el casco de un barco en reparación eterna, que según el mito o la leyenda está hecho con uñas de todos los ahogados en el mar contaminado por la acción de los costeros. Entonces la fotografía tendría un sentido, recién en ese momento las vidas de los que llenaban las mismas serían visualizadas con una lupa que permitiría determinar que databa del final del siglo XX, ahí por diciembre cerca del apagón del nuevo milenio que nunca llegó.

El otro avión está en un museo aunque ha tenido que ser reconstruido, es obvio que el material empleado no es el original sino que se acudió a los planos que ahora se consiguen en cualquier parte del océano digital. En la época de la posguerra cuando ciertas libertades fueron devueltas, no toda la libertad, pudieron empezar a levantarse nuevamente bajo la atenta vigilancia de los cinco a los que las referencias al momento de mayor gloria les parecieron adecuadas. Por eso la enorme fortaleza anglosajona renació, tras ser rescatada de una zona montañosa en el centro norte del país invadido para asegurar la libertad de sus habitantes y de paso instalar unos cuantos puestos de vigilancia. Por precaución nomás, hasta las piedras habían sido aplastadas durante los bombardeos preventivos cercanos a la capitulación de unos y el inicio de la retirada de los otros, era como el agua que deja el hueco para que otra oleada venga a ocuparlo. Ahí encontraron el avión, enterrado en una zona pantanosa al que le faltaban las alas pero el fuselaje estaba intacto. Las armas habían sido corroídas por el paso de las décadas pero aún podía observarse el símbolo de la RAF, el resto estaba rodeado de leyendas que sobrevolaban todavía por encima de los techos de Vecchiano. Les tomó a los del museo un par de meses sacar los restos del pajarraco y llevarlo hacia la ciudad eterna, usando la misma vía que recorrían los centuriones sólo que esta yacía bajo el alquitrán debidamente conservada. Cada tanto algún derrumbe producto del deshielo en la primavera dejaba ver una parte de esa huella desde el cielo en el que las naves vigilan esos puntos blancos que se mueven debajo. Un testimonio del pasado lejano, ahora eran los descendientes de aquellos sobrevivientes a la caída del imperio los que establecían las reglas a seguir aunque la bandera tricolor flameara encima de los pabellones. Adentro los emisarios de la organización que no garantizaba paz alguna se reunían para determinar las nuevas leyes de la sumisión, en tanto los lacayos aceptaban sin chistar aquellas instrucciones pues les tocó perder y eso se lo recordarían toda la vida. La nave empezaba a ver la luz luego de años de estar en la noche, hasta lograron que tuviera los mismos dibujos en sus laterales para hacer más creíble la restauración. Una de sus hermanas bombardeó la población en torno a la torre inclinada, luego cayeron los conquistadores y procedieron a arrojar los motores de maquinarias en el río pese a que la paz había sido firmada. El problema era la manera en la que ratificaban el hecho mismo, no sea cosa que alguno no entendiera el mensaje que era una rendición incondicional. En tanto esto no aparece en los registros sí lo hace el nuevo ejemplar que se expone todos los días en el museo central, siendo accesible al grupo selecto que puede pagar la entrada y él que no ha sufrido ni la guerra como tampoco sus secuelas. Simplemente se han quedado igual que esas estatuas viendo al sol sobre el mar interior, en tanto un inmigrante venido de alguna excolonia le sirve un refresco cuyo ingrediente principal proviene de un lugar parecido, ahí en medio del corazón verde y negro.                

 

Saliéndose de la formación para la fotografía se dirigió raudo en la búsqueda de malas noticias, aunque únicamente eran dos así que el daño no fue tan significativo excepto en el hecho de ver partir a los demás hacia rumbos diversos. Pasaría el invierno en el Océano a la espera de que la marea cambiara, entonces también emprendería el viaje lejos de casa para regresar de forma esporádica hasta finalmente no volver nunca más. Ese cumpleaños tuvo varias ausencias, sobre todo la de sus anteriormente compañeros, quedándole una foto que perdió entre tantos traslados y una última copa con Amerigo festejando el nacimiento de ambos con apenas sesenta y cuatro años de diferencia, tocó entonces ir a conocer el siguiente teatro de operaciones perdido al principio entre tanta gente que en la temporada baja desaparecía. Una tijera anunciaba el destino del campeonato así como el epílogo de casi una década de lo mismo, la transición no sería precisamente de las mejores y aquellos que reinaron escudados en la voluntad popular volverían para recuperar el trono. Pero en ese momento de la historia estaba todo por conocerse, contando las calles a los fines de poder ubicar ciertos lugares pero perdiéndose en cuanto inició la peregrinación. A la larga se halló solo nuevamente, rodeado de extraños que se fueron volviendo la familia en la distancia como ocurre cada vez que aquellos con los que has crecido se van marchando y ahí aparecen los amigos de toda la vida. O la mejor parte de esa vida, la etapa de ciertos descubrimientos, frustraciones, amoríos y sensaciones nuevas que en algún punto desaparece, dando lugar al momento en el que la estructura le da a uno la patada bien puesta cosa de que reaccione agregándose a los engranajes para aceitarlos. Duró unos siete años, hasta el verano caluroso que precedió a las lluvias llegadas luego de varias estíos de sequías para llenar los huecos de la tierra resquebrajada y sacar a los gigantes de su guarida dejando a un lado la demolición. Truenos, rayos, relámpagos, todos instrumentos de la sinfonía que se abatió entre enero y febrero refrescando pero en algún punto molestando también, nunca realmente uno está conforme con lo qué ocurre a su alrededor. La conversación trillada sobre el clima, reflejada en las pantallas como parte de la receta que esconde otras cuestiones y encima nunca la pegan, habría que tener un vestuario portable a mano cosa de ir dejando todo el arsenal de prendas que uno va regando por el camino a medida que la mañana discurre. Transcurridos ese período, pasada la lluvia del verano, rumbeó para la ciudad con alguna posibilidad de trabajo y se encontró nuevamente como un foráneo que intentaba adaptarse sin conseguirlo a las costumbres de la urbe. Las torres en ese punto comenzaban a dejar allá en lo bajo a las pequeñas casas, las imitaciones en la periferia terminaban derrumbándose o bien siendo demolidas por constituir un peligro para la estética citadina y los habitantes trasladados a algún lugar remoto debidamente alambrado. La civilización que se llena la boca hablando de inclusión deja afuera a la mayoría, pero a eso de las cinco de la mañana abre la única puerta para que la horda venga a lavar sus platos, tender sus camas y cuidar a sus pequeños ante la ausencia de progenitores ocupados en amasar una fortuna, que será disfrutada poco o nada reduciéndose todo a un funeral más ostentoso.