Se detuvieron en la llanura,
la lluvia los cubría
como una manta protectora,
no sentían el frío
el llanto se les había secado
de tanto andar batallando.
Los escudos golpeaban enemigos,
las espadas dejaban un lago rojo
formándose sobre la planicie.
El martillo era implacable,
manejado por la mano experta
del guerrero recubierto de cicatrices
que la larga barba cubría.
Un reflejo azul a su derecha
le indicó que su hermano se movía
segador entre los rivales,
su existencia y su espada
eran un resplandor en el medio de
la batalla que los reunía.
Al amanecer cesaron,
el sol los cubrió de tibieza
y entonces los dos contemplaron
el renacer del mundo
tras la caída de los demonios.
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