Hombres codiciosos invadieron la ciudad
como un enjambre de carroñeros,
topándose con las defensoras.
La última de siete los enfrentó,
cubierta de plata,
sus aceros se movían
recubriéndose de sangre
hasta que al final sólo quedó ella.
Sintió la tierra temblar,
las brujas negras traían
la plaga de demonios
a través del bosque del sur.
Ahora únicamente quedaba ella
para evitar el final
de la ciudad de los navegantes.
Trepó hasta la torre,
encontró la habitación de cristal,
la luz arcana guiaba a las
naves evitando los acantilados.
Tomó el manuscrito
y comenzó a recitar las palabras
conjurando el hechizo.
La montaña del sur se estremeció,
los antiguos moradores
despertaban al fin de su sueño,
blandiendo martillos,
escudos de acero,
bajando desde la fortaleza de piedra
derribando a los invasores,
invocando al viento y al trueno
purgando a las brujas negras.
Se detuvo cansada,
mientras ella viviera
la ciudad estaría a salvo.
Pronunció el nombre
de un guerrero caído,
le pidió a los dioses que cuidaran
de él por ella, hasta que la senda
de plata se formara en el cielo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario