I)
Hombre de negro, el alma en tinieblas,
cubierto de violencia, sangre y pecados.
Excesos, frecuentando burdeles
sin sentir nada llamado amor,
torturando, matando, segando
todo en nombre de una justa causa.
Dejando una moneda, sólo un pedazo de
metal para que las almas no pudieran
pagarle al barquero el cruce del río.
La historia le ha perdido el rastro,
escondido y envejeciendo en un rincón
a la espera de que el tiempo lo juzgue
con su arma más impiadosa, el silencio
y la soledad que precede a la muerte.
Ahí entonces, todos sus actos cobraron vida
mientras esta lo abandonaba y la bolsa
con las monedas caía en un abismo profundo,
desde donde las almas atrapadas de sus víctimas
quedaron al fin liberadas.
II)
Cuando el otoño estaba por terminar
el iniciaba la recolección de aquellos
troncos que aún no se habían perdido
del todo y los guardaba en su taller.
En el invierno tallaba los juguetes,
un caballo, una calesita y un perro,
los que habría de repartir al final del año
entre las manos pequeñas de su pueblo.
Y guardaba siempre un último juguete,
para el niño que aún dormía en lo profundo
de su ser, el que cuando llegamos a ser adultos
dejamos olvidado en un rincón.
III)
Sus viejos siempre fueron el norte
y como una nave sin su faro
se encontró, ante la ausencia
de cada uno de ellos.
Fue viendo las escenas en una
sucesión de instantáneas,
a las que el tiempo se molestaba
en desgastar mientras a ella
aún le quedaban los recuerdos
en la mente y el corazón.
Así pasó el legado a sus pequeñas,
anhelando que nunca su memoria
se borrara, porque con ella se irían
las de quienes estuvieron antes.
IV)
Todos estos sentimientos afloran ahora,
debe ser la época en la que finalmente
me detengo un rato en medio de la
correntada que no me deja.
¿O acaso es qué no sé cómo detenerme?
Ahí va la tarde del último día del año,
cuando brindemos a la medianoche
una parte de mí estará allá a lo lejos,
en la distancia, justo donde el viento
sopla sobre esos médanos y susurra
tantos nombres que guardo en mi alma.
Ahí donde el barco hundido da testimonio
de otra historia que el mar, como un fiel guardián,
se ocupa de preservar con los años.
Justo ahí, en los pinos de la entrada y en las
calles de tosca, murmurando con el viento
entre las paredes desiertas en las que
alguna vez hemos sido felices.
Ahí, justo ahí, en ese lugar llamado Océano.
V)
Son una columna interminable, son miles
de luces, sonidos y personas que han venido
a curar la locura de la ciudad a las orillas del mar.
Marchan bajo el sol, uno detrás de otro,
como si una fuerza extraña los empujara
a comportarse de esa forma.
Animales de hábitos urbanos,
que invaden éste lugar tan solitario
mientras mi perro y yo aguardamos
que nos regresen la paz que se han llevado.
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