Y en eso, las puertas de la fortaleza
se abrieron de par en par.
La música se silenció de pronto,
las velas se agitaron hasta casi extinguirse,
la guitarra del trovador emitió un última
nota desafinada.
El hijo de la montaña estaba parado
en la entrada al bastión orco,
los enanos marcan los años con las
trenzas de sus barbas.
Cuanto más largas mayor la edad,
pero alguno no las usan para ello
sino para recordar las ofensas que han de purgar.
Y éste carecía por completo de ella,
la furia que lo consumía era tal que
se la había rasurado antes de entrar en combate.
Los piel verde lo sabían,
los guerreros se apilaban en su camino
recibiendo todo el peso de sus dos martillos.
En ese día no habría escudos intactos,
su blasón eran esas dos mazas que esgrimía
con mortal precisión.
Así, al final todo quedó en silencio
tan solo el viento se colaba en la sala
vacía, mientras el rey desterrado
se perdía en la ventisca que azotaba la noche.
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