I) Invierno.
El Rey Eric despertó en el salón
de los escudos notando como
todos sus súbditos habían huido,
mientras a él se le pasaba la borrachera.
La gloriosa muerte en batalla
ya no era un fuego ardiendo
en la sangre de ellos.
Tomó su espada y el escudo redondo
dejando atrás la empalizada,
atravesando el bosque rumbo a
la aldea de sus enemigos.
Al llegar encontró al Rey Cire
blandiendo una pesada hacha de dos cabezas,
estudiándose durante un largo rato.
Entonces su rival sopló el cuerno
que llevaba en la cintura,
retumbando el sonido en la fría
mañana de invierno.
Un graznido le hizo eco,
nadie acudió al llamado,
parecía que a Cire lo habían dejado
solo como a Eric.
Uno contra uno
Cire blandía la pesada hacha,
errando el blanco y dándole al aljibe
mientras Eric daba golpes al aire,
el casco no le permitía ver bien.
Cire aprovechó para acometer a
su enemigo, escapándosele el arma
de las manos por el envión
dando en el blasón de Eric,
quien cayó perdiendo la espada.
Los dos en el piso, el escudo roto,
Cire rió y su carcajada encontró
otro graznido de respuesta.
Demasiadas guerras
no quedaba nada porque pelear,
después de todo las bodegas
debajo de su casa estaban repletas
de alimentos y de cerveza.
Eric se dejó tentar por la invitación,
el invierno sería largo
mejor tener algo con que calentar
el cuerpo y un techo sobre la cabeza.
Cuando el hielo se fuera
podrían guiar el drakar hacia
la tierra de las viñas
que el abuelo de ambos, Leif,
mencionó frente a la hoguera
tantas veces.
II) Viñas.
Finalmente el sol reapareció
como una luz tenue al principio,
para luego brillar en todo su esplendor
alejando al invierno.
Cire y Eric se hicieron a la mar
en el viejo drakar llevados por el viento,
la vela roja y blanca se hinchó
mientras navegaban hacia territorio
sajón en búsqueda de provisiones.
La niebla de la mañana cubrió su llegada
a la costa cuando asaltaron el convento,
llevándose el almuerzo de los monjes
que los persiguieron con piedras y palos
tratando de no perder el tonel de cerveza
y el cordero asado que Eric cargó sobre su escudo,
retornando a la seguridad del mar mientras
desde la playa los monjes olvidaron sus votos
de silencio deseándoles que el infierno
los quemara con nave incluida.
La siguiente incursión fue en una pequeña
isla en donde sólo había mujeres,
un paraíso terrenal que se volvió una pesadilla
cuando las pacificas doncellas se convirtieron
en un ejército de cazadoras que les molió
la osamenta mientras Eric y Cire se abrían
paso hacia el drakar.
Al tercer día se encontraron
con una nave sajona y la abordaron,
la tripulación cayó al mar
Cire prendió fuego al navío,
el drakar estaba lejos de ellos
así que flotaron entre la carga
que arrojaron por la borda.
Varias semanas pasaron
hasta dar con Groenlandia,
pero una terrible tormenta los alejó
de la isla dejando atrás el último
rastro de civilización.
Un día de calma y varias tempestades
después hasta dar con el lugar
que su abuelo mencionó tantas veces.
Armaron una empalizada en torno
al salón de escudos, sólo eran dos,
y se dedicaron a explorar el sitio.
Las viñas estaban por todas partes
la producción de vino no tardó en llegar
y brindis tras brindis los dos guerreros
convirtieron ese páramo en su nuevo hogar.
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