sábado

Diego

Maradona es una paradoja, dos extremos en la misma persona. De un lado está el ídolo, el tipo que vino del barro y que a fuerzas de gambetas se ganó a un planeta.

Genio y figura capaz de dejar desparramadas a varias camisetas antes de filtrarle el pase, cayéndose, a un compañero que toda la jugada espero eso: que “El Diego” ponga todo el capital y a él le quede solo gambetear al portero.  

Del otro lado, la persona de carne y hueso que ha pasado de no tener nada a tenerlo todo, bajando a los abismos de las adicciones y las miserias humanas pero siendo siempre único.

Es que en Maradona está el gen de lo que es ser humano: corazón, garra, pasión, fuerza, coraje; pero también todas las sombras que pueden convivir en torno a esa alma.

El mismo genera en otros contradicciones, de llorar abrazados bajo la lluvia con un Monumental repleto que no coreaba su nombre a estar solos en algún escalón viendo cómo se iba un mundial en el que le cortaron las piernas.

Sin embargo, pese a cualquiera de los dos extremos “El” siempre tendrá crédito. 

El resto que disfrute con la plata, si la tiene.

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