sábado

Blues del puerto

La guitarra emitió un sonido triste, como si reflejara lo desgarrado que se sentía. La música se elevó por entre los restos de las embarcaciones de aquel viejo puerto al que nadie ya llegaba, la esperanza se había perdido en el horizonte hacia donde su melodía se dirigía llevada por el viento del sur.

Las notas trajeron a un perro de la calle, menospreciado y eludido por la mayoría de los
que vivía en esa ciudad gris, él sabía de viejo como quitarse las pulgas mientras nadaba en el río que dividía la urbe en dos. Olfateo al músico, echándose para contemplar la escena que pronto comenzó a armarse.

La mujer de rojo llegó y observó aquella imagen, un juglar de otro tiempo acompañado de un galgo. Encendió un cigarrillo que le recordó la golpiza de la noche anterior, algunos hombre no sabían cómo comportarse frente a una dama.   

La sangre del desdichado aún manchaba su único vestido, todo esto quedó en el olvido
al acercarse el vagabundo.
A él solo le importaba refugiarse de la lluvia, la sociedad repudiaba la suciedad a la que
lo había arrojado de joven.

Aún podía ver el rostro de su padre y su madre, una lágrima se le escapaba cada tanto
mientras armaba un cigarrillo de los restos de cientos de colillas.

El viajero siguió tocando, su música se elevó y los sacó de sus vidas tan solo por un instante.

Cantan los niños aquí en el valle,
saludando a la mañana que ha llegado.
Cantan, ríen y bailan,
no conocen otra cosa que amar 
todo lo que los rodea.
Cantan sin saber lo cruel
que pueden ser el mundo de afuera,
cuando las máquinas vengan a
hipotecar los sueños y drenar la tierra.
Cantan, aun sabiendo que mañana el
sol será comprado por un montón
de hipócritas que se llaman ciudadanos.
Cantan, mi guitarra se desgarra una vez más,
viéndote como apilas lingote sobre lingote
en un intento inútil de llegar al cielo.
Cantan, carajo y a mí se me rebela el alma
al ver como son masacrados sus anhelos, sueños
y esperanzas.
Cantan, tal vez aún no sea tarde para unirme a ellos.

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