martes

Eddas Poéticas

PRÓLOGO.

La lluvia vino quebrando una eternidad de sequía,
preludio del alumbramiento,
una época de espadas y metal comenzaba
llegando el guerrero a éste mundo.

Su llanto se transformó en un grito de guerra
cuando el viento raudo le llenó los pulmones
y creció fuerte como una montaña,
hecho de acero y tempestades
hasta convertirse en la encarnación misma
de nuestra madre, la batalla.

30/09/1977, nacimiento de una gran persona.


EDDAS POÉTICAS.

Máximas de sabiduría, Libro I, Lord Yisus Manodemartillo.

I).
Que su espada brille como nunca
en la fiesta del águila parda,
que su puño infunda el terror al enemigo,
gloria por siempre cantada
al blasón insigne de su casa.
Siembre el terror y quiebre la lanza,
que sea su día de caza
porque al anochecer
su cuerpo saciara las ratas.
Estamos en guerra.

II).
Forjamos nuestras espadas
en el fragor de la batalla,
cobran vida cada vez que oímos su llamado
y al sonido de los cuernos de la guerra
corremos hacia nuestros enemigos.
Fuego, acero y destrucción
a nuestro paso sembramos.
A tu servicio por siempre,
jamás rendiremos nuestros filos
y montados en la gloria
de morir en la contienda,
hacia el jardín de los héroes
las valquirias nos llevarán.

III).
Del bosque de la muerte
una rama putrefacta
pisada y roída, ajada,
como el hueso de su pierna
rota la rodilla
la carne desgarrada,
se extiende en la pisada
del Rey Lich.
El azote avanza,
crece la rama
hacia los reinos y la vida
que serán perdidos y olvidada,
el árbol se ha quebrado
todo muerte
y da su fruto decadente.
El viento aúlla entre sus ramas
que crecen tumefactas,
son mis brazos
apuntando hacia tu casa.
No corras mortal
quieta y fría siempre te alcanza
en esta muerte no hay honor,
ven tú a mi casa
alimenta mis gusanos.
Aumenta mis filas y sirve
en la hueste del quebranto,
que tú seas el yunque
y el martillo mi mano,
así será tarde o temprano.

IV).
Me enviaste a éste mundo
con mi voluntad y mi alma,
las llamaste escudo y espada.
Me has dado batallas
para pelear y he encontrado el fuego
amigo junto al hielo del quebranto.
El manto ya ha sido tejido,
la senda está marcada
aunque a veces parece difusa
en la niebla de guerra.
Pero los cuervos la despejarán,
veré venir a mis enemigos
cubiertos de armaduras,
débiles de corazón y temerosos
de lo que les espera
vendiéndose por monedas.
No me dejarás caer
hasta que la lanza se incline
sobre mí y entonces
en las alas del viento
una doncella me cargará.
Protege a los que amo
como yo los protegeré
en vida y velaré por
ellos, mientras preparo mi
hacha de dos cabezas
para cargar contra los gigantes
en el destino de los Dioses.

V).
Salve, ¡Oh Piero “El Cretense”!
soldado de escudo refulgente,
fiero en la batalla como la sombra de la parca
duro como granito, roca dura.
Guerrero glorioso de muchas batallas
pero no sin marcas, sangre y tierra.
Recuerde el barro de despojos
y el lago de mansa agua,
la marea rompe la montaña
(hueste fiera de la horda)
y la reduce
al polvo de la playa.
El hueso es como agua,
sólo que algo más duro
cuando atraviesa las entrañas.

VI).
El viento calla,
la noche fría,
las huestes esperan,
cien mil espadas
una al lado de la otra,
las monturas distantes
entrando al bosque del quebranto,
la respiración contenida
avanzando, buscándote,
son mis legiones del Tártaro
que vienen por ti mortal.
Yisus el negro las comanda,
la muerte cantara su canción,
ya lo veréis.

VII).
Somos muchos y duros como piedra
no vengas con las armas levantadas,
porque sobre tus cadáveres
caminaremos a tu casa.
Es mejor que llegues como aliado
a conocer el valor de nuestra honra,
el peso de la palabra, la memoria, larga.
Las afrentas serán vengadas, salud.

VIII).
El día se volvió oscuridad,
a la llanura llegaron las huestes de Woden.
Los lobos vinieron abriendo el paso
sus cuervos volaron hacia la noche que llegaba,
las legiones de acero se alinearon
detrás del Padre de todos.
El cuerno había sonado,
el guardián dejaba su puesto,
llegaban los gigantes,
con ellos el traidor
y sus hijos...dragón y lupino
El martillo caerá una vez más
mientras la serpiente se arrastra,
mi espada canta su canción de muerte
aún ahora en éste final más allá del final.

IX).
Ya estoy oxidado,
viejo y quebrado,
roto del codo al corazón.
Ya estoy oxidado
y de una herrumbre negra,
nominada decadencia.

Ya morí y mando mi hueste negra
la putrefacción se extiende,
mi fuerza, gangrena, dolor.

Morirás si puedes hacerlo
sino sufrirás algo peor,
no muriendo, no viviendo

Sabrás del horror,
oirás mi nombre
y dirás ¡Señor!.

Ahhh de la tormenta
y del viento devastador
que el rayo caiga y reviente,
que mi gente ya está muerta
y no les hiela el corazón.
Ya es escarcha, ya es recuerdo,
o ni siquiera, lejano el primer 
estertor, la agonía, que es eterna
hace fiereza el dolor, 
mi hueste es gente olvidada
la tuya, peor.

X).
Frío, más frío que el estertor final de la parca,
sentado en su trono de acero y oscuridad
nuestro señor de las tinieblas,
único regente de las huestes del abismo,
enfriando hasta el rincón más caliente del infierno.
King Yisus
rige con guante de hierro
aplastando a los enemigos,
como si fueran arena
caerán los impertinentes
y los que ataquen a sus aliados.

XI).
Se yerguen las Parcas sobre el campo maldito
¡justicia!, ¡justicia!, ¡justicia!,
hasta los inmortales tendrán que pagar.
Son potencias oscuras y antiguas,
anteriores a los dioses antiguos
y la antigua piedad,
no saben sino de justicia
todo lo hecho se deberá pagar.
Que tiemblen los réprobos
morirán mil muertes,
que tiemblen los justos
todos deben pagar,
pagar, pagará las sombras antiguas
que no saben nada de la antigua piedad.
Pagar, pagar, que ellas son tan viejas
que de la mota de polvo no tienen piedad,
antiguo, piedad, la piedad es nueva
y su dedo de acero te va a señalar

XII).
Tormenta, llanto de ángeles
y el martillo cayendo
sobre los gigantes.
El viento llevando las naves
a través de un manto negro,
mientras la espada es forjada.
Los mortales se escabullen
en rincones de temor,
cuando los dioses
hacen estallar la tempestad.
Solo los lobos
y sus hijos no temen…
saben que la batalla está cerca.

XIII).
En el centro de la tormenta
la forja no cesa de trabajar,
el fuego eterno lo derrite,
el metal toma forma
en las manos del herrero.
Un golpe tras otro,
un resplandor por cada uno
dándole forma lentamente,
marcando en ella
la runa de su destino.
La espada cobrará vida
en la forma del alma,
guiara sus pasos
por el mundo de los hombres,
lo cubrirá en la batalla,
será la luz en medio
de las tinieblas
y volara al final hacia los cielos
más allá del puente donde 
todo es una sola cosa.

XIV).
Surca el cielo,
desciende llevado por el viento
hacia lo alto de la cima,
bajando lentamente
hasta encontrarnos.
El ave ha venido a susurrarme
sólo el viento se oye aquí,
sobre la roca eterna nieve.
Un segundo,
ya se fue,
volando de regreso
otra vez a lo alto.
Mi montura espera,
el acero pende de ella
silencioso y alerta.
Pronto volverá a brillar
en medio de nuestra única Madre.

XV).
Al anochecer, cuando los hombres
se escondan para escapar de sus temores,
cuando el lobo le grite
a la luna en lo alto
para recordarles lo que perdieron,
las monturas estarán listas.
Cabalgaremos uno al lado del otro,
las espadas listas, acero azul para los paganos.
Cortaremos el aire y
caeremos sobre ellos.
Que huyan ahora
porque el castigo viene
en la forma de los jinetes,
corriendo cuesta abajo,
abriendo heridas
y sembrando el caos.
Que el puño del castigo
los alcance, para enviarlos
a pagar por sus crímenes.

XVI).
Cuando el mundo se oscureció
y todos los muros estuvieron levantados,
en el horizonte lejano
aparecieron tres estrellas de fuego.
La primer vino como una flecha
dorada y roja, fulminante,
explotando en el cielo,
comenzando a latir
corazón de magma.
La segunda llegó en el invierno,
diminuta e imperceptible,
más con el tiempo
el frío desapareció y
ella resplandeció en lo alto
junto a su hermana.
Finalmente
la más pequeña de las tres,
hija del león y el mar,
emergió para mostrarme
que no estaba solo.
Que aún en la oscuridad
existirá la luz,
en una forma u otra
aunque al principio se vea
frágil y tenue.

Cómo lanzar una bola de fuego, Libro II, No tanta sabiduría y más batallas.

I).
Las bestias de la noche,
las criaturas rastreras
de vientres pesados.
Mil ojos, mil patas…
bailaron la danza
más vieja y macabra.
Tan hartas y henchidas
de tripas y grasa, llamaron
por sangre a la hueste olvidada.
Tan viejas y avaras
tan resentidas
que de lo vivo no dejarán nada.
El buitre, la araña,
el escorpión y el egipcio,
llamaron tres veces
a la puerta macabra
y con satánico celo,
el portero,
que es sombra sin alma,
rechinó los goznes...
con cruel carcajada...
Ya están invitados
los muertos en vida
a entrar a tu casa,
subirán despacio
por la tela de araña
arrullando en las noches
con dientes muy blancos
las siestas más largas…
Y así todo acaba,
y nace siniestra,
la nueva alianza
se sella con sangre,
veneno y garra…
la sangre es de niño
el veneno de araña
y la garra…
la garra, simplemente señala
con sus dedos torcidos,
sus uñas tan largas…
al hermano que viene…
sin vida
sin alma.

II).
Ya viene la noche,
ya viene mi espada
a beber tú sangre pagana.
No corras pequeño,
es inútil, ya estoy aquí,
montado en el viento,
oscuro como la muerte,
listo y certero
para dar con tu presencia
y desaparecerla,
la carne hundiéndose en la nada
tu alma atada a mi acero,
ven sirve a mi rey.
Más oscuro es el,
King Yisus es su nombre,
pronúncialo
y tiembla...él está a mi lado
cuando te busco en las tinieblas.

III).
Y ahora en esta oscuridad
siento las lágrimas de los ángeles
caídos, mientras la tempestad
se precipita sobre éste mundo.
Recuerdos de batallas pasadas,
sangre y acero
combinándose en un todo
antes del crepúsculo.
El lobo viene en la noche
a la guarida del dragón,
chocando mientras 
los dioses van a la guerra.
El carro corre por el cielo,
caerán los gigantes
ante el martillo,
mientras la sinfonía
de metal y carne
reúne a los hermanos,
uno al lado del otro
precipitando a los enemigos
hacia los confines
donde mora la reina de los condenados.

IV).
Una nube de acero,
tempestad que azota desde el cielo,
quebrando escudos
derramando sangre
segando las vidas de cientos de guerreros.
Las espadas chocan
mientras las hachas rompen
blasones y abaten enemigos.
El acero se abre paso,
una luz en el medio de la batalla,
el sudor cae por la frente del guerrero
mientras danza la espada
y los enemigos siguen cayendo.
La lluvia viene para purificar
los despojos de la contienda,
haciendo correr ríos rojos.
Un cuervo cruza el cielo,
tan negro como las nubes que lo cubren,
el trueno y el relámpago
acompañan el batir de sus alas.
Sus ojos oscuros
ven más allá de la niebla
que cubre el campo de batalla
y elevándose se dirige hacia lo alto.
El Padre espera en su trono
dentro del salón que alberga
a los caídos, adonde el cuervo
volara al atardecer.
¿O acaso es la noche?
no lo sé,
es que recién mi espada
puede descansar.
Todo es silencio ahora,
apenas unas gotas golpeando
mi armadura, esperando a que 
se seque para volver a derramarla.

V).
No recuerdo nada
de cómo eran las cosas antes
del olvido y la oscuridad en mi mente.
La nave naufragó
en un mar de silencio y
fui hecho prisionero.
Vivían cerca de la costa,
enormes navíos de dragón,
curtidos guerreros
adoradores de un Dios
cuyo Hijo corría por el cielo
montado en su carro.
La aldea fue atacada,
el fuego se ocupó de mis ligaduras,
el acero de alguna manera
vino a dar a mi mano.
Y entonces los enemigos
cayeron como moscas,
no sabiendo de donde venia
la impiadosa segadora de bastardos.
Uno a uno fueron
a rendir tributo al Inframundo,
todos al compás
de la espada que empuñaba
en ése momento.
Cuando los guerreros volvieron
me encontraron sentado entre 
sus cadáveres con las marcas, 
demasiadas, que indicaban
cuantos fueron destajados.
La lluvia lavó la sangre,
el relámpago y el metal
bautizaron al asesino
que nació ese día
desde las cenizas del esclavo.

VI).
Ya nadie duerme
cuando la tormenta azota
los recuerdos y tu vos
se escurre hacia lo alto.
Las estrellas se han levantado,
encontrando al final
la victoria en el amanecer
volando el alma
lejos de las miserias de la carne,
dejando una ausencia
tan grande que el pesar
me inunda el corazón.
No hay mueca en
que transformar el dolor,
ni chaqueta que vestir
sólo esto.
Dolor porque te has ido.

VII).
Y entonces en éste mar de cenizas
ya no habrá lágrimas que derramar,
el viento se ocupó de las que quedaban
drenando la sangre y oscureciendo.
Se fue,
no hay como arreglarlo,
el mundo se corrompió,
todo muere en éste océano gris.
La espada aún en mi mano
late cada vez que la furia
llega al extremo de la explosión
y entonces el grito de batalla
se convierte en un tornado
arrasando sobre la destrucción.
Voces del pasado
vienen esta noche
a susurrar en medio de los sueños
mientras el lobo corre
por esta desolación,
no encontrando a la luna
que desapareció
tras esos dos faroles azules.

VIII).
Es tiempo de reposar,
de dejar a un lado la espada
y cerrar viejas heridas
mientras el tiempo se desliza
como el río hacia el mar.
Los ecos de las contiendas pasadas
duermen ahora en la memoria
mientras la fogata arde en torno
a nosotros.
Basta de esperar
a que los enemigos acechen
en el bosque profundo.
Sólo no temer
ni buscar el choque,
aguardando
a que el cuerno suene lejano
llamándonos a la gloria.

IX).
El mago del fuego duerme
en su morada, mientras las
llamas crepitan envolviendo
su sueño.
El druida en su salón
también se ha sumido en las tinieblas
mientras la sacerdotisa
y su fiel montura velan por él.
El dragón no ha sido la excepción
y también se halla en lo más profundo
de un viaje, esperando
a que la marea regrese.
Entonces azotaran
al mundo corriendo
a través de él, cual plaga
venida desde el averno
para castigar a los infieles.

X).
Vino desde el cielo,
cayendo y quebrando la tormenta,
una luz cegadora
acompañada del sonar de un 
cuerno de batalla.
Se clavó en la tierra
y aun humeante a mi mano llegó,
el símbolo de Donnar estampado en la hoja,
acero, trueno y metal
templados por la lluvia.
A diestra y siniestra,
convirtiéndose en una luz
para arrebatar a los enemigos de éste mundo,
grabándolos uno a uno en la hoja.
La lluvia lavará la sangre,
que no cesa de mojar
la superficie pulida.
Cien mil caen por un solo golpe
mientras el estrépito de la batalla,
coro de einheriars marchando hacia
la llanura del destino,
acompaña cada movimiento de mi alma.

XI).
El espíritu se alimenta
mientras el cuerpo descansa.
Metal, trueno y batallas
lo nutren dotándolo de más vida
mientras las heridas se curan,
esperando el amanecer para oír
el llamado de la contienda
que como el relámpago distante
al final caerá.
El espíritu se renueva
afilándose cada vez más,
ya que después de todo
ha sido la espada que una
y otra vez se ha convertido
en mi guía entre el océano
de hombres que chocan
en la planicie lejana.

XII).
En lo alto de la cumbre
donde sólo moran el viento
y la nieve eterna
la bestia acecha.
Sus ojos rojos encienden la noche
mientras está envuelto
en la oscuridad,
más negro que la peor
de las naves de batalla
arribando antes del diluvio.
Los enemigo se alejaron del valle
temiendo y rogando inútilmente
porque sus colmillos blancos
no los alcancen.
Volviendo a la guarida
donde su jinete duerme
sabiendo que solo existe la paz.
Recostándose junto a el
al calor del fuego amigo
que ahora inunda la caverna.

XIII).
El pequeño jugaba
en las playas lejanas
de la isla de Creta,
mientras las olas
se mecían al compás
del viento.
Nada quebraba aquella
calma en esos tiempos lejanos,
todo era regocijo y paz.
Llego un día,
el viaje comenzó
y la nave partió desde
los puertos de la isla.
Una época para ver
el mundo más allá de
las defensas de arena.
El tiempo lo marcó
con enormes cicatrices,
que el tiempo mismo
no borró.
Conoció la crueldad
y la falsedad
a través de ese viaje,
el instinto lo hizo sobrevivir
a fuerza de golpes
hasta que un día despertó
en una costa cubierta de plata
y el pequeño se había ido.
Solo quedó el lobo
recordando y retorciéndose
en sueños en la noche,
mientras la agonía perduraba.

Sendas, Libro III, Los cuervos en la tempestad.

I).
La aldea ardía,
la legión del fuego la consumía
mientras el acero oscuro
abría los cuerpos de las víctimas.
La mujer corrió a través
del bosque en un intento
por salvar su vida,
mientras la jauría demoníaca
seguía sus pasos.

El precipicio se antepuso
a su intento de escape,
nefasta señal de lo que estaba por venir
y los perros del averno
llegaron sólo para ver como
caminaba hacia el vacío.

Abandonando la cacería
volviendo a saquear lo que quedaba,
no notando el pequeño bulto
que yacía suspendido en el vació.
El viento y el trueno
apagaban el llanto de la criatura.

II).
Oscuro predador de la noche
sus ojos rojos quiebran la oscuridad,
se desplaza hermanado con el viento
golpeado por la lluvia,
su corazón latiendo
igual que el trueno
mientras el carro corre por el cielo.

En el borde del abismo encontró
el rastro de una presencia
alejándose hacia la noche
y se percató del pequeño bulto
que se sacudía, cortando la noche
con sus dos brasas.

Cargándolo se alejó
de vuelta a la seguridad del bosque
hacia la caverna donde su progenie aguardaba.

III).
La loba espantó al predador
tomando a la pequeña y amamantándola
al cobijo junto a sus seis vástagos.

Sólo el viento se sentía
en aquel lugar de nieve eterna,
pero todo ello era un rumor lejano
al calor de la nueva familia.

El padre de la prole se mantuvo
alejado durante toda la mañana
volviendo al anochecer con caza fresca
y contemplando asombrado a su nueva cría.

IV).
Acechando a la presa,
cayendo sobre ella,
no dándole tiempo a huir
repitiéndolo una y otra vez
cuando sólo encontraba el vacío.

El abismo, la noche y los lobos,
visiones lejanas dormidas en la mente
aguardando el día en que habrían
de tornarse reales para
llevar a cabo la tarea que
Wyrd tenía para ella.
Ni siquiera los dioses escapan
a los designios del destino.

V).
Una presencia inquietando el sueño,
parado en la colina recreando el momento
del adiós a su madre,
despertando a la bestia que dormía
hasta ese momento
y obligándola a salir hacia la noche
seguida por la loba.

Descendiendo hacia la espesura
del bosque del quebranto,
buscando una señal para
alcanzar el propósito de su vida,
encontrando en un claro
al extraño, cubierto de un manto de oscuridad,
ante el que lobos se posan.

VI).
Extendió su mano
hacia la guerrera que ahora
estaba frente a él.

La espada surgió de la nada,
hecha de trueno y metal
por el mismísimo dios del viento.

Los cuervos volaron en la noche
de regreso a la morada de acero
mientras el viajero
desaparecía en una atmósfera de plata.

Al tomar la espada
todo los recuerdos la golpearon
encomendándole limpiar al mundo
de los asesinos que aún vagaban sin castigo.

VII).
Los demonios cayeron igual que
toda la casta de asesinos,
purgando a la tierra de su presencia
mientras el mal se fundía
en una inmensa masa
surgiendo de ella
el último y el peor de los guardianes
de la oscuridad.

Sus garras quebraban el suelo,
los ojos centelleaban
rugiendo a cada paso.
La guerrera se aprestó para golpear
al unísono con sus seis hermanos
mientras el segador
iniciaba su arremetida de destrucción.

Fundidos en uno solo los siete
golpearon al enemigo,
la tierra tembló 
volando el magma hacia el cielo
cayendo y quemando los restos
de la última fortaleza del mal.

Ni rastros del demonio
ni presencia de los siete,
formándose en el cielo helado
una diadema de estrellas
y en su centro la más brillante,
igual que el alma de la niña
que del abismo llegó
para devolver la luz
que el mundo había perdido.

Sendas, Libro IV, Fuego desde el cielo.

I).
La brisa marina trae paz
sobre la aldea de pescadores
adormeciendo al vigía,
la lanza caída
sumido en el mundo
de tinieblas y recuerdos.

Algo lo sobresalta,
a tientas busca
el arma y escudriña la noche,
sólo el aullido del lobo
en la lejana cumbre nevada.

Viene desde el cielo
cortando a la luna,
demasiado rápido para ser una tormenta
descendiendo y descargando
una lluvia de fuego sobre
el poblado.

Al alba encontraron los
restos ardientes
y la mano de plata se ciñó sobre
la empuñadura del acero.

II).
El retoño de dragón
se convirtió en una bestia
y surcó el cielo buscando
la presencia de sus ancestrales enemigos.

Nada que alterara la lejana
calma del valle,
el viento danzando entre los árboles
y sonando en lo alto
de la corona helada,
morada de la bestia alada.

Desplegándose en toda
su magnitud como un crucero de batalla,
continuó surcando el cielo
fundiéndose al crepúsculo
con el sol rojo sangre.

III).
El guerrero tomó la lanza,
dejando a un lado la montura
en el límite del bosque
y se aprestó a subir la mole de roca.

Sus hermanos lo vieron alejarse
fundiéndose con la inmensidad,
sus callosas manos
se aferraron a las grietas
como garras de la bestia
que en ése día estaba cazando.

El sol no calmaba
los helados vientos
de aquel lugar
mientras continuaba la ascensión.

Al llegar a la cumbre
encontró la guarida del dragón
y se aprestó para la batalla.

IV).
La caverna se sacudía
en un concierto
de rugidos y llamas,
la lanza reflejaba un
mar rojo y unos colmillos blancos
como la nieve.

El guerrero retrocedió
buscando cobijo en las rocas
desmoronadas de la cueva,
mientras todo ardía a su alrededor.

La bestia dormía cuando
la encontró y en un instante
se desató como la tormenta.
Ahora solo se oía su hálito
de fuego cubriéndolo todo.

Tomó la lanza
y emergió desde su refugio
arrojándola hacia la bestia.
El dragón lo observó
para luego reírse,
una sinfonía gutural
invadió la caverna.

Estaba perdido
la masa roja se acercó a el
y una de sus garras
lo catapultó fuera de la cueva
aterrizando entre la nieve.
¡Largate, susurró el dragón!

V).
Hacia el sur donde moran sus enemigos,
carroñeros que se esconden en la noche
cayendo sobre sus victimas
llevando a los humanos
equivocadamente hacia su guarida.

El viento del norte ya no se siente
mientras surca el cielo
hacia las tierras del yermo,
donde los dragones negros
se esconden vilmente,
esperando para salir a
asesinar y destruir en la noche,
fundiéndose con la oscuridad.

VI).
Chocaron en lo alto,
negro y rojo,
llamaradas cortando la inmensidad.

Los demás miembros del clan
los contemplaron mientras
la batalla continuaba.

La carga impetuosa
del dragón rojo
cayendo sobre el negro,
cerrándose sus colmillos
sobre la garganta de la bestia
y precipitándolo al averno.

Un descenso en picada
hacia donde su enemigo aún
se movía para
enviarlo con los dioses
en medio de una lluvia de fuego.

Una advertencia para el resto,
jamás osen dirigirse
a las tierras del norte.

Sendas, Libro V, Preludio para una nueva era.

I).
Cruzando la tempestad,
evitando el muro
de roca que se levantaba en la costa
la nave dragón
se mantuvo firme hasta el final del viaje.

Los guerreros que llevaba,
hombres de numerosas batallas,
tenían sus escudos y espadas
recubiertas de marcas.

Se habían desplazado
a lo largo de tierras extrañas
saqueando y quemando a su paso
para traer la barca
recubierta con su botín.

Ahora,
el hogar estaba cerca
y con ello un lugar
en donde pasar un tiempo
a la espera de otro viaje
en las alas del dragón.

II).
La aldea se levantaba,
o lo que quedaba de ella,
como una montaña de cenizas
única muestra de la devastación.

Silencio y vacío
los recibieron al llegar.
Ya no más música
ni niños jugando,
ningún lugar adonde volver.

Sólo el páramo
en donde alguna vez
se levantó el poblado.

Algunos maldijeron hacia lo alto
y fueron acallados
por la furiosa voz de su líder
que se elevó como el trueno en
el cielo para recordarles
que debían continuar
y empezar de nuevo.

III).
Las huellas de la criatura
se alejaban hacia el bosque oscuro,
el lugar donde los niños
no debían entrar.

De allí vino el ataque
y los ancianos nada pudieron hacer
para evitar la masacre y el festín
de carne de las bestias.

El explorador hurgó más allá
de la niebla que cubría
el bosque y descubrió
el lugar donde los enemigos
se había desviado para
escapar de eventuales perseguidores.

El resto del grupo lo siguió
internándose en el manto grisáceo
que se extendía ante ellos.

IV).
Encontraron al primer grupo
de las bestias de piel verde
y cayeron sobre ellos
con mortal precisión.

Aún éste era solo
un grupo de exploradores.
Siguieron las pisadas
de los asesinos hacia
el corazón mismo del bosque.

La lluvia vino desde el cielo
acompañada por el trueno
y el relámpago, tambores de la batalla
que se avecinaba.

Las manos de los guerreros
se cerraron sobre las empuñaduras
del acero, una extensión
de sus propios brazos.

La niebla se borró
por el manotazo invisible
del Dios del Viento
y entonces vieron a sus enemigos.

V).
Las espadas chocaban
abriendo los escudos
de las bestias verdes.

El trueno resonaba
al compás de la contienda
mientras la sangre cubría el suelo.

Los líderes de cada bando
chocaron en el medio
del concierto de acero
y el guerrero nórdico
abrió de lado a lado
a su rival enviándolo
a la noche de los tiempos.

Se detuvo mientras
la lluvia lavaba sus heridas
para contemplar la escena
final del encuentro.

Muchos murieron aquel día
de un lado y del otro.
Llevaron a los caídos hacia el mar
para enviarlos a los salones
de Wotan.

Las flechas volaron
fundiéndose con la tormenta
que aún cubría el cielo.

Al crepitar las llamas
se desataron las cadenas mortales
que los sujetaron a éste mundo
y se fueron junto a las valquirias
hacia el Valhalla.

El fuego cortó en ése momento
el manto gris que cubría el cielo 
desde su llegada a las costas.

VI).
Esa noche en el improvisado
poblado y su ahora nuevo hogar
los hombres brindaron
recordando a los caídos
ése día y en anteriores batallas,
nombres que para siempre
se habían grabado en sus corazones.

Una a una las canciones
se sucedían entre el griterío
de los guerreros y sus risas eran iguales
a las que alguna vez
sus camaradas habían
lanzado en el medio de
la sinfonía del acero.

Estaban vivos
con heridas nuevas en
sus cuerpos y marcas
recientes en el blasón.

Era la época de comenzar
a formar una nueva fortaleza
en donde refugiarse después
de cada viaje.

Odín en lo alto
recibía a los caídos
y les permitiría ocupar un lugar
en el gran salón del Valhalla.

VII).
El niño escudriñó la noche
y se aventuró a correr hacia
donde aún brillaba una luz.

El centinela se despertó al ser
sorprendido por un pequeño
que lo abofeteaba para luego
darle puntapiés hasta que
logro ponerse en pie.

Tomó el cuerno que pendía
de su cinturón y lo hizo
sonar quebrando la paz
que reinaba.

Los hombres acudieron
con las espadas brillando a
la luz de la luna.

Otro poblado corrió la misma
suerte que el anterior,
pero esta vez alguien había vivido
para contarlo y clamar
venganza ante esos gigantes
de trueno y metal.

Sendas, Libro VI, Nacido en la batalla.

I).
Se volvió un gigante
hecho de gloria y sangre,
irguiéndose como una torre
de metal y granito
en medio del barro del despojo.

Sus enemigos temieron
su nombre y su grito
en medio de la batalla.

Pero aún más
se aterraron ante la espada
que mandaba a sus pares
al Inframundo.

Acero era su nombre
engendrado por la venganza
y bautizado en la batalla.


II).
Se detuvo por un instante
mientras contemplaba
el tan familiar terreno
de caza, sintiendo al viento
susurrarle una vez más.

Descendió desde la cima
mientras el día moría
lentamente, preludio
de la noche de la contienda.

En el bosque esperaban
los guerreros del norte
que lo habían acogido
y criado en su seno
mientras era tan solo un pequeño.

Los demonios se replegaban
hacia la profundidad del
bosque, último baluarte
de su decreciente poder.

Era tiempo de terminar con
esa persecución
y vengar al fin a sus padres.

III).
La lluvia barría la escena
estrepitosa y mortal,
mientras Acero se
habría paso entre sus enemigos
buscando al líder de esa horda
de engendros salidos del averno.

Lo encontró sobre una saliente
con una enorme espada corva
en la mano, chocando contra él,
confundiéndose en medio de la tormenta.

Los rayos iluminaban
el escenario de la contienda
mientras la horda retrocedía
asediada por los guerreros del norte.

La espada negra abrió
al medio al líder enemigo
y con su caída
Acero ascendió al mando
de las huestes nórdicas
que había perdido a su jarl en
éste último enfrentamiento.

IV).
Levantaron su nueva nación
sobre las ruinas de
la destruida horda
y en esa noche de victoria
recordaron a su líder caído,
alzando al cielo sus armas
para coronar a su nuevo rey.

Las marcas en el escudo
le daban todo lo que necesitaba
para guiarlos en esa tierra
salvaje e inhóspita
que alguna vez fue su hogar.

Ahora la habían recuperado
enviando fuera a los demonios
y por fin podían descansar.

Crónicas Azules, Libro VII, Guerreros.

I).
En el principio estaba Yisus
a quien sus enemigos conocerían
como HammerHand.

En los primeros tiempos condujo
a la horda a través de mares
y tierras inhóspitas
para finalmente formar
la nación del quebranto.

Sumiendo a los osados
que se levantaban contra el
en un mundo de agonía sin fin
y dolor terrenal insoportable.

Los que se opusieron
le terminaron sirviendo
formando la incesante marea
de oscuridad que asoló
los reinos humanos.


II).
Atraído por toda esa oscuridad
llego el príncipe de los abismos
a quien llamaron Abaddon.

A veces bajo la forma de un guardián,
otras convertido en señor de las tinieblas,
escabulléndose siempre y dejando
a sus enemigos desconcertados
en el campo de batalla.

Tomó de Yisus su estrategia de dominio
y con mano de hierro sometió
a sus enemigos en los abismos
donde ahora mora como rey
de los ángeles caídos,
en la fortaleza inexpugnable
de muerte y decadencia.

III).
Un joven guerrero humano
fue atraído por Yisus
convirtiéndose en su primer aprendiz.

Guiando a sus corruptas fuerzas
se deshizo de todo el que
podía oponérsele matando a los traidores
y sacrificando a su gente
para que sirvieran a sus propósitos.

Los enemigos se referirían a el
como el señor de los pantanos
y las tierras devastadas,
sentado en su trono
recubierto de traiciones
y las calaveras de sus vasallos.
Las comarcas valencianas
eran sus dominios.

IV).
Trueno, tormenta y lluvia,
la espada cubierta de marcas,
la sangre de sus enemigos
bañándolo junto a la tempestad.

El general de los ejércitos del quebranto,
mejor ejecutor de la marea de oscuridad
reclamando los reinos paganos
para su todopoderoso señor
el Hacedor de Huesos.
Los infieles temen a su señor
y a su implacable ejecutor,
que asola los reinos
para convertirlos en esclavos
del Rey del Quebranto.

V).
Los dominios del bosque oscuro
poblados por los desterrados y
los traidores se sacuden ante el avance
de Dolafo, la montura de Moonspell.

Sacerdotisa de la noche
quien empuña el arco del castigo
enviando sus flechas negras
para que los caídos sirvan
bajo el poder del Rey Mano de Martillo.

Moonspell cabalga, llevada por el viento,
oscuridad y gritos envolviendo la escena
para engrandecer aún más el poder del Único.

VI).
El fuego es su elemento
con el que purga a los condenados
que se levantaron contra el reino.

Persiguiéndolos a través
de la tierra y el mar,
alcanzándolos para destruirlos.

Kael, Señor del Fuego, comanda
a la implacable secta de elfos destructores,
quemándolo todo a su paso.

Huyendo mientras sus adversarios
no saben que los golpeó,
retornando para rematarlos
y aumentar a los siervos del quebranto.

VII).
El campo de batalla explotaba
entre lamentos y horrendos gritos
de enemigos siendo destajados.

El tigre de Moonspell
despedazaba a los caídos
mientras las flechas aumentaban
el daño a los adversarios.

Los que huían eran golpeados
por el poder combinado del
fuego, el trueno y el metal
mientras Abaddon reclamaba alguna almas
para que le sirvieran en el abismo astral.

Los pocos que quedaron vivos
fueron sacrificados
en los pantanos valencianos,
mientras su Rey
veía como sus huestes
se incrementaban con la fuerza
y la furia de sus lugartenientes.

Crónicas Azules, Libro VIII, Rumbo al oeste.

Acto I Demonios).

El fuego cubría la fortaleza dorada
derrumbándose sus muros
en una catarata derretida,
mientras las voces agónicas
de los defensores completaban
esta sinfonía de destrucción.
Los poderes demoníacos
se habían despertado en la sala
donde los conjuradores habían
cruzado él limite invisible
en su afán de más poder,
trayendo a los consumidores
de todo lo vivo hacia éste mundo.
Enormes seres de fuego blandiendo
espadas ígneas barrían a los
indefensos habitantes del baluarte
mientras los magos lanzaban impotentes
hechizos para detenerlos.
Solo uno se mantenía inalterable
frente a esta escena de muerte
conjurando el último y más
terrible de todos los encantamientos
mientras la oleada comenzaba
a destruir el escudo que los demás
hechiceros sostenían.
Se quebró la defensa y el oscuro señor
de esta horda infernal sonrió
ante la cercanía de tener
bajo su control las esferas
que contenían el poder arcano
para dominar todo lo conocido,
un juguete inútil en las manos
de aquellos mortales.
Entonces oyó entonar al anciano
aquel hechizo que conocía tan bien
que lo había enviado más allá
de estos reinos mortales
y se retorció en agonía
cuando la energía brotó del báculo
de aquel endeble mortal,
enviando una poderosa onda
que destruyó todo pereciendo los
defensores junto a los invasores,
esparciéndose las esferas
hacia tres direcciones del reino
de Rellivadi, dejando una estela
en el cielo mientras la calma
cubría ese lugar atrayendo
a la horda que moraba en los
pantanos cercanos.

Acto II Serpiente).

La caravana había dejado atrás
el bosque antiguo que separaba
a la ciudad de plata del gran desierto
que se extendía hacia el norte.
Los brazos del bosque se abrían
hacia el oeste y el este
chocando con los pantanos y las montañas
hacia uno y otro lado.
El desierto sé abría paso como un
océano de arena abrasador
que se llevaba consigo expediciones
enteras sin que se las encontrara jamás.
Hacia el centro de éste mar arenoso
se encontraba el cementerio de los dragones,
los primeros habitantes de éste reino
quienes eran ahora tan sólo una leyenda.
Los carros eran hormigas entre la arena,
el viento castigaba los ojos de los guías
mientras el sol calcinaba a los aventureros.
Un paso tras otro en aquel infierno
hasta ver las enormes columnas
que indicaban el lugar donde
comenzaba la última morada de los dragones.
Entonces cuando estaban a la mitad de
ese sepulcro ancestral el viento cesó
dejando oír un crujido que estremeció a todos
los que integraban aquella expedición.
El suelo se agrietó mientras la bestia
comenzaba el ascenso para cubrir con su
cuerpo el cielo, cayendo encima de los desdichados
y hundiendo a todos los que estaban vivos
en las entrañas de la arena, devorándolos
en un abrir y cerrar de ojos.
Luego reinó el silencio mientras el viento
cubría las huellas de aquel festín
que la enorme serpiente se había
propinado en ese día.

Acto III Rey).

La forja trabajaba sin cesar,
un golpe tras otros
sobre el acero incandescente
acompañado del retumbar de los picos
buscando el metal en las cavernas.
Los enanos moraban en las montañas
del este en sus palacios de piedra y metal
fabricando armas para los hombres del sur,
maldiciendo a los elfos.
El anciano herrero trabajaba sin cesar
dándole forma al último martillo
que acompañaría a su rey en la misión
que ahora tenía adelante.
Estuvo listo el mazo
y las puertas de la fortaleza se
abrieron dando paso al señor
de aquel lugar quien descendió
por las montañas nevadas
bordeando el bosque de los elfos
rumbo a los pantanos del oeste
donde su destino lo aguardaba.
El retumbar de su armadura
hacía eco en el bosque
despertando la atención de
los trolls que allí moraban
e instándolos a la persecución.

Acto IV Guerrero).

Un manto de oscuridad lo cubría
cuando penetró en los salones
de la ciudad de plata
fundiéndose con las sombras
y deshaciendo los conjuros
que los guardias habían colocado
entorno a la esfera blanca.
La tomó en sus manos
resplandeciendo e iluminando
aquel oscuro recinto.
Entonces una flecha cortó el
aire mientras él se desvanecía
para materializarse en un extremo
llevando consigo una de las tres.
Los señores de la ciudad enviaron
a sus mejores guerreros tras aquel ladrón
pero el destruyó sus hechizos
en un abrir y cerrar de ojos
aventándolos por los aires
para luego internarse en el bosque,
perdiéndose una vez más en las sombras.

Acto V Navegando).

El drakar corta la distancia
llevado por el viento del dios del trueno,
mientras dos de sus hijos
esperan a bordo divisar las costas
de la ciudad azul donde los aguarda
el destino que les fue marcado
en medio de los sueños.
Sus escudos están cubiertos de marcas
de batallas peleadas y de sangre
mezclándose con ellas, formando un todo.
La nave deja detrás de sí una estela
marcando el camino invisible que
los guiara hacia el hogar
que quedo oculto en las tierras heladas
desde donde los dos guerreros proceden.
Un resplandor se observa en la noche
del norte indicando la senda
que cruzan las valquirias
llevando a sus hermanos caídos.
Saben que en algún momento
de su existencia ellos irán por ese camino,
pero ahora la atención se concentra en
el horizonte a la espera de las torres azules.

Acto VI En el desierto).

La serpiente mordió la arena
y su furia se hizo sentir
a la vez que el pánico la invadía.
No podía ver a aquel enemigo
que parecía la oscuridad misma
y volvió debajo de la tierra
a la espera de otra oportunidad.
Entonces sintió los pasos en la
superficie y su instinto asesino
la impulsó hacia arriba, ascendiendo,
quebrando la tierra y recibiendo
los rayos del sol que odiaba.
Fue un instante apenas en el que
vislumbró a su enemigo, cayendo sobre el
sintiendo como erraba el golpe
mientras el acero le abría el vientre,
esparciéndose sus entrañas por
la arena y derrumbándose en medio
de un estertor hacia la eternidad.
Contempló el cadáver de aquel ser
y conjuro un hechizo quemándolo,
no dejando rastro de él
tan solo la segunda esfera que
brillaba a la luz del sol.
Debía darse prisa ya que lo perseguían
centenares de caballeros de la ciudad
de plata, llegándole el aviso en el viento.
Se desvaneció en un instante
cubriendo la brisa el lugar
de aquella batalla donde feneció al bestia.

Acto VII Martillo).

Los elfos del bosque
encontraron el lugar de la batalla
donde los cadáveres de los trolls
se apilaban junto a sus lanzas y espadas,
destrozados los escudos,
arrasado ese lugar, esparcidos los árboles.
Las huellas del perpetrador se dirigían
hacia el oeste en dirección a los pantanos
y el fuego aun marcaba aquel claro
como si el castigo hubiera venido del cielo.
Se movieron rápido fundiéndose con el viento
mientras la noche comenzaba a caer
sobre aquel lugar y el fuego de
la devastación se apagaba lentamente.
Entonces la lluvia llegó cubriéndose
el cielo de un manto negro
mientras el rey de los enanos
se acercaba más a su destino.

Acto VIII En la ciudad azul).

Los dos hermanos se abrieron paso
hacia la cima de la torre
donde el guerrero los aguardaba.
Llevados allí por una visión
se reunieron rodeados del silencio
mientras el escudriñaba en la antigua
biblioteca hasta dar con el libro negro
que aparecía invisible al ojo humano,
pero no a la magia del conjurador.
Recitó el hechizo que abriría el manuscrito
y una brisa recorrió la habitación
cuando el tomo se abrió dando paso
a los secretos que contenía.
Cien años desde aquella noche
en la ciudad dorada cuando los demonios
despertaron y el último hechicero conocido
los mandó de regreso al inframundo
a costa de su propia vida.
Nada decía de la manera de usar las esferas
ni de donde hallar la tercera
pero la advertencia estaba plasmada
al comienzo de aquel libro.
Los demonios encontrarían la manera de
volver y solo el poder de las tres
los erradicaría de éste mundo.
Un murmullo llegó desde abajo,
los llamados magos de la ciudad
detectaron el conjuro de apertura
y enviaron a sus huestes hacia ellos.
Los dos hermanos quebraron escudos,
precipitaron a los defensores
al suelo mientras se abrían paso
buscando una escapatoria,
protegiendo al conjurador
cuya magia había mermado
en los últimos días.
Llegaron hasta la puerta de la ciudad
enfrentándose al más peligroso
de los magos azules quien los atacó
conjurando los poderes del fuego,
obligando a los hombres del norte
a usar sus escudos para protegerse
a la espera de una oportunidad
mientras el guerrero permanecía inalterable
buscando algún hechizo que los ayudara.
Entonces apuntó su mano hacia su enemigo
reuniendo la magia que aún le quedaba
e iniciando un ataque que distrajo
a aquel defensor solo una fracción
de segundo, lo suficiente para que
un golpe de escudo lo dejara fuera
de combate mientras los tres escapaban
hacia la noche, rumbo al oeste.

Acto IX, Parte I, Pantanos).

Los orcos de los pantanos
se proclamaron dueños de la ciudad
pero aquella noche supieron de su error.
Primero fue un rey enano quien atravesó
sus líneas defensivas en los pantanos
descargando su pesado martillo
y sembrando el cielo de rayos.
Luego un grupo de elfos que
ocultándose en las sombras
llenó de flechas el cielo.
Cuando aún no se habían recuperado
de éste segundo ataque
encontraron a sus centinelas
desparramados por el suelo.
Algunos murmuraban que dos
hombres se abrieron paso a golpe
de escudos y planazos de espada
cargando consigo a un tercero
rumbo a la ciudad dorada.
Los orcos se reunieron listos
para marchar cuando la caballería 
de la ciudad de plata los paso por encima
y una lluvia de fuego los incineró
mientras los magos azules se abrían paso.
Los que lograron sobrevivir huyeron
a refugiarse en las zonas más
profundas de aquellos pantanos
donde se sintieron seguros.

Acto IX, Parte II, La ciudad dorada).

El fuego se encendió esa noche
ardiendo una vez más las ruinas
de la ciudad mientras los fantasmas
del pasado se hacían oír.
Los demonios y su señor oscuro
habían vuelto, mil veces más fuertes
que en la primera oleada.
Los lacayos infernales se enfrentaron
a los restos de la horda que trataba
de reaccionar ante ese ataque demencial
mientras desde afuera llegó la carga
conjunta de magos, caballeros, elfos
y un rey enano que cegaba a todo el mundo,
trayendo la tormenta sobre la cabeza
de demonios y orcos para fulminarlos
con descargas y mazazos.
Los dos hombres del norte unieron
sus espadas a las del enano
abriéndose paso entre las filas enemigas
mientras el guerrero comenzaba a despertar
ascendiendo las esferas que llevaba
y rodeándolo en tanto su mente se abría.
La tercera esfera no estaba perdida
residía en él mismo y entonces el poder
se liberó fundiéndose las otras dos con el
cubriéndolo la armadura negra y apareciendo
el acero en su mano mientras sus ojos
buscaban al peor de todos esos demonios.
Chocaron en el centro de la ciudad
mientras el cielo se cubría de nubes
y el trueno anunciaba el comienzo
de la última batalla,
arremetiendo contra ese demonio
resquebrajándose la tierra
en el fragor de aquella contienda
mientras a su alrededor la magia, las espadas,
los relámpagos, armaduras y flechas
completaban el cuadro de esa escena.
Dio un golpe terrible al señor oscuro
quien retrocedió herido mortalmente
para desaparecer en una explosión
que la armadura absorbió.
Entonces cuando todo terminó
el señor de los enanos posó su martillo
en el suelo y cargo en sus brazos
a uno de los hermanos que había caído
en aquella batalla.
Las llamas se llevaron el cuerpo
del hombre del norte mientras
el guerrero se deshacía de la poderosa
armadura, la que desapareció
liberándose la energía en el reino
de Revidalli y restaurando el bosque
a lo largo de todo el océano de arena
mientras el conjurador desaparecía
fundiéndose en las sombras.

Y en lo alto un corcel
cabalga rápido hacia los palacios de acero
llevando consigo al hermano caído.
Su andar deja una estela,
la misma que el drakar regresando
hacia el norte donde el hogar aguarda. 

Escrito hace demasiado tiempo, entre Enero de 2006 y algún momento del 2007. Contando con la inestimable colaboración del todo poderoso “Yisus HammerHand”.

No hay comentarios.: