Poco antes de las ocho de la mañana dominical la vieja bicicleta recorre una vez más la calle principal del pueblo de Solá.
Sin embargo, no es otro día más como aquellos en los que Javier reparte la correspondencia. Es el primer domingo de la primavera, el sol brilla en lo alto y el invierno finalmente se ha ido.
La bicicleta deja una pequeña estela por el viejo camino de tosca, al llegar al puente dobla hacia la derecha y se dirige a través de un sendero que los gauchos usan para arriar al ganado hacia mejores pasturas.
Javier detiene la marcha justo donde la laguna empieza, toma la pequeña canasta que ha llevado consigo en esa excursión y se sienta a esperar que llegue el resto del pueblo.
Niños, mujeres, hombres, pequeños recién nacidos y ancianos, todos paulatinamente comienzan a arrimarse a la laguna que es un espejo en el sudoeste de la provincia.
Un fenómeno inusitado se produce a eso de las diez, aunque a veces puede darse una hora antes. El color del agua comienza a cambiar, de azul a rojo y eso es sólo el comienzo.
La efervescencia que sigue a esa mutación culmina con la aparición de un enorme raviol en medio del espejo de agua. Los moradores del lugar toman sus pequeños botes y se dirigen presurosos a aprovisionarse para el almuerzo.
Los demás miembros de las familias, incluso hay algunos agregados de último momento, preparan el lugar de la comilona y descorchan los vinos que han guardado durante toda la temporada: Malbec, Cabernet, Tempranillo, Borgoña, Patero, entre otros son puestos a disposición de los que desean probarlos.
A la vuelta de la expedición, los incursores traen abundantes porciones de pasta para deleite de los comensales. Algunos trepan hasta la cima del enorme raviol y procuran tomar un poco del fino queso que lo recubre, conocido popularmente como “los cuatro cielos”.
Otros juntan el líquido rojo, o salsa, repartiéndolo entre cada uno de los grupos presentes.
Nadie se pregunta cómo es que existe ese enorme raviol, sólo se deleitan hasta saciarse y luego vienen los postres preparados por las señoras. Los más refinados beben café, otros prefieren seguir con la bota.
A eso de las cinco de la tarde Javier enciende su vieja radio, preparándose para escuchar el relato de una nueva fecha de la primera división. Otros, simplemente ignoran esto y regresan a sus casas.
A las siete y treinta cuando el sol empieza a dejarle su lugar a la luna, la bicicleta vuelve a partir. Entonces la laguna recupera su fisonomía habitual, a la vez que el horizonte se torna violáceo a la espera del viento de la mañana siguiente.
Javier deja su bicicleta, quiebra los restos del pan de esa mañana y los arroja en el patio frente a la casa. Luego se sienta en el porche y espera a que den las noticias de las diez de la noche. A la noche siguiente se quedara escuchando el programa del que es seguidor desde la época de estudiante, en la lejana Mar del Plata y tratara de resolver otro misterio: ¿cuánto cuesta el amor de Laura?
Dice la Tribuna de Hammerhand:
"Un lujo de Fiori...emocionante relato, con una sencillez conmovedora...
despojado de adornos superfluos pinta un cuadro cristalino, que por sencillo y familiar resulta más entrañable".
Calificación: 5/5 (muy recomendado).
Sin embargo, no es otro día más como aquellos en los que Javier reparte la correspondencia. Es el primer domingo de la primavera, el sol brilla en lo alto y el invierno finalmente se ha ido.
La bicicleta deja una pequeña estela por el viejo camino de tosca, al llegar al puente dobla hacia la derecha y se dirige a través de un sendero que los gauchos usan para arriar al ganado hacia mejores pasturas.
Javier detiene la marcha justo donde la laguna empieza, toma la pequeña canasta que ha llevado consigo en esa excursión y se sienta a esperar que llegue el resto del pueblo.
Niños, mujeres, hombres, pequeños recién nacidos y ancianos, todos paulatinamente comienzan a arrimarse a la laguna que es un espejo en el sudoeste de la provincia.
Un fenómeno inusitado se produce a eso de las diez, aunque a veces puede darse una hora antes. El color del agua comienza a cambiar, de azul a rojo y eso es sólo el comienzo.
La efervescencia que sigue a esa mutación culmina con la aparición de un enorme raviol en medio del espejo de agua. Los moradores del lugar toman sus pequeños botes y se dirigen presurosos a aprovisionarse para el almuerzo.
Los demás miembros de las familias, incluso hay algunos agregados de último momento, preparan el lugar de la comilona y descorchan los vinos que han guardado durante toda la temporada: Malbec, Cabernet, Tempranillo, Borgoña, Patero, entre otros son puestos a disposición de los que desean probarlos.
A la vuelta de la expedición, los incursores traen abundantes porciones de pasta para deleite de los comensales. Algunos trepan hasta la cima del enorme raviol y procuran tomar un poco del fino queso que lo recubre, conocido popularmente como “los cuatro cielos”.
Otros juntan el líquido rojo, o salsa, repartiéndolo entre cada uno de los grupos presentes.
Nadie se pregunta cómo es que existe ese enorme raviol, sólo se deleitan hasta saciarse y luego vienen los postres preparados por las señoras. Los más refinados beben café, otros prefieren seguir con la bota.
A eso de las cinco de la tarde Javier enciende su vieja radio, preparándose para escuchar el relato de una nueva fecha de la primera división. Otros, simplemente ignoran esto y regresan a sus casas.
A las siete y treinta cuando el sol empieza a dejarle su lugar a la luna, la bicicleta vuelve a partir. Entonces la laguna recupera su fisonomía habitual, a la vez que el horizonte se torna violáceo a la espera del viento de la mañana siguiente.
Javier deja su bicicleta, quiebra los restos del pan de esa mañana y los arroja en el patio frente a la casa. Luego se sienta en el porche y espera a que den las noticias de las diez de la noche. A la noche siguiente se quedara escuchando el programa del que es seguidor desde la época de estudiante, en la lejana Mar del Plata y tratara de resolver otro misterio: ¿cuánto cuesta el amor de Laura?
Palenciano & Romero. 2000.
"Un lujo de Fiori...emocionante relato, con una sencillez conmovedora...
despojado de adornos superfluos pinta un cuadro cristalino, que por sencillo y familiar resulta más entrañable".
Calificación: 5/5 (muy recomendado).
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