sábado

Dos mundos

La frontera, ese páramo de rocas, alambres y fusiles, nos separa y nos hace sentir tan diferentes. Ellos nos acusan de traficantes, olvidando la corrupción que los carcome, su materialismo y el culto a las imágenes de sus ídolos en el celuloide, mientras el resto del mundo se cae en pedazos.
Jamás he visto un “mojado” que venga del otro lado, tal vez eso de chuparle la sangre a la mitad de la humanidad funcione y evite las fugas. Mientras tengan en donde dormir calientes no habrá inconvenientes.
Así transcurren los días en esta torre de la soledad, en el extremo sur de un país sin nombre y sin tiempo, excepto para ver la marea de los nuestros que se precipita para ser abatidos antes de llegar a cruzar el desierto. Si no fuera porque colgar calaveras en picas está pasado de moda y suena grotesco, sin dudas los sádicos que trabajan allí lo harían sin pensarlo cuidando los intereses de sus “buenos ciudadanos”: rubios, musculosos, jóvenes y de ojos celestes, aunque hoy se permite algún que otro “morocho”.
Así se ha ido otra vida, la de los que huyen del hambre que generan las políticas que ellos con sus constantes intervenciones y los parásitos locales han provocado, hasta sumir a nuestra Nación en la miseria. No hace falta la acusación de tener armas de destrucción masiva, ya estamos entregados en ciertos aspectos económicos.
Mi vida ha discurrido tranquila, entre rondas nocturnas y amaneceres con alarmas sonando del otro lado, lo único que nos queda es esperar poder frenar a los nuestros para que no vayan hacia las balas. 
E irónicamente mandarlos de nuevo a la pobreza de nuestro lado, ¿ser arrojado a los tiburones o morir de hambre? Y no se queje, esto forma parte de la civilización creada al otro lado del charco y con filiales en ciertas partes del mundo (siempre los que deciden son un puñado, desfile y vanidades de por medio).
El único punto de encuentro lo constituye un pequeño local justo entre ambos países, al dueño no le ha quedado más que poner dos barras para atender la demanda “foránea” y la “de los otros” (nunca sabemos quién entra en qué categoría).
Sin embargo existe un punto medio, la pista de baile o el único lugar en él que no hay mesas, tan solo una vieja máquina de discos compactos que cualquiera puede utilizar. Allí fue donde la conocí, tenía todas las características de los de su raza: ella era el sol, yo el lobo que no había conocido el día.
Las sirenas comenzaron a sonar, los nuestros y los suyos volvieron a la realidad, cada quién a ocupar su puesto: él de guardias de la pobreza y él de serafines del paraíso. Sin embargo ella y yo nos perdimos en la vorágine que nos atrapó, consumiéndonos en un mar de cuerpos.
Luego vino la calma, los sonidos de afuera se habían apagado y con ello regresamos a nuestros mundos. Volvimos a estar separados por el muro, las armas y los alambres, sin embargo todo estaba por cambiar.
Aunque para ello pasó mucho tiempo, mi vista se ha ido cansando con el tiempo y la nieve de aquel lugar en su migración me ha dejado unas cuantas canas. Así llegué al día que se parecía a tantos otros, notando como una persona se adentraba en el mar de hilos custodiado por los perros del poder sin recibir un solo rasguño.
Es que precisamente venía hacia nuestro lado, la primera “mojada” del otro mundo. Así, hija es cómo llegaste hasta mí, sin más cosas que una muñeca y la foto de tu madre. 
Ella se ha ido hace tiempo, al único lugar en él que parece que no existen divisiones de ningún tipo, sólo paz.

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