He llevado esa vieja silla de metal y me he sentado en el patio de tu casa, riendo contigo y con los que has amado. El sol se ocultaba despacio en el oeste, mientras en la costa del este el fuego ascendía al cielo nocturno y bebíamos festejando el año nuevo.
Luego simplemente me he saltado de historia, yendo hacia el sol que llegaba y cayendo de bruces en la cubierta de ese barco dragón.
Los demás parecían absortos en la batalla que se desataba entre las dos naves, tan solo un pequeño guerrero conservaba la fría calma y se deshacía de sus enemigos.
- Vuestras calaveras adornarán la proa de mi barco, el día en el que me dirija hacia Asgard bramó Thorval y se lanzó hacia la otra barca, reduciéndola a cenizas él solo.
La pesada espada, la armadura y el blasón quedaron atrás, las balas silbaban y las explosiones sacudían la tierra. Un hijo de Eneas combatía viendo caer a sus enemigos, oscuros invasores del continente negro, al pie del caño de la ametralladora que se había vuelto rojo, igual a la sangre derramada.
Los hombres se apretujaban en el frío de la guerra, fusil en mano, hermanados en ese triste destino y entonces decidí dejar esa historia también.
Un nuevo salto hacia lo desconocido, corriendo por el bosque con los primeros nacidos, escavando en las rocas en busca de piedras preciosas y bramando como una bestia salvaje, jefe orco de esa contienda.
Todo se desvaneció, las historias pasaron ante mí y al final me recosté contigo, en ese lecho caliente, siendo tu amante por una noche para luego fundirme con el océano lamiendo tus huellas en la playa.
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