sábado

Grifos

Hace calor, la ruta corta el verde paisaje, debajo de mis zapatos cuelgan los últimos abrojos
que transporto hacia la garita blanca.

Son las 9:00 hs. del último día del año, un sol abrasador calcina a los viajeros, que tratan de llegar a tiempo a tomar el interurbano hacia la otra punta de la civilización.
El sudor recubre mi cuerpo, la mochila parece un peso muerto, busco un poco de la sombra de esa parada para beber algo de agua.

Y al comenzar a tomar, veo como el calor ha afectado a los demás. Son como seres sin sentido que persiguen un poco de ese líquido, que esta mañana coloqué en esa botella.

He tenido que huir, al costado de la ruta sólo está la ciénaga de los lamentos. Perseguido por una horda de seres que babean la palabra agua, me dirijo hacia la escuela de vuelo llamada Grifos.

Allí el viejo Lolo, el de las antiparras y la bufanda roja, me ha arrojado una escalera mientras corría por la pista tratando de alcanzar al Swordfish que comenzaba a carretear.
Pronto la horda impotente queda atrás, veo como el gusano azul les pasa a cien metros y eso parece hacerles recobrar el juicio. Deberán esperar otra hora para poder viajar, el bondi a la Costa de Ajó ya se les fue.

Desde arriba observo las casas pequeñas, la ruta cargada de turistas, las máquinas trabajando en el campo y en eso Lolo el Rojo, me saca de mi ensimismamiento. No tiene pista en donde aterrizar, se dirige a la lejana Valeria así que me ha dado un paracaídas. 

Justo ahí, en el cruce de Libertador y Costanera he descendido. Me tomé un momento para recuperarme de tremenda travesía, destapé mi botella y en ese momento el ómnibus anaranjado se detuvo a cien metros.

Nuevamente una horda de enceguecidos seres, deseosos de agua comenzó a correr hacia mí. Así me he pasado todo el día, huyendo en un fin de año caluroso.

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