El gallego se fue promediando los cincuenta años de edad y dejó a sus hijas solas, no es que les faltara la madre pero siempre habían tenido más comunicación con su padre, desbolado y todo como era.
Así que la menor de ellas, Alicia, creció sin un norte paterno y en constante roce con su madre. Buscó cuando tuvo edad suficiente cómo compensar ello, cayendo en los brazos de más de un hombre que la abandonaba temprano en la noche.
Hasta que se topó con uno que no la dejó, al menos no por un tiempo y así fue como ella conoció la felicidad en partes. Su primera hija se llamó Esperanza, nacida en la salita del Barrio de La Quema.
Alicia salía todas las mañanas rumbo a su trabajo, volvía por la tarde noche y esperaba a su pareja. Los primeros cinco años fueron hermosos, pero a la larga todo empezó a cambiar. El hombre no quería estar atado, ni a una mujer ni a una hija y así fue como la abandonaron por segunda vez en su vida.
Alicia se tragó todo lo que sentía, internándose entre su trabajo y la hija que crecía junto a ella. Cuando comenzó la escuela la llevaba en la motocicleta que había comprado con los ahorros de sus dos laburos, el domingo era sólo para las dos.
Y así fue que otro hombre entró en su vida, tal vez cuando menos lo esperaba se encontró mudándose a un pequeño lugar en la costa atlántica, desde donde ve crecer a sus dos pequeñas esperando que su amor regrese.
Este es un mundo demasiado exitista y machista, en donde a la mujer se la denigra constantemente pese a todo lo que soporta a diario; entre ellos a los hombres a los que ha parido, amado, anhelado, odiado y olvidado.
Al hombre se lo trata de macho cuanta más experiencia sexual tiene y a la mujer poco menos que a una empleada de un burdel, sin embargo necesariamente la bestia llamada hombre ha de terminar cayendo en el seno de una mujer.
Esto está dedicado a todas las Alicia del mundo.
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