Raza de la calle, fiel como pocas,
adaptándose a cualquier cosa
con tal de encontrar un lugar en
donde guarecerse de las inclemencias.
Resistiendo los embates del invierno,
sufriendo el calor sofocante del verano,
nada de un baño perfumado
más allá de la tierra en donde revolcarse
para desalojar al ejercito de pulgas.
Abandonados a su suerte,
pereciendo lejos de todo cariño
y diciendo adiós en un último lamido
dándole la bienvenida a esa pradera
verde, luminosa, en donde otros ladridos
llaman en la eternidad.
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