Laura espera a que la última de sus amigas entre en la habitación y luego cierra la puerta con llave. Son las siete de la tarde de un viernes como cualquier otro, abre el libro en la página número treinta iniciando el juego.
Pronto todo a su alrededor parece irreal, las auras contrastan con las sombras que apenas se ven disipadas por las llamas de las velas dispuestas en círculo.
Cada una de sus hermanas de la infancia toma su lugar en uno de los cinco puntos del pentagrama, el manuscrito yace en el medio junto con una copa de vino.
Nunca han llegado tan lejos en su juego, mazmorras y castillos han quedado atrás. Ahora están a mitad del camino, en una tierra que sólo puede visitarse en los sueños.
Sin embargo, a medida que sus personajes se deslizan por el tablero cada una de ellas va experimentando sus temores más profundos. Algo parece querer sacarlas de esa prisión de carne, Laura nota que su respiración se agita.
Puede ver la lucha que sostienen sus hermanas con cada uno de esos demonios que se han soltado en medio de éste juego, puede verlo y sabe que la salvación está en la última carta que toma.
De pronto su mente se siente liberada, debajo queda el cuerpo inerte. Sus enemigos se han percatado de esto, van a su encuentro y ella se vale de su alma para destruirlos uno a uno.
Cuando las luces regresan, sus amigas yacen desvanecidas. Una a una se irán marchando y ya no volverán a cruzarse, no recordando nada de lo acontecido.
Únicamente Laura sabrá de los peligros que esconde la página treinta de ese libro.
Son las once de la noche de un viernes cualquiera.
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