En el comienzo, aún antes de que los dragones poblaran éste mundo y de que los enanos buscarán metales preciosos en las entrañas de la tierra, el Hacedor forjó con sus enormes manos las montañas del norte.
Los lagos surgieron de entre las grietas que abrió con su poderoso martillo, haciendo que éste volara hacia los cielos para dar lugar a las estrellas, resquebrajándolo, coronando el relámpago la cima de la Forja del Trueno.
Sopló creando al viento, hizo que corriera como una leve brisa por los bosques que nacieron tras la primera lluvia, alejando al océano de las costas del primitivo continente y permitiendo que la hierba lo cubriera en lo que para él fue solo un pestañeo.
Luego dirigiéndose a las entrañas de las montañas de nieves eternas apoyó sus manos sobre su mazo, comenzando su largo sueño, mientras el mundo que había creado crecía lentamente.
I)
En el páramo desierto se levanta la torre blanca, aunque en ella solo reside la oscuridad. Los que ansían el poder la construyeron como un tributo a su propia codicia, atrayendo a los que como ellos tienen el alma navegando entre tinieblas.
Y así los hombres de la ciudad, los magos, los elfos del bosque, los poderosos orcos del desierto e incluso los dragones comenzaron a rendirle tributos al ser que habitaba allí, al que llamaron Señor, haciéndose la guerra entre ellos para ganarse su favor, cuando en realidad sólo estaban dándole más poder, al ser menos los que quedaban para oponérsele.
Únicamente un puñado de hombres libres que vivía en las costas lejanas se negaron a responder al llamado, sabiendo lo que en el pasado les había costado y erigieron una fortaleza al borde del mar, el Último Pueblo Libre lo llamaron. Así ellos, con la ayuda de los que vivían en medio del océano se resistieron al poder de la Torre Blanca derrotando a cualquier enemigo que los asediará.
Y en esos tiempos difíciles cualquier ayuda era bienvenida.
II)
La nieve se ha extendido sobre los campos, cubriendo lentamente lo verde de blanco, mientras los aldeanos tratan de poner al resguardo la última parte de sus cosechas. Todo es silencio en las horas en las que el mundo se sumerge en oscuridad, apenas algunas luces brillan más allá del bosque del sur.
Ni siquiera las criaturas de la noche se animan a salir en medio de la helada que cae, el invierno ha venido para quedarse, y así las horas van lentamente a la espera de que el sol con su tenue luz les dé un respiro de las tinieblas.
Sin embargo el alma del guerrero no descansa, la fogata es como un faro atrayendo a los que están extraviados, se apretuja la capa mientras sus ojos contemplan el corazón del fuego. Las chispas brotan como los recuerdos en esta noche, una bocanada las acompaña en su viaje hacia el cielo.
Lejos ha quedado el páramo desolado en donde libraron la batalla contra las huestes del averno, él y sus hermanos de armas vencieron trayendo paz a la tierra, sin embargo los humanos no aprendieron la lección. Siguieron deseando tener más poder aliándose con los habitantes del bosque en la búsqueda de riquezas.
Incluso la horda verde que habitaba el desierto parece insignificante al lado de la ambición enferma, lo mejor era permanecer lejos de las ciudades, errando eternamente por el mundo libre, apartándose de toda esa atmósfera irrefrenable de materialismo.
La noche extendía su manto sobre éste mundo, el fuego crepitaba y el recordaba bocanada tras bocanada. Sintió que su mazo brillaba antes de que el viajero se acercara a compartir con el aquel momento de silencio.
Clavó la lanza a un costado, el lobo se recostó a sus pies, el otro permaneció en las penumbras, incluso advirtió un aleteo en lo alto acompañados de un susurro. Bebió con el recién llegado, el martillo no cesó en emitir un leve resplandor y como si hubiera sido un instante se encontró de pronto solo.
No sabría decir cuánto tiempo pasó, de pronto algo hizo que se apartará de la fogata justo a tiempo. Los tres se materializaron precisamente sobre el fuego, Púrpura corrió con su capa encendida, Azul trataba de recordar el hechizo contra incendios, Blanco había sufrido una mutación por aquel brusco aterrizaje y perseguía al primero tratando de avivar las llamas mientras se reía como un demente.
Thorval arrojó agua sobre el pobre mago y con el balde vació le dio un golpe a Blanco quien recobró la cordura.
- Veo que pudiste revertir el hechizo de petrificación dijo dirigiéndose a Azul, aunque tu transportación sigue siendo pésima. No se te ocurra invocar un conjuro para avivar la fogata o incendiarás el bosque. Lo último que necesito es atraer a los orejas largas hacia éste lugar.
Dicho esto encendió de nuevo su pipa, ocupando su lugar frente a la fogata, al tiempo que los tres magos hacían lo propio para poder discutir los planes de aquella nueva incursión.
III)
Ascendió a través de los escalones labrados en el corazón de la montaña, la luz de la antorcha iluminaba su andar apresurado hacia la cima.
La arrojó a un lado en cuanto logró llegar al antiguo salón, invocó a sus ancestros blandiendo su matillo y aquel lugar sumido en la oscuridad se iluminó de súbito.
Contempló la enorme estatua de piedra, la larga barba, la poderosa armadura y el mazo del gigante dormido. El suyo comenzó a brillar sintiendo como el poder fluía en ese recinto, todo a su alrededor se desvaneció un instante hasta que se encontró portando la armadura del Hacedor del Mundo.
El Bárbaro había estado conteniendo a los enemigos que trataban de llegar hasta allí, se dirigió hacia su compañero quien en ese momento trazaba los signos de un círculo rúnico al tiempo que pronunciaba un himno de batalla en el lenguaje de los forjadores del acero.
Los tres magos fueron llevados hasta allí, el normando montado en un lobo más oscuro que la hora previa al amanecer y el enorme dragón que moraba en la montaña lejana.
- Es la primera vez que no usas tu único hechizo dijo Púrpura, ahora resulta que debemos soportar que nos arrastren de acá para allá.
- El viaje ha de comenzar dijo Thorval, porque he permanecido dormido demasiado tiempo y mis hermanos se han visto en peligro. Ahora, por el poder que el Martillo me confiere habremos de librar la última de las batallas pues yo soy HammerHand.
La caverna se iluminó aún más, las hordas que los habían perseguido hasta allí fueron arrasadas por el poder que las volvió polvo mientras el Señor de los Enanos pronunciaba la última estrofa de su conjuro llevándolos lejos de allí, hacia donde quedaba el único pueblo libre de la tierra conocida.
IV)
- A las armas gritaba el Jefe Rojo, mientras los aldeanos se calzaban las armaduras forjadas por sus aliados los enanos, llevando espadas cortas y cascos con forma de grifos.
Incluso antes de salir a defender el muro recibían de parte de los taurinos una medida del pesado vino de Creta. Esto era el equivalente a pelear con un fuego ardiendo en el pecho, la última arma contra la oscuridad.
Las huestes del averno habían llegado, los que una vez fueron sus hermanos ahora eran marionetas que servían al poder que emanaba de la torre en medio del páramo.
Oleada tras oleada eran rechazados pero retornaban, hasta que el amanecer los obligaba a refugiarse en las profundidades de los bosques y las montañas, a la espera del llamado de la noche.
Y así fue durante incontables días, los habitantes de aquel lugar resistieron valerosamente hasta que el final comenzó a acercarse a ellos. Extenuados, valientes, unidos, un muro de acero de punta a punta esperaba al invasor.
En la hora más oscura, cuando hasta la luna parecía haber sido engullida por la oscuridad la campana sonó ominosa, un golpe aplicado por la mano experta del guerrero hacía sonar el viejo metal enano.
Y entonces los magos se materializaron en aquel lugar, el fuego vino desde el cielo cayendo sobre los incontables orcos, elfos, humanos y goblins corrompidos que servían a la torre. Incluso algún que otro esqueleto se levantaba cada tanto del campo de batalla.
Un nuevo golpe a la campana, las montañas retumbaron pues sus moradores eran llamados una vez más. Los ejércitos de enanos, demasiado ocupados en construir bajo tierra, eran inmunes al llamado de la oscuridad. Las espadas derribaban enemigos, los martillos trituraban armas de asedio, las lanzas taurinas manejadas con más precisión que la de un troll llenaban el aire.
Aun así, pese a la resistencia heroica, los enemigos siempre renovaban sus fuerzas. El sol tardaba más en salir, pues el invierno se abatía implacable sobre aquella tierra.
Thorval sintió el HammerHand latiendo, llamándolo desde lo profundo. Contempló el cielo, vio el carro corriendo a través de él como en la fría montaña, los relámpagos iluminaban la noche, sintió el cuerno lejano sonando.
Pudo ver un instante la torre lejana, sintió el llamado emergiendo de allí, pero el martillo eclipsó aquella voz y en una fracción de segundo lanzó el grito de guerra de los enanos, volando el mazo a través de la tierra asediada, atravesando todo lo que se interponía en su camino.
La torre fue quebrada, el poder que allí residía se extinguió en el vacío y entonces el que alguna vez fue un ser de carne y hueso lo observó consternado. Thorval no dijo nada, no había piedad suficiente en el mundo, no ese día, ni siquiera en la eternidad.
Levantó el martillo y al caer éste sólo quedaron cenizas, el viento se ocupó de esparcirlas, luego el guerrero desapareció en medio de la noche en la que la luna recuperó su cielo.
V)
Las huestes de Grokk arribaron al Último Pueblo Libre a la par de los enormes drakkars, lamentaron no poder participar en la batalla pero el vino los animó y pronto lo olvidaron.
Thorval encendió su pipa, sintiendo que finalmente el martillo podía descansar, los tres magos levantaron un enorme muro de piedra de estilo griego que remplazó a la empalizada nórdica. El vino de Creta fue repartido en cantidades enormes, los taurinos y los enanos brindaron, los elfos, los humanos y todos aquellos que fueron liberados del poder de la Torre Blanca se sumaron a los festejos, los orcos aullaron con la cerveza de los normandos y bebieron hasta los gigantescos huargos de las montañas del norte.
El Jefe Rojo se casó esa misma noche, pese a las advertencias de Thorval, tuvo veinte esposas y cien hijos, los que corretearon por las tierras libres por los siglos de los siglos, mientras el Guardián parecía dormido pero los veía en sus sueños, en tanto las estaciones pasaban sin prisa.
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