El pueblo está de fiesta, de las colinas suena la música hasta el río que esta noche parece manso. Incluso algunos forasteros han llegado para los festejos, todo es dicha, copas y recuerdos.
En unos ojos morenos encuentra el cielo nocturno, perdiéndose en la noche y buscando un lugar en donde pasarla.
Por la mañana un par de brazos lo sacuden, recibe varias patadas y golpes. La plaza está llena de rostros hostiles, la música se ha ido y el sol le provoca un fuerte dolor en la cabeza.
La ofensa debe ser vengada, los hermanos reclaman la sangre del profanador.
En eso el tano sale de la nada, de un puntapié derriba a uno y se interpone entre los captores.
- No eres quien para inmiscuirte en nuestros asuntos.
- Su muerte sólo traerá desgracia sobre todos vosotros. Si hay alguien que quiera tomarla primero se las verá conmigo. Yo respondo por él.
Las únicas que aparecen impasibles son las mujeres, las más viejas han parido, criado y visto partir a demasiados hijos. Ahora, las cosas parecen irse de nuevo de control.
El tano sabe que le ha dado a su amigo una segunda oportunidad, ve el rostro asustado de éste y juega su carta.
- Como dije, su muerte sólo traerá pena para ustedes. Pero sin embargo se me ocurre algo para resolver el problema.
El silencio que sigue a sus palabras suena como una sentencia de muerte.
- Cásenlos y tendrán un par de brazos jóvenes.
Su amigo parece haber salido del sopor de la noche anterior, mira para todos lados buscando una salida.
Pero sólo ve rostros perplejos, esto hasta que uno de los hermanos de la mujer pronuncia el veredicto:
- Traigan al sacerdote.
La ceremonia es sencilla, de pronto su amigo se ha ido llevándose el vehículo rentado colina arriba y la estela de polvo es agitada por el viento.
Entonces el gallego se encuentra con la mujer de la noche anterior, su esposa. Todo parece haberse calmado, al igual que el río allá abajo.
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