Me despojé de la armadura, el casco, la lanza y la espada,
todo me pesaba demasiado así como aquella jornada
que tocaba a su fin, finalmente se terminaba.
Entonces, libre de lo que me resultaba una carga
hice sonar mi cuerno de batalla y la caverna comenzó
a iluminarse con el brillo del ser que se acercaba.
El dragón me contempló inquisidor, sus ojos dorados
escondían el brillo de miles de soles y de otras tantas eras.
Éste mundo se le mostraba demasiado joven e irrespetuoso,
lo llamaban bestia sedienta de sangre y cosas peores
aunque jamás lograrían ver su grandeza.
Y tras el escrutinio, tomé un pesado hueso
aventándolo cuesta abajo, a lo que siguió el inició
de la persecución por parte del enorme ser.
Esa noche tendríamos varios toneles de vino,
traídos de la reciente cosecha de la ciudad del valle.
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