Aún puede verse el rastro de su andar,
por el sur de La Pampa.
Nunca le hizo asco a nada,
changa o trabajo el salía
al galope ante de que despuntara
el alba y empezaba su labor.
Cuando tenía techo se dormía en paz,
pero ansiaba el manto de las estrellas
y el sonar de la bigüela mientras el
fuego crepitaba.
Cuando le faltaba comida,
usaba su viejo facón para
juntar los cardos
y con pan molido,
duro de tantos días,
los freía y seguía esperando
que el viento soplara desde
otra dirección.
Aún hoy puede verse su rastro
por los pagos de Tres Arroyos,
ahí cerca de los linderos
de La Verbena.
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