Se detuvo sintiendo la brisa del viento, el mar y éste eran las únicas cosas más antiguas que la raza de los druidas. Sus hermanos habían considerado todo aquello una locura, jamás osarían hacer lo que él estaba a punto de concretar.
Dejó a un lado su cayado, derramando su sangre sobre el suelo y enterrando las manos, cientos de visiones pasaron ante él. Vio el nacimiento de ríos, los que aún corrían hacia el viejo océano y sintió el latido de la tierra de la que provenía.
Escuchó los susurros del bosque, cientos de espíritus se presentaron ante el viejo druida.
Entonces de a poco comenzó a dormirse, un hormigueo lo invadió cuando se enraizó con su madre. Un estremecimiento, los pequeños brotes comenzaron a salir a la luz y el joven sol los recibió, la brisa acarició la nueva vida que llegaba.
El enorme fresno apareció en la cima de aquel lugar, rodeado de siete círculos de álamos, permaneciendo allí hasta el día de hoy. El resto de los druidas acude a buscar la sabiduría que encontró quien se sacrificó, dejando esa prisión de carne y convirtiéndose en fuente de vida.
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