Uno no elige, ciertas cosas
simplemente ocurren
y hay que aguantarse,
pero en esta noche
previa a que la batalla
se desate, he tenido que
levantar la vista al cielo
para ver que no nos hace
falta un escudo más grande.
Hace tiempo que el manto estelar
es nuestro blasón insigne,
desde que el águila parda
volara en una tarde de enero
y nos llenáramos de gloria una vez más.
Tanto que nos ha servido de fuego
en todos estos años de frío intenso,
en los que pareciera que hemos desaparecido
pero sólo estábamos tomando carrera.
Y hoy vamos otra vez
rumbo al infierno rojo
que espera en alguna parte,
para terminar de demostrar
que no nos falta ni gloria, ni pasión,
pero nos sobra sangre Tana, carajo.
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