Justo al otro lado de las vías, frente a los galpones para guardar el cereal se juntaban los muchachos de “Blanco y Negro”, uno de los dos equipos de aquel Pueblo en medio de La Pampa. Ellos eran los que hombreaban las bolsas, manejaban las máquinas que se usaban en la construcción de la ruta nueva, trabajaban de albañiles y de repartidores de correspondencia.
Ellos era los que venían de abajo, del barro de la pobreza, de los ranchos con los que había nacido aquel, su lugar en el mundo.
El otro equipo tenía su estadio cruzando la vía, recientemente remodelado para el regional que estaba por disputarse, los de “San Nicolás” vestían de verde. El color de la prosperidad, de las grandes porciones de tierra, dueños y señores de cuanto ocurría allí. Sus hijos no tenían las manos callosas, al menos no del trabajo, algunos se habían vuelto padres pero ese era un secreto que se tapaba con “excremento” (cualquier cosa se puede comprar, sobre todo si hay demasiada pobreza).
Aquel era un partido decisivo, el campeón de la liga que incluía equipos de la zona clasificaría para el regional de fútbol que otorgaba un cupo a la segunda división.
Los del “Verde” llegaban con dos puntos de ventaja, eran locales y favoritos. El partido empezó parejo pero de a poco “Blanco y Negro” se encontró en desventaja. Un centro atrás, bien a la inglesa, el nueve contrario le gana en el salto al dos del visitante obligando al arquero a volar. La pelota queda boyando en el área, “el Turco” en su desesperación por despejar la clava contra su propio arco.
1-0.
El árbitro era un tipo regordete que la noche anterior había sido agasajado por algunos “ciudadanos ilustres”, sobre todo a la hora de sacarle brillo a sus artimañas. Apenas podía llegar a tiempo para ver el final de la jugada, no observó cómo los locales cometían falta tras falta; los jueces de línea estaban como la franja blanca de cal: pintados y firmes como jugador de metegol.
En eso “el Turco” se lanzó al ataque, “Blanco y Negro” había recuperado la pelota promediando la media hora de juego, los defensas rivales dejaron un claro en el lado izquierdo. El “Turco” tiró un pique, pasando como una locomotora por el medio del campo y recibiendo un pase del habilidoso del equipo, apodado “el Chueco”.
La bolea hizo que la pelota se curvara en el aire, tomando al arquero volviendo.
1-1.
Los de verde intentaron retomar las riendas, el árbitro no les era de mucha ayuda, parecía que necesitaba un tubo de oxígeno.
En eso intentaron con la media distancia, el golero que hasta ese momento no había tenido más problemas retrocedió apurado y alcanzo a desviarla. Nuevamente el rebote fue capturado por los contrarios, en eso emergió la figura de “Madur”, sacando al equipo del fondo y guiándolos, al igual que al ganado que cuidaba para ayudar a su padre.
El Tano “Saba” recibió un pase de uno de sus compañeros y sacó un remate en la entrada del área, el portero voló pero la pelota se metió en la ratonera.
1-2.
El resto del partido fue un monologo del “Verde”, puro centro y empuje chocaron contra el muro que plantearon las dos líneas defensivas de “Blanco y Negro”. Tan metidos estaban en despejar los ataques rivales, que el silbatazo final sonó ominoso.
El árbitro se desparramó exhausto, mientras los visitantes daban la vuelta en las narices de los de verde. Así quedó la cosa, “Blanco y Negro” era el campeón. El regional los aguardaba.
Con el tiempo el “Verde” se fundió, sus estadio fue comprado por el rival de siempre y rebautizado con el nombre de su más grande ídolo: el “Turco” Musa. El campo de entrenamiento de “Blanco y Negro” se encuentra actualmente sobre las vías, justo frente a los viejos galpones.
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