La cultura, como conjunto de conocimientos y expresiones de cualquier tipo en la enorme extensión de éste planeta, no ha sido concebida como accesible a todo el mundo.
La necesidad de limitar dicha posibilidad viene de la mano de una antiguo concepto, el conocimiento es poder y al poder como tal le interesa que seamos lo más ignorantes posibles.
Ignorantes equivale a incultos y por ende fáciles de adiestrar, si esto no da resultado en razón de que recibimos suficiente alimento durante nuestra niñez es necesario que paguemos por el derecho a la cultura. Es un derecho, pero se encuentra garantizado por el elemento igualitario por excelencia: el poder adquisitivo. El poder nuevamente es el factor determinante.
De ahí que al que detenta el poder, traducido en la posibilidad de hacer lo que se le cante y burlar cualquier ley (existen normas para todo el mundo, pero no se aplican igual a todos), pueda imponer las reglas de mercado para que acceda al conocimiento quien tenga dinero para pagarlo.
O acceda a cualquier forma de expresión, desde Seiya de Pegaso hasta el Libertango de Piazzola, pasando por un programa que desfragmenta el rígido hasta uno que detecta expresiones faciales, todos inevitablemente debemos pagar. Pagar, igual que al barquero para que nos ayude a cruzar el río (la entrada al cielo tiene un canon, la cultura no podría ser la excepción a ello).
De esta forma, aquellos que generan un programa de ordenador (léase software) pretenden cobrar por el mismo y ahí está la diferencia, si lo pago puedo acceder a cierto conocimiento o ventajas que no tendría si sigo en la era del ábaco. Dicha restricción es un intento de un sistema vetusto, obsoleto, decadente y mal humorado de intentar vallar o alambrar a la cultura misma.
Y el ámbito más característico de esto es la Red Mundial o Internet. Como un enorme ejercito de hormigas yendo a buscar material para construir su hormiguero, en las tres “w” se puede encontrar de todo. Desde una versión del Quijote hasta un programa para descargar libros, he ahí el pecado que debe ser combatido y erradicado. Para ello, usando un eufemismo, llamarón pirata a quien trata de conseguir un programa o un artículo cualquiera sin pagar el canon exigido por un bodrio de civilización denominado propiedad intelectual.
Digo eufemismo dado que bien nos podrían tildar de ladrones, cuando por alguna receta mágica solo un puñado de personas en éste mundo son los que cortan el pescado gracias a un montón de negocios que rigen los destinos de naciones enteras (siempre habrá mercaderes y cipayos dispuestos).
Entonces, con la Red el viejo concepto de propiedad intelectual encontró un problema. ¿Cómo le cobramos al que no está frente a la góndola o el mostrador para pagar por algo que no viene en un formato físico?.
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