Sobre ese médano, en las noches
de verano, se sentaba y veía las
horas pasar acompañadas
de las luces que se movían más abajo.
El viento agitaba la vegetación
hacia el sur, soplando cálido desde
el norte y acariciándole suavemente
la cara cubierta de marcas.
La luna estaba ausente algunas noches
y él se sentía solo en medio de
ese desierto que precedía al mar.
Cuando por fin dejaba las nubes
que la mantenían cautiva
su brillo se reflejaba en
los ojos del lobo.
Un aullido sacudía la tierra,
anunciándole a todo ser viviente
o bestia que estuviera suelta
quien era el señor del páramo.
…
Cuando el mundo duerme
y la noche resplandece
el lobo se suelta a perseguir
a la presa y así pasan las horas,
hasta que las campanas
dan las seis en éste
desolado poblado.
Entonces la bestia regresa
a su forma civilizada,
ignorando los hijos del sol
la matanza de los demonios
que moran en los corazones
de los hombres.
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