martes

Otros escritos IV (06 - 12)

XXXVII)
Camina hermano mío
emprendiendo la larga marcha,
la que tantos conocen 
pero muchos han ignorado
manteniéndola en un rincón oscuro
de la existencia.
El viento hincha la vela
cruzada por un relámpago,
la lluvia vendrá a despedirte
en el puerto que ahora dejas atrás
en éste viaje.
El fuego arde eclipsando al sol,
quien ha decidido irse contigo
para iluminar tus pasos
cuando cruces por el puente.
Entra,
que una de las puertas espera
a que te reúnas con tus hermanos,
golpes de espadas y escudos
resuenan tras las paredes de acero
mientras tomas tu lugar. 
Incluso el guardián ha dejado 
a un  lado de su puesto un sitio
en donde los tambores yacen
esperando la caricia de tus martillos.
Él tenía dos martillos 
que sonaban como uno,
uno de los Reyes se ha ido
hacia la morada de los dioses.
El galope de las valquirias
es acompañado por el trueno
y el relámpago para llevarte 
a donde debes estar,
mientras aquí nuestros ejércitos,
el tuyo, el de cada uno de los otros tres,
entonan en tu nombre 
un viejo himno de batalla
para que tu recuerdo no se borre
como tantas otras cosas.
Has sonar los tambores
hermanados con tus mazos
cuando la batalla llegue 
y el cuernos nos convoque
para la última carga
bajo la luz de la luna,
al aire levantados nuestros aceros
como uno solo.
Guarda un lugar,
uno para cada uno de nosotros
y pídele al bardo que aún no 
componga mi canción.
Todo llegará mi hermano
y entonces nos veremos
en los salones del Valhalla,
mientras procuraré que tu recuerdo
sea el de los martillos 
desatando la tormenta 
junto a los otros Reyes del Metal.

XXXVIII)
La hierba cruje
debajo de sus pasos,
el hombre ha marcado
su propiedad con hilos
de acero y engaños.
La laguna de su infancia
yace seca ahora,
las ramas de los árboles
se inclinan para llamarlo
hasta ellos, añorando
esa época que se les fue.
La arboleda te da la bienvenida
en la vuelta a casa,
los pinos son instrumentos
del viento en esta
noche de retorno.
Cada piedra de la casa
tiene una lágrima, una risa,
manos de nuestros seres
que se han ido y están.
El mar guarda la memoria
del tiempo en el que
aun no existía el muro
de arena y llegaron
a plantar las semillas
que hoy florecen.
Vidas enteras,
sacrificio y voluntad
unidos en cada uno de ellos
mostrando las marcas
de las dos manos gigantes
la historia que heredamos.

XXXIX)
La lluvia te hechizó,
suave lavó tus heridas
y el relámpago se hizo oír
para sacarte del sueño.
El viento te recordó
que estabas vivo
y listo para la batalla,
cuando dejaste el lecho cálido
para salir a enfrentar a ese mundo,
en donde las personas
se mueven presurosas
a calmar los deseos materiales
mientras esos dedos pequeños
te mantienen por siempre aferrado
a seguir peleando.

XL)
Es hora de partir
como si estos días
fueran segundos,
pétalos blancos de la rosa
que se marchitaron.
Cuando estoy lejos te extraño
añorando el momento de volver,
las noches frescas de verano,
el invierno al lado de la salamandra
mientras la leña crepita y nos bebemos
ese vino en memoria de los que 
han tomado otro camino.
Cada vez que vuelvo aquí
siento como todas las cosas
se ven pequeñas al lado 
de estos momentos,
en los que el Pueblo
 te da la bienvenida.
Las calles siguen contando las historias
de los que hemos estado aquí de pequeños,
en esas cálidas tardes de verano
cuando mi abuelo fumaba en la entrada
de la casa que yace imperecedera 
en los recuerdos.
El viento susurra nombres que no pueden
ser borrados y que el mar, viejo guardián de éste 
mundo, trae de nuevo a la orilla.
Las horas pasan, el fuego de la estufa se agita
igual que el que llevamos dentro y que nos mantiene
unidos por siempre al lugar que hemos amado
desde antes de llegar a él.

XLI)
Un último sorbo y lo dejó a un lado,
ya se había vuelto a enfriar.
Tomó todo el equipo y se levantó
yendo hacia la otra parte de la habitación
donde se encontró con ella a medio vestir.
La reprimenda no se hizo esperar
así que disculpas de por medio
el salió de aquel cuarto y se dirigió
hacia la pesada puerta de metal
que daba al patio.
La lluvia caía con fuerza sobre
todo la ciudad mientras 
encendía un cigarrillo 
y veía al cielo gris.
Pensó que ya se le pasaría a ella
el enojo de haberla visto así,
después de todo él ya estaba adentro
no tenía por qué llamar.
Terminó de fumar y la colilla voló
hacia la tormenta mientras él se metía
en su cuarto dispuesto a dormitar.
Pronto el sueño lo invadió y se encontró
tras una cortina azul que se agitaba,
la hizo a un lado y contempló la escena,
un mar de cuerpos entre quejidos,
ella contemplando el cielo.
La escena cambió de pronto
aunque siempre hubo una constante,
aquella mujer se repetía una y otra vez
pero su acompañante era distinto.
Un golpe lo despertó
la pesada puerta de metal se había cerrado
dándole final a la tormenta.
Se desperezó y camino hacia la
salida de su cuarto bajando por las escaleras,
viendo la ciudad mojada a través de la ventana.
Cruzó el salón oscuro contiguo
y cuando emergió de la oscuridad
un pensamiento le rondó en la cabeza,
tanto problema por entrar sin avisar.

XLII)
Desearía que puedas oír la lluvia caer,
no estar alejándote de mí cada día
un poco más, para que el viaje que
haces cada mañana no me encuentre
un amanecer viéndote partir para siempre
Desearía poder ser el que alguna vez fui
antes de que esos dos ojos azules
me envenenarán de la forma en que dejé
que lo hicieran y me volviera la bestia
que soy en éste momento.
Desearía ser el que alguna vez fui
cuando partí del lugar que más amo 
en éste mundo y me fui a lo largo de 
la costa, la misma que nos unió en
su momento y en la que descubrí que
eres el amor de mi vida.
Desearía tomarte cada noche no temiendo
que el abismo que creé se vuelva infranqueable,
perderte es algo que me aterroriza y me deja
sin voluntad, mi escudo ante la tormenta.
El camino se ve oscuro en éste momento
y espero poder encontrar la luz,
al igual que daría cualquier cosa porque
escuches esas gotas repiqueteando sobre
el tejado del hogar en donde vivimos.

XLIII)
Y he llorado
a la hermana que se me fue
perdida en el deslumbrar del sol,
a esos ojos inocentes
que no podré ver nunca más.
Lejos quedan las tardes juntos 
cuando el tiempo era nuestro,
parecía que todo se había detenido
en cada palabra y bocanada.
Lo único que existe ahora
es un viejo lobo que huye de la lluvia,
mientras la memoria se burla detrás
de esta noche violeta.

XLIV)
Talando
a golpes de martillo,
el elfo no tiene lugar
desde dónde tirar sus
flechas traicioneras.
Hacia arriba en la roca
los dragones caen,
los hijos de la montaña
blanden sus mazos precipitándolos.
La oscuridad cede ante
el poder del relámpago,
la codicia del humano
se pierde en las cavernas
bajo la montaña,
laberinto gigante,
tumba de los malvados.
Los hijos de la montaña
no tienen piedad,
escudo y martillo
echando al invasor
para luego seguir
esculpiendo la roca.
Tus armas de asedio
no te servirán
la piedra late quebrándolas,
y al caer el sol se cubre
la atmósfera de un 
dulce olor a tabaco.

XLV)
Llegó a su casa cansado del día
encontrándose a su paso,
por el pasillo oscuro,
con cuatro ojos dorados
que lo aguardaban.
Buscó algo en la alacena
y les dio de comer,
una era blanco como
la nieve que se anunciaba,
el otro atigrado
desvaneciéndose en la fría noche.
Los días se acortaron
se volvieron grises,
con los pocos rayos del sol
ellos volvían.
Ahora eran cuatro aguardando
mientras preparaba el almuerzo
a mitad de la semana
y el aire se llenaba de aromas.
Entonces al abrir la puerta
el atigrado estaba ahí,
los demás guardaban
la distancia precavidos.
Al menos con ellos sabía que esperar,
fuera del muro lo aguardaban
senderos demasiados desconocidos
aunque siempre seguía por
las mismas calles.

XLVI)
Nota: se lee desde abajo hacia arriba.

y las consecuencias solo afectan a terceros.
te permite hacer lo que quieras
Después de todo el dinero
y ya no necesitas de nadie.
viendo con seguridad al futuro
el tintineo te hace pasar las horas
pero careces de conciencia,
Nombre santo el del lugar
con el que entra a tu refugio.
y el placer viene a ti
mientras otros hacen la tarea
para seguir con tu vida
Éste lugar es perfecto
circula por la calle caliente de verano.
un cigarrillo mientras la gente
sólo te sentarás a fumar
No harás nada
asegurado compartir el lecho.
siga girando y tengamos
de ella depende que la rueda
que esta ocasión es muy importante,
Trata de no llegar tarde

XLVII)
Estaba aquí cuando los mayores
aún no existían,
sus retoños se esparcían
por todo el lugar.
Cuando uno de ellos
era pisado, sus raíces
buscaban la luz
para cobijarlos.
A veces no sobrevivían
la llegada del invierno
o la mano segadora
del hombre.
El enorme pino,
agitadas sus ramas
por el viento, se estremecía
ante cada vástago caído.
Cada tanto algún incauto
trataba de grabar su superficie,
las raíces eran como enredaderas
más de uno fue arrojado al piso.
Los menos afortunados
probaron los enormes brazos,
quien les creería que aquel
enorme árbol pudiera hacer eso.
La casa fue construida
sus venas la rodearon,
su forma les dio sombra
en el verano cuando
la niña jugó junto a él.
La lluvia lavará la tierra
el olvido es un recurso
para los réprobos,
pero cada línea de su tronco
recuerda los hechos,
testigo mudo que
ha conocido el silencio 
del tiempo.

XLVIII)
Cuando baja el sol
retumban entre las paredes,
del derrumbado castillo,
los golpes de las espadas al chocar.
El uno un señor moro
el otro un caballero de Valencia,
peleando su guerra en la eternidad
para que cuando el sol al salir
quiebre las sombras, reposando
hasta el anochecer en donde
continuaran esta confrontación
sin final ni vencedor.

XLIX)
Y él vive,
sus martillos suenan hermanados
como uno solo, 
una extensión de sus dos brazos,
parte de su alma y su corazón 
en ese retumbar de tambores.
La batería anuncia la batalla,
como un cuerno llamando a
los hermanos hacia la llanura
en donde cumpliremos
el destino que los Dioses
no pueden cambiar.
Aquí yacemos esperando
que los lobos engullan al sol
y a la luna, el día rojo ha llegado
para blandir nuestros aceros
una última vez,
matando gigantes y almas caídas
antes de que el mundo se destruya
para resurgir de nuevo,
mientras esos tambores traen
una vez más los ecos del pasado.

L)
Tu casa, mi refugio,
el lecho tibio que señala
tu ausencia en las mañanas.
Los libros se acumulan,
un poco menos que las botellas vacías
de todas esas batallas gloriosamente ganadas.
Un mazo de cartas, 
hechizos, criaturas y elementos
señalando el encuentro,
obsequio del Barba,
igual que los tomos del arte de la guerra,
la mitología y la fantasía, todas juntas
al lado de los libros de nombres
y ese recetario de Tomasa, que como
sabe su nieta es una gran mujer
y mi amor incondicional.
Incluso das tus primeros pasos
por éste, mi universo favorito,
al que puedo ir cuando quiera 
aun en medio de los conflictos
que se amontonan en casilleros marcados,
tratando de darle sentido al caos.
Y ella hace juego con esto,
su andar por el patio
deja más daños que una batalla,
cuidándote de pisar en terreno firme,
no sea cosa que te caigas 
y Pietra te mueva la cola
mientras huye hacia su cubil.

LI)
No recuerdo nada,
es como si el tiempo se hubiera borrado
pero sin embargo se olvidó de llevarse la
lluvia de estos últimos años.
Y así es como me encuentro ahora
al lado de éste fuego que se negaba a venir
en la helada mañana de esta, mi pequeña
isla en medio del océano.
Tu nombre no lo recuerdo
la niebla me oculta esas facciones,
soplando el viento helado del sur
para que todo sea barrido.
Ni sarrasón ni rostro,
todo ha sido disipado por
esta gélida brisa que me recuerda
que ya es tiempo de atizar el fuego
y ver como lo pasado se consume,
mientras todo queda atrás
perdido en el mar del olvido.

Nota: del lugar de donde vengo la sarrasón es el nombre
que le dan a la bruma marina (o al menos así es como
yo la recuerdo).

LII)
Tu voz,
tu existencia,
resisten el olvido,
a los que ayudaste
se les fue la memoria,
los demás parecen ocupados
como si fuera un día más.
Gris se puso el cielo
vi algunas lágrimas en el camino,
tus cenizas en el viento,
sin embargo tu imagen parece
sacada de una tempestad.
No ceder nunca,
yendo hacia adelante con una mueca
en los labios y sonando tu risa
gruesa como la tormenta
que ahora empapa la calle.

LIII)
Jugábamos en esa enorme jungla
peleando con enemigos imaginarios,
con maderas y proyectiles de aire.
El suelo se veía quemado
pero la vegetación estaba inalterable
y nos cubría la cabeza.
La voz de nuestra madre sonaba lejana
cuando era la hora de cenar
y dejábamos atrás ese lugar maravilloso.
Ha quedado
perdido en el tiempo,
le lanzo una bocanada a la luna
única testigo de esta noche nostálgica
mientras ya nada queda de nuestro patio de juego.
Si hasta la panadería que impregnaba el aire
de dulces aromas ha dejado su lugar
a un montón de locales en donde las personas
van y vienen como hormigas en esa vorágine
consumista y un nudo en la garganta
precede a las lágrimas derramadas por
la niñez que se nos fue.

LIV)
Cuando te duermes dejando tu cabeza
sobre mi hombro todo lo demás pierde sentido,
somos pequeños desprendimientos
de algo más grande que nosotros
aunque algunos crean estar seguros
en el mar de la abundancia y la arrogancia.
Sólo esto importa,
el tiempo que compartimos
el mejor de nuestras vidas,
las horas pasan despacio.
La lluvia, el viento y esa tormenta 
que anda dando vueltas
no completan sino el paisaje,
mientras la luna nos acompaña
cuando huimos de todo
hacia éste pequeño refugio
llamado hogar.

LV)
Se alejó del rebaño,
fuera de la luz que
caía sobre esos verdes prados.
Se escurrió hacia la noche
y fue mutando, de cordero
a lobo, en medio del páramo
que sustituyó a la planicie.
La luna era el único recuerdo
de la luz que lo rodeaba
en ese tiempo tan remoto.
Olió a los demonios
y le aulló a su Padre,
quien mantenía ese último
farol encendido en un manto oscuro
para llevar a casa a los hijos perdidos.
Atacó moviéndose por todo ese
campo de batalla como un fuego
purgador, acabando con legiones
de caídos y dejando sólo silencio.
Se detuvo herido y exhausto
para contemplar ese amanecer
que finalmente llegaba para él,
tras una eternidad en la oscuridad.
Un rayo de sol lo acarició
y se adormeció para despertar
al lado del Hacedor.

LVI)
He visto al roció
acariciando las rosas
después de la última lluvia,
sabedor de que su dueño el sol
lo fulminará en un instante.
He visto esas dos estrellas
esta noche helada
resplandeciendo como cada
parte de mi alma,
cuando te crucé la primera vez
y mi corazón fue uno con el mar
latiendo sólo por ti mientras 
pasaste a mi lado.

LVII)
Cuando me desperté me encontraba cubierto de arena
y el sol del desierto quemaba la superficie,
sólo un loco se atrevería a andar por ése lugar.
Arrastré la mochila, la cual solo llevaba una buena
provisión de Malbec pero era un pequeño
tesoro que no quería abandonar.
Al cabo de mucho andar, subiendo y bajando ésas
dunas enormes, que se asemejaban a los senos
de una diosa esperando a su guerrero,
me encontré con el oasis.
Bebí hasta saciarme y nadé en esas hermosas
aguas que parecían estar en el centro del mismo
infierno, si no fuera porque aún no he de sopesar
mis actos en la balanza.
Y entonces las dos figuras se me aparecieron,
ella me mostró su anillo que resplandeció
eclipsando al sol y el cielo se volvió negro.
Él dijo que debía obedecerlos,
ellos eran los emperadores del páramo
y a él la corona le había dejado un enorme
claro sobre la cabeza.
Necesitaban sirvientes
ya no abundaban por allí,
me reí a carcajadas
un reino de dos les dije
y ella lanzó un grito que asustaría
a una banshee pero mis oídos estaban llenos
de arena y paz por el baño.
La tormenta de arena comenzó a caer sobre
el espejo de agua, una trampa para los incautos,
te atraen cuando estás necesitados y luego
pretenden que seas su esclavo.
Tomé la mochila y corrí tan rápido
yendo a dar con el globo que me había traído,
estaba intacto así que el viento de la tempestad
me lanzó lejos de ahí y mientras oía sus gritos
en la tormenta descorché un Malbec
bebiendo a la salud de los que han pasado
por lo mismo, viviendo para contarlo.

Qué ironía,
en toda la historia es la primera vez que oigo
hablar de un reino de dos.

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