martes

Otros escritos II (06 - 12)

XIII)
Al principio no era más que una masa uniforme
esperando su tiempo, que le llegó a golpes de
picos quitando la tierra que la mantenía
en la oscuridad desde hacía miles de años.
Después fue el calor de la forja pasando
de naranja a rojo, en un reflejo de soles
distantes mientras se deslizaba hacia el
molde, convirtiéndose en un filo.
Golpes de martillo, yunque,
el agua cayendo como una lluvia purificadora,
de rojo a gris en cuestión de segundos,
durmiendo, esperando.
Se deslizó por el aire dejando un rastro rojo
en su recorrido, renaciendo cada día
en un nuevo amanecer cuando el cuerno
de batalla anuncia otra carga hacia la gloria.

XIV)
La taza se rompió
en cuanto bajé en la estación,
otra de las tantas veces
en las que he ido a través de la costa.
Llovía a cantaros,
la inundación barrió 
la ciudad en la que creciste
y así se fue rumbo al mar
nuestra amistad para naufragar
en los escombros que la tormenta
arrastró, mientras tu impávida
ves el agua correr como el humo
de tu eterno cigarrillo
se va hacia el vació.

XV)
La calle se ve húmeda,
tus labios resecos,
el frío los ha cortado
pero ya no sientes nada.
La imagen parece sacada
de otra época como si
fuera un mal sueño,
pero no es así.
Roto el vínculo
sólo quedan algunas llamas,
que se van convirtiendo
en cenizas y en nada.
¿Eso no era lo que teníamos
hace un año atrás?
o soy el único que estaba dándose
cuenta mientras todo se iba
rumbo a un precipicio disfrazado
con tu vanidad y tu decadencia.
Todos somos culpables,
esto de no hacerse cargo
ya no me sirve
subiendo un peldaño más
en la escalera llamada vida.
Eres lo que te he permitido ser,
soy lo que tú no eres,
un par de náufragos en 
medio de la tormenta
olvidándonos el uno del otro
mientras buscamos cobijo.

XVI)
Si tuviera un deseo
querría volver a tener
casi veinte, mientras esa torre se alzaba
ante mí y sus puertas se abrían.
Maravilloso tiempo
que se ha ido añorando las cosas 
que pude hacer
y que se quedaron en eso.
Grandes momentos,
traiciones ocultas en el azul profundo
y los jinetes cabalgando por siempre
en la tempestad que nos unió.

Y aún hoy perdura…

XVII)
Todo ardía,
las llamas alcanzaban el cielo,
las sombras de los guerreros
se distorsionaban ante el muro de fuego.
Una horda enceguecida caía
sobre nosotros, apenas contenida
por el filo de nuestros aceros
hermanados en un último intento.
Sangrando por mil heridas,
los escudos golpeando enemigos,
enviándolos al suelo
para que otro surgiera en su lugar.
Sólo esta marea de odio
era contenida por la sangre
que corría por nuestras venas,
haciéndonos vencer
cuando todos los demás
estuvieran rindiéndose.
Nuestros brazos se fundían con
el acero trabajando como uno solo,
llevándolos hacia el océano
de llamas que se alzaba al otro lado.

XVIII)
Observó su imagen en el espejo
y sonrió satisfecha viendo
como abajo cientos de sirvientes
se movían atareados, terminando
los preparativos de la coronación.
Sus manos estaban recubiertas de
anillos, su cuello exhibía un collar
de perlas ofrenda de los pueblos
de las falas que fueron subyugados.
Pronto estaría en el lugar
que le correspondía después
de tanto trabajar,
su pasado no tenía más
de diez minutos.

En la parte baja de aquella
tierra los aldeanos continuaban
su lucha contra la crecida
del río, que venía más cargado
por el deshielo de la primavera
y las grandes lluvias en
las cumbres.
La torre podía observarse
desde allí en una mañana 
soleada como aquella.
Las mujeres del poblado
terminaban de armar la
precaria mesa para el festejo.
El anciano cumplía un siglo,
había visto venir al mundo
y partir a demasiados amigos.
Ahora se sentaba en el umbral
de su casa de madera con
un grupo de niños a los
que eclipsaba con sus historias.
Una mujer llamó a almorzar,
el anciano miró hacia el oeste
en donde se alzaba la torre blanca.
La había visto nacer, crecer,
partir y olvidarlos, 
eran demasiados simples.
Tomo el cayado y se dirigió
a la mesa llevado por
una pequeña.

XIX)
Se detuvo al borde del abismo 
llamado locura, brotándole una carcajada 
que retumbó en el páramo desolado 
y oscuro al que ella llamaba existencia.
Sólo una luz dorada marcaba el lugar
en donde hizo alzar su castillo,
una moneda de oro por cada vida que se
fue, levantando un monumento a la vanidad
de la Emperatriz de las tierras devastadas.
Ahora únicamente quedaba ella
sentada en su trono, bebiendo su vino,
jalando cada tanto de las cuerdas
de sus súbditos para hacerse complacer,
drenándoles la vida de a poco
en cada sorbo que ingiere
mientras uno de los lugares
de esa enorme mesa permanece vacío
denotando una ausencia.

XX)
Gotas pequeñas,
un tono dorado
que quema en el descenso,
el invierno se fue
y es hora de reencontrarnos.
Cuánto tiempo te he esperado
mientras indiferente seguías
por ése camino peligroso que tomaste,
dejando una rosa blanca marchitándose.

XXI)
Las primeras imágenes
de un sitio cálido
al que llamamos hogar,
el instinto nos indica
la cercanía de nuestros hermanos
mientras deambulábamos entre
sombras y sueños.
Un invitado no deseado,
las garras abriendo heridas,
nuestra madre se levanta 
como un escudo de acero.
Subiendo la cuesta, siguiendo
un rastro mientras las hojas
nos golpean mecidas por el viento.
Deslizándonos entre la hierba
al acecho de la presa,
recubiertos de marcas
que muestran el camino en donde
nos separamos de esa calidez
para convertirnos en unos completos
desconocidos, vagabundeando.

XXII)
La noche de enero está fría
contrastando con el calor de la casa,
el silencio se apodera del pueblo
que se ha vuelto una isla a donde
ocasionalmente un náufrago llega,
buscando refugio de la tormenta
que arrastra a los que viven en la ciudad.
Es la hora de reposar a la espera del alba
que como un martillo anunciará que esa
calma se ha roto de nuevo y entonces
recorreremos las arenas junto a nuestro
viejo e inseparable amigo.

XXIII)
Sobre ese lugar
la luna se mueve en un
cielo despejado, alejando
las últimas nubes que rondaban
en una noche apacible de verano.
Las voces se apagan en la oscuridad,
apenas se siente la brisa del mar
traída por un viento susurrante
que eleva en remolinos el humo,
esparciendo su aroma por los aires.
Abajo la misma escena se repite,
deslizándose los granos de arena
en el reloj, mientras desde aquí se ven
cuan pequeños son esos anhelos
cargados de olvido y de mentiras.

XXIV)
He visto la esperanza
en la forma de un pequeño
que corretea por la plaza,
cuyo único objetivo es
volar hacia lo alto
despreocupado de cualquier
otra cosa, mientras sonríe pleno.
Las personas a su alrededor
se mueven veloces como
si huyeran de un depredador,
sólo algunos captan esos
pequeños momentos,
el resto cae en la rutina
siendo llevados por la corriente.
Cada vez que estoy lejos
ansió esos pequeños momentos,
una forma de saber que estoy vivo
lejos de la vorágine que a muchos
se lleva, dándole importancia
a cosas que no la tienen
cuando lo más bonito está
en la sonrisa de un niño
jugando a esconderse del gigante,
pero llamándolo para que lo encuentre.

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