XXV)
La leña crepita,
la habitación yace a oscuras,
sólo los rojos carbones
dan un tono apagado
que corta las tinieblas.
El humo de la pipa asciende
cubriendo la atmósfera,
mientras el hombre se
acurruca para descansar.
Afuera la lluvia no cesa,
un año atrás ese rostro,
ahora olvidado,
era su desgracia más profunda.
La tormenta lavó la herida,
el fuego la cicatrizó
disipándose el recuerdo,
como el humo en la noche
que envuelve el cuarto.
Los amigos están lejos
los conflictos en cualquier parte,
los recuerdos de buenos momentos
se transforman en lo único
que perdura, no siendo
consumido ni borrado.
El pergamino está casi listo,
los sueños intactos
aguardando la marea que
le permita llevarlos a cabo.
El fuego arde,
la lluvia de afuera
no puede calmarlo y
el viento frío del invierno
no lo hace cesar,
igual al alma que
yace en nosotros.
XXVI)
Siempre ha sido así
los nobles portan espadas y excusas,
para ser que al resto sólo le queda
conformarse con lo que les toca
mientras los de arriba se cobran su tajada
para seguir vistiendo elegantes.
Tantos templos colosales
para rendirle tributo a un carpintero,
creyendo que tienen derecho a decirte
como vivir cuando atentan contra
la existencia misma, cobrando diezmos
y vendiendo perdones a cambio del vil metal.
Se han apoderado del mundo con mentiras,
comercio y personas martirizadas,
escondiéndose como asesinos detrás de las capuchas,
señalando inquisidora al que se aparta
de la ley que invocan para castigar
pero que ellos no cumplen.
Y es entonces que quizás sea cierto
que aquel cuyo hijo se sacrificó por nosotros
se haya sentado, dándonos la espalda
mientras trata de entender como su creación
pudo llegar a esto.
Al menos una parte de Él se acuerda,
cada tanto, de los que sufren
teniendo limpia el alma
y la conciencia en paz.
XXVII)
Migajas sobre la mesa,
textos nuevos para recorrer
un mundo que ansía ser explorado
como cada segundo de nuestra vida.
La última cebada deja una estela
en el recipiente, despojos del naufragio,
señal de que se ha enfriado.
El frío no se quiere ir
el alma es un volcán
que nos mantiene activos,
derritiendo tanta indiferencia
y siguiendo el camino trazado
por esa mano llamada destino,
irónico destino.
XXVIII)
Uno no elige
simplemente se siente,
es un tambor de guerra
resonando en lo profundo.
Con el tiempo cosas nuevas,
muchas de ellas pequeñas,
nos hacen sentir vivos.
Pero sin dudas
el sentir un amor incondicional
por tu pueblo es una de las
mejores, incluso cuando
no naciste ahí.
Nacer es un accidente
y a la vez un acto maravilloso,
por eso te amo pueblo mío
con las calles de tosca,
tus noches frías coronadas
de estrellas lejanas
y el vaivén del mar
que marca el paso de las horas
en el reloj eterno de arena y sal.
XXIX)
Tres inviernos
siguieron a otros tres,
todo el paisaje fundido
en un manto blanco.
El fuego apenas vive,
la capa cubriendo
el escudo y la espada.
Algo se mueve lejos
de la entrada de la caverna,
el acero se apresta
debajo del manto.
El sol ha estado eclipsado
demasiado tiempo
tras una cortina gris,
que cubrió el cielo
cuando la nieve vino.
Sabe que lo que merodea
viene hacia él,
tornándose visible frente
a la llama, pero no hay
sombra en ella.
Sus cabellos se agitan
levanta su mano,
murmurando un nombre.
Alguien se irá,
espera a que pronto desaparezca
fundiéndose ella con el viento
y la nieve eterna.
Mantiene viva la llama
sabedor de que la banshee
sólo puede anunciar una partida.
Ahora solo le queda esperar
que la tempestad cese,
para alcanzar la villa
y que le sea revelado
quién siguió la senda
de las valquirias.
XXX)
Qué son sino sueños estos momentos
que presencio al calor de la noche,
mientras afuera el lobo custodia
el lugar acurrucado en su cubil.
Caras conocidas de otros tiempos,
quizás algunas ya hayan partido
hacia donde moran los Dioses
y sin embargo se ven tan jóvenes.
Un apretón de manos viejo amigo
¿a dónde habrá ido a parar tu estrella?
y mientras tanto otro rostro se cruza
ante mi aunque tenga un nombre diferente
hay algo que me es tan familiar.
Luego el amanecer me saca de ese mundo,
el lecho yace caliente porque estás aquí
y perdido en tus brazos de mujer
toda otra noción que no sea tu respiración dormida
desaparece, pese a que la mañana nos llama
a unirnos al resto de los vagabundos
que recorren éste mundo persiguiendo
sueños y cosas que ya no son.
XXXI)
La nieve cruje debajo de mis pasos,
mientras la niebla se disipa para
dar paso al puente.
Una extraña calma me cubre,
seguida de una sensación de calidez
que recuerda al hogar, sentados
junto a la fogata oyendo la lluvia caer.
Mi espada va conmigo
cuando cruzo el antiguo paso
encontrándome frente a la puerta de acero.
Se abre sola dando lugar a los salones
imperecederos, en donde guerreros
de todas partes han sido reunidos
traídos por una senda que bajó
del cielo a la tierra, cruzando
el campo de batalla.
Un aleteo hace que me vuelva
para ver a los hermanos
que se posan sobre los hombros
de aquel que es nuestro único Padre.
XXXII)
Entraba y un aire familiar
me recibía mientras buscaba
fichas para meterle a la máquina del fulbito.
Al otro lado del salón Argentina y Brasil
jugaban la final de Qatar 1995
mientras yo me quedaba en el quinto juego,
es que el equipo azul oscuro era difícil de vencer.
Así entre fichas y juegos de los Hermanos Mario
las horas pasaban, esperando que el viejo
colectivo verde nos llevara de vuelta hacia casa.
Y ahora algo de eso queda
mientras el camino polvoriento me recibe
una vez más, casas grises, recuerdos a color
y ese mar inmenso que guarda la memoria
de tantas historias en su barrido incesante.
XXXIII)
Debo ir
la marea roja me lleva,
sabe a Malbec y a flores
como la primavera que
golpea a tu puerta.
Deja atrás el invierno
el alba nos está llamando,
será una mañana clara
porque al atardecer
el cielo púrpura vendrá,
como éste vino que hoy
no debo dejar pasar.
XXXIV)
La línea azul une la nación de la costa,
marcadas en ellas las huellas de cientos
que la han atravesado rumbo hacia
la ciudad de la niebla.
Las luces se ven tenues,
luciérnagas eléctricas alzándose,
cortando la oscuridad que le gana
la pulseada a la tarde otoñal.
Algunos edificios han cambiado, renovados,
otros simplemente fueron demolidos,
quedando recuerdos de una década atrás
cuando el sol de septiembre templaba
la urbe, mientras cruzaba la plaza
del centro viendo todos los colores
resplandecer en torno a la fuente.
Era una época en la que conocí la felicidad,
atrapada ahora detrás de las paredes
de la torre devorada por la niebla,
apenas una luz roja en lo alto
marcando que aún su forma física
esta aquí pero el éxodo nos envío
fuera cerrándose el portón y desapareciendo.
Algunos se quedaron cerca
ya no son sólo dos,
los críos corretean por las calles cercanas
al lugar en donde nos conocimos,
las que hoy nos vuelven a juntar
aunque sea un instante en medio
de la vorágine que no se pudo
llevar los lazos.
XXXV)
Creo que toda mi suerte se irá
el día en que ya no te tenga,
como si el sol naufragara
por siempre en el mar
y toda esa tibieza que traes
tras las tormentas se volviera
una ventisca helada y cortante.
Le han puesto rótulos a todo
que amar ya es algo con
fecha de vencimiento,
como si llevar una pena dentro
fuera una enfermedad y hubiera
que darle de comer a un montón
de alimañas que se alimentan de
la única cosa que no tiene valor pero
es inmensa, el alma humana.
XXXVI)
La ciudad queda atrás
las llamas la devoran,
la pena que le llena el corazón
debe ahogarse en el mar.
Sombras distorsionadas,
voces de ancianos, mujeres y niños,
las barcas esperan para dejar lejos
esa tierra que se hunde en el tiempo.
No da la vuelta para verlo
las ordenes son impartidas,
frías y rápidas
pero el mantiene consigo
el fuego de los suyos.
Mientras haya uno de nosotros
la llama seguirá pasando
de Padre a Hijo
y de nuevo nos guiara
cuando todas las luces
parezcan haberse apagado.
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