Aún recuerdo aquel día, la llave descendió tantas veces
que al final su tono naranja se volvió rojo.
Y así es como pagué por aquella vida segada
en el fragor de un altercado, podría haber sido tan distinto.
Era un miércoles como cualquier otro,
apacible hasta que me encontré con su rostro.
Recordé lo que había hecho,
como una simple decisión arruinó mi vida
y sin dudarlo eché mano de la venganza.
De naranja a rojo,
esa llave cruz sería la perdición de ambos.
El llorado por alguien, si existía,
frente a una lápida fría.
Y yo recluido en una prisión
parecida a una tumba, porque allí
pasaría el resto de mi vida.
Hasta que llegó la tormenta.
La tempestad me arrastró de regreso a aquel día,
como si fuera un mal sueño me encontré
viajando de prisa a encontrar a mi enemigo.
Perdí el control de la nave en la confusión que me invadió,
di vueltas hasta que todo se volvió silencioso.
Y desperté en medio del lago que corría paralelo
a aquel camino, vi partes de mi vehículo esparcidas alrededor.
Pisé la llave al caminar por el lecho de aquel espejo,
la tomé entre mis manos y la arrojé lejos.
Luego me sumergí al tiempo que una gran explosión
envolvía mi nave, borrando toda señal de mi existencia
y dándome un nuevo comienzo.
Salí de aquel lago sin más que lo que tenía puesto,
hasta eso dejé a un lado mientras me internaba
en la selva que se abría frente a mis ojos.
El sol del oeste me despidió,
el del este me dio la bienvenida
acariciándome el rostro y la barba que me había
crecido en todo ese tiempo en el que abandoné
aquella vieja ropa, para nacer una vez más.
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