martes

Súbito

Era una de esas oficinas lúgubres, cuyos empleados desaparecían ni bien uno entraba. Cerca de las once de la mañana me disponía  a terminar el recorrido de ese lunes tedioso. Lo primero que me llamó la atención fue el silencio que imperaba en aquel lugar, por lo general las personas que trabajaban allí se encontraban hablando entre ellas y te ignoraban por completo.

Pero ese día no había un solo sonido que indicara la presencia de los “ocupados” laburantes, al cabo de un rato de espera me asomé por detrás de la mesa de entradas y para mi asombro vi que uno de los trabajadores se encontraba tirado en el piso.

Me acerqué sin darme cuenta de que podía haber alguien del otro lado esperando, el hombre presentaba un golpe en la cabeza. Escuché una discusión que provenía del otro lado de la puerta que indicaba el despacho de un superior.

La puerta estaba entreabierta, alcanzaba a ver la figura de otro individuo sosteniendo por el cuello a una mujer. El hombre le apuntaba con algo filoso, ella respiraba con dificultad. Antes de pensarlo dos veces, tomé el cenicero que encontré afuera y me acerqué rogando que las bisagras no estuvieran oxidadas.

El atacante no me escuchó, le descargué un golpe que hizo sonar su cráneo en una forma bastante extraña. Luego siguieron una serie de hechos que me dejaron desconcertado, la policía, familiares de los empleados, el esposo de la víctima, preguntas y más preguntas.

De pronto era de noche, estaba fuera del destacamento policial viendo como al sol lo reemplazaron un montón de estrellas. Incluso vi una que se precipitaba, encendí un cigarrillo y regresé a la paz del hogar.

La casa vacía me recibió, la misma que deje atrás a la mañana siguiente.

Cuando los días se ven inmersos en esa rutina enfermiza, uno no toma magnitud de que alrededor todo cambia. No noté entonces que ella se acercaba, al principio me costó reconocerla pero al cabo de un rato me di cuenta.

Era la mujer a la que habían tratado de pasar a mejor vida, radiante como una mañana soleada tras la lluvia. Dijo que me agradecía lo que había hecho por ella, caí en la cuenta que hasta el momento era la primera vez que me dirigía la palabra. O al menos podía responderle sin los monosílabos que emplea quien ha ido a cumplir con un trámite.

- Si existe forma de pagarte lo que has hecho por mi dijo ella.

Le pedí algo que jamás hubiera soñado con proponerle a un monumento de mujer. Dejamos el café sin probar y nos perdimos en algún lugar alejado de la ciudad.

Lo que recibí no fue nada comparado con lo que descubrí, nunca hubiera dado dos centavos por poder probar aquel placer y mucho menos que pudiera repetirlo hasta el hartazgo. 

Sin embargo, tras cada ocasión cada quien volvía a su vida. Era como la situación que vivimos, algo súbito, violento y pasajero.

Nada a lo que llamar amor.

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