Qué sabía del amor, apenas de juegos de uno
y algunas noches de copas revelando
cómo es sentir el pecho arder ante tu presencia.
El corazón no sabe de artimañas
pero te juega una mala pasada
en cuanto menos te lo esperas.
Yo escribía mis versos en cualquier lado
pero tú los ignorabas, era como amar
a la luna que esconde el brillo del sol
en su lado más oscuro.
Así fue que escribí sobre el pupitre
una oda de despedida, los años la fueron
borrando pero la madera quedó tallada
y ha sobrevivido en algún rincón
del viejo depósito en donde los bancos
se apilan, como los recuerdos que cada
tanto afloran mientras uno sigue ese
camino invisible que se trazó hace tanto ya.
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