miércoles

Los caras sucias

Llegamos temprano, en medio de la helada de la noche que congela hasta el asfalto. Encendimos los fuegos antes de que amanezca, usamos las latas vacías de la leche para armar los arcos y mientras los caras sucias desayunaban cortamos la otra punta del barrio para evitar que algún despistado interrumpa nuestra murga.

La calle era nuestra finalmente, una mano de pintura en la fachada y a correr detrás del balón gastado de tanto puntapié. Al atardecer emprendimos el viaje de vuelta, jurando que volveríamos mientras sus rostros nos despedían sonrientes.

Pero con esto no alcanza, aunque tendré que conformarme hasta que recordemos que somos los que pedimos que rindan cuentas.

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