Puesto de guardia.
Lo que me gusta de éste paisaje es que siempre se ve igual. Nieve, viento, frío, sólo un loco estaría a gusto aquí. Ocurre que ellos no ven la paz que he encontrado, tras tantos años de guerra en esos mundos de cenizas.
Únicamente el crujir de la nieve bajo mis pies, el viento de la mañana que me golpea para ver si aún estoy vivo y terminar con el efecto soporífero del lecho en donde ha quedado mi amor.
Por lo visto somos dos, a futuro tres, los que no estamos cuerdos aunque no ha existido nada mejor que conocerla. Y ahora mientras me alejo hacia la vieja motocicleta, el café recién preparado aguarda a que ella lo beba.
Eso es otra cosa que compartimos, además del vástago que tenemos en camino y que aún estamos en la difícil contienda de darle un nombre.
Al pie de las montañas del norte.
“Hielo” dejó el cubil para adentrase en el bosque que nacía cerca de las montañas del norte, sus hermanos aguardaban en el lugar donde sus ancestros se reunían. El conclave fue breve, los más viejos decidieron abandonar aquel lugar y emigrar al sur, en donde vivían los Lobos de la Ventisca aunque habían perdido contacto con ellos.
Regresó a su hogar, por última vez, añorando los días en los que la caza abundaba y nada parecía anunciar que alguna vez algo los empujaría a emigrar.
Pero el hambre saca al lobo del bosque.
Campamento minero.
La brújula está mal o acaso es que al cuervo se le congeló el sistema, aunque eso no debería pasar. El sistema magnético lo mantiene ligeramente elevado sobre el suelo, amoldándose al terreno, aunque no me salvaría de caer por un despeñadero.
Y aquí la nieve suele ser una trampa, esconde las depresiones hasta que alguien tiene la mala suerte de caer en una de ellas. El campamento minero debería estar aquí, ni siquiera se ve la baliza de señalización desde la que he visto partir a las naves de carga.
Tal vez esté un poco más al norte, cerca de la llanura congelada que marca el comienzo de ese vacío de hielo, montañas y nieves eternas. Nada crece ahí, el combustible se acabara pronto así que mejor no me adentro demasiado en ese terreno.
Llanura helada.
Sabía que algo andaba mal, pero nada los había preparado para el espectáculo macabro que los aguardaba tras dos días de marcha. Cientos de esos antílopes que había cazado durante sus días felices yacían destrozados en el medio de la tundra.
La nieve poco a poco cubría las huellas de la matanza, “Hielo” sabía que no existía un ser en su mundo capaz de efectuar aquello. Excepto los terrestres, ellos llegaron desde su lejano mundo azul en esas latas de metal y depredaron todo a su paso.
Oía la voz de sus ancestros resonando como una elegía, la tristeza lo invadió y entonces resonó el aullido como un cuerno de guerra. El resto de sus hermanos se unió a esa sinfonía, mientras la nieve seguía cayendo para ponerle un manto de piedad a la memoria de esos homicidios.
Luego todo fue silencio, apenas interrumpido por el jugueteo de los cachorros que parecían estar sustraídos a todo ese caos que rodeaba a la manada.
Baliza.
La brújula no está averiada, el campamento minero ha desaparecido. Estoy en el lugar en el que deberían estar los depósitos de suministros. Aquí aterrizaban las naves de carga, la señal luminosa no me deja margen de duda.
Y para terminar de despejar las sospechas he lanzado una bengala que tras describir un arco se ha incrustado, dando lugar a que la nieve al derretirse despeje el suelo dejando ver un cráter.
Algo y no sé qué, ha provocado que los extractores de gas exploten aunque no me explico cómo no escuche la detonación. Tal vez toda la estructura estaba sobre algún tipo de falla o algo así, eso explicaría que se haya venido abajo. La falta de mantenimiento, la extracción excesiva de recursos, espacios que quedan vacíos debajo de las instalaciones hasta que se produce el desplome.
Todas hipótesis, nada firme, tendré cuidado para poder salir de aquí. Por suerte el cuervo tiene un sistema de navegación excelente o habría terminado hundido. No me lo explico ¿cómo pudo desaparecer todo así como así?.
Rastros.
Algo inquietó a la manada, los guerreros más expertos dejaron atrás al resto adentrándose en la depresión que se extendía ante ellos. Sabían que algo yacía allí, tal vez la respuesta a la falta de caza. Los restos de los antílopes llegaban hasta la entrada de ese monumento al impacto del gran meteoro, que convirtió todo aquel planeta en una desolación.
Pero ellos habían sobrevivido, cambiando de forma cuando fue necesario y olvidando que alguna vez fueron viajeros de un lugar que se había perdido en el tiempo. Ajenos a las guerras libradas por los que fueron sus hermanos, no tomando más de lo que necesitaban y desprovistos de toda codicia.
El viento no sonaba en aquel lugar, como si la depresión fuera otra dimensión pero aún en esa inmensa oscuridad podían verlo todo. Incluso aquello que se movía por debajo de ellos, desde donde llegó el ataque pero no los tomó desprevenidos.
Eran como perros pequeños, surgiendo de las grietas en grupos de dos y lanzándose al ataque. Su número era lo importante, el tamaño en verdad era algo engañoso, pero los lobos del norte estaban acostumbrados a esas cosas.
“Hielo” dejó un tendal de enemigos en el camino aproximándose a lo que parecía un capullo invertido y sabiendo que de allí provenía el origen del mal, llamaron a su Madre quien hizo que toda esa depresión comenzará a sacudirse derrumbándose cuando los cazadores salieron de ella.
Sin embargo por algún motivo sabían que no habían acabado con todas esas criaturas.
De vuelta en casa.
Me he detenido en el viejo bunker, gracias a que el radar me indicó su ubicación. He tenido algunos inconvenientes para activar la puerta de entrada pero finalmente me he hecho con lo que vine a buscar. Creo que aún recuerdo como se cargan estás minas en el viejo cuervo, aunque nunca me gustó llevarlas porque me recuerdan demasiado la destrucción que en el pasado sembraban.
Y ahora he vuelto a casa, ella me estaba esperando con la noticia de que nuestro bebé está cerca. La tormenta también así que será mejor estar preparado, he activado las cercas eléctricas que hace rato dejé de emplear, demasiado confiado con los años pero es mejor estar prevenido hasta que sepa que fue lo que eliminó las instalaciones mineras.
Algo viene en la noche, lo presiento, como si se hubiera despertado un lado mío que hace rato dormía. El del último o tal vez uno de los últimos Lobos de la Escarcha. Irónicamente me encuentro en un desierto, uno helado no arenoso, el mismo lugar en donde mis camaradas perecieron.
Pesadillas nocturnas.
El calor era insoportable, el peso de la batalla aún peor, yacían varados en ese desierto infernal y las naves se habían alejado hacía tiempo.
Una tormenta de arena los alejó del lugar de la contienda, algunos simplemente se quedaron contemplando el sol que emergía y otros decidieron encontrar una salida.
Los enemigos, seres letales venidos de un lugar oscuro del universo, se limitaron a enviar pequeños grupos que atacaban a plena luz del día.
Al principio el adiestramiento surtió efecto, trabajando en equipo como si fueran uno solo, pero pronto los agresores cambiaron las tácticas, surgiendo por debajo de ellos y diezmándolos de a poco hasta que se encontró vagando en el desierto.
El último miembro de la unidad de los Lobos de la Escarcha, aunque algo en su interior le decía que no era así. No supo cuánto estuvo en ese páramo desolado, hasta que lo encontró una nave de transporte que había tenido que hacer un aterrizaje forzoso.
Así es como terminó convirtiéndose en un exiliado y alejándose de toda esa guerra en la que había estado inmerso.
Despertó, algo andaba mal y la mente enviaba un alerta en medio de la noche. Tomó el viejo rifle, ligeramente modificado para poder manipularlo sin la pesada armadura de infantería.
Según el pequeño control manual que llevaba las cercas estaban perdiendo poder, algo se estaba comiendo la energía y comenzaba a hacer ceder las defensas.
Sacó a su esposa del sueño, cubriéndola con una manta mientras se dirigían hacia el viejo bunker. La puerta tardó en abrir, antes de sumergirse en el mismo pudo ver como una oleada de los enemigos que moraban en sus sueños se materializaban atacando el que hasta entonces era su hogar.
Se introdujo en el refugio haciendo que la puerta se cerrara con un chirrido que la tormenta de nieve engulló.
La última batalla.
No podían estar siempre encerrados, la pequeña fortificación contenía pocas provisiones y esto lo llevó a tener que tomar una decisión desesperada.
Tal vez si lograba dar con el cuervo podría intentar alejarse, aunque no parecía que hubiera un lugar mejor en ese desierto blanco.
Dejó a su esposa refugiada en el bunker, había dejado al vehículo en una pequeña instalación cercana a su casa, se arrastró hasta allí y lo que vio lo dejó pasmado.
Una de esos edificios de pesadilla por los que había visto salir incontables números de enemigos se alzaba ante sus ojos. Eso era lo que desapareció el campamento minero, de ahí venían los agresores.
Las cosas se veían peor de lo que eran, necesitaba salir de ahí de inmediato aunque con esas criaturas en el planeta no habría un lugar seguro.
Halló al cuervo cerca de donde se encontraba, activó el sistema de encendido y éste le respondió elevándose del suelo. Cargó las minas de ataque y comenzó la maniobra rumbo a la ciudadela, programó la nave para que siguiera el curso una vez que estuvo en dirección a la misma.
En eso una de las criaturas con las que soñaba la noche anterior vio sus movimientos y comenzó a emitir un sonido gutural. Al instante cientos se le unieron, comandados por otros que portaban unos aguijones de pesadilla y como si hubiera vuelto atrás el viejo rifle retumbó como un cuerno de batalla.
La sangre violeta cubrió el suelo mientras el cuervo iba hacia la guarida de las criaturas, sus enemigos lo rodearon aunque el seguiría peleando hasta el final.
Entonces lo que parecía ser sólo nieve se convirtió en una manada de lobos, que segó a los enemigos como si fueran insectos. El cuervo comenzó a introducirse en aquel capullo que parecía latir, accionando el mecanismo de autodestrucción y éste explotó junto con las minas que portaba haciendo que el suelo cediera hasta donde se encontraba el viejo soldado rodeado de colmillos.
Epílogo.
El espacio siempre me ha parecido un océano con miles de faroles perdiéndose en la distancia, la calma que lo envuelve, apenas se ve interrumpida por el sonido de los motores de la nave, me ha traído la paz que perdí en medio de la guerra.
El último miembro de mi escuadrón, es curioso como siempre pensé que era el único, desapareció en medio de la nieve de ese lejano planeta del cuadrante sur.
La base estaba destruida, al igual que la colmena de criaturas que pareció volar por los aires, tan solo el viejo refugio estaba intacto y nos costó mucho acceder a él.
Dentro no había señales de lucha, tan solo algunas provisiones y éste diario que he leído para conocer que le ocurrió a mi viejo camarada.
Incluso encontré un viejo rifle adaptado con una imagen de un lobo desgastada, clavado en la nieve.
Lo que no me explicó son las huellas, como la de los lobos de la Tierra pero más grandes y dos pares humanas que terminan donde empiezan las pisadas de una pareja de bestias junto a una más pequeña.
El espacio guardará el secreto supongo, mientras mi café se enfría de a poco.
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