Los botines quedaron al terminar la escalera y atravesó un patio amplio, cruzando el pasillo que se abría en el basamento.
Descubrió un jardín inmenso, el camino zigzagueaba entre el agua y las flores flotantes, a lo lejos sólo se veía la luz de la mañana.
Al llegar al final ¿o al principio?, la primavera le dio la bienvenida rozándolo los pétalos de las rosas y del azahar. Un golpe de frío le recordó su misión, el estanque pareció congelarse mientras se dirigía hacia el dojo.
Encontró el camino cubierto de espadas, a su izquierda el muro caía hacia el precipicio que la niebla de la mañana se ocupaba de ocultar. A su derecha lo aguardaba un mar de brasas.
El dolor pareció mitigarse cuando llegó a destino, encontrando a su maestro esperándolo.
Así inició el largo encuentro, cubierto de silencio sólo interrumpido por la canción del viento. Contempló a la serpiente deslizándose por la noche, en un mar de estrellas que se asemejaba a la espuma del océano.
Vio al dragón cambiar de forma, cubriéndose de llamas, volviéndose una espada. Esta descendió de los cielos, cortando su meditación y abriéndole los ojos hacia un mundo desconocido.
La katana estaba clavada en medio del salón y su guía se había marchado.
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