En la portada de uno de los tantos libros que decoran la vidriera mientras le pasamos al lado ignorando el estado en cuestión, una galería que se pierde en la oscuridad, aquel rostro conocido venido de alguna parte del pasado cuyo nombre no recuerdo y la mente que regresa al momento que nos aqueja, la enfermedad que se ha extendido silenciosa. Detrás de esa máscara la muerte se oculta, pero tal vez podremos alejarla de regreso al medio de aquella laguna que separa esta dimensión de la otra, en la que los espíritus se alejan de la prisión del cuerpo y dejan un vacío en los que aún respiran. La roca está ahí, se nos aparece en cada paso que damos y gira en la esquina con nosotros, aguarda arriba del médano para descubrirse bajo la arena una vez que hemos llegado a la cima. Se burla porque sabe que puede alcanzarnos en cualquier parte, corriendo con el viento que la lleva sin problema alguno permitiendo que mute gratis. Ahora es ese árbol que ha crecido reventando las veredas, obligando a que debamos dar un rodeo poniendo un pie sobre la ruta que trae otros riesgos. En medio de la tarde noche cruzamos la avenida, en las sombras al otro lado de la calle lo encontráremos con otra forma y la historia se seguirá repitiendo. El tema es saber enfrentarlo pese a las probabilidades, es un monstruo cuyas garras nos dañan en las entrañas y se mete en los sueños recordándonos que espera en el siguiente amanecer como el rocío al sol que ha de liquidarlo. La única opción es seguir intentando avanzar con las probabilidades en contra, pero avanzando para retrasar el momento en el que la parca nos muestre su rostro detrás de esa máscara y el índigo sea el color que llevemos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario