A media luz el asunto, por eso el anciano espera a que el sol se esconda un rato antes de salir de abajo de los árboles en los que ha buscado refugio e iniciar el concierto improvisado, el banco se queda un rato vacío mientras él se sostiene con esos hilos invisibles que uno alcanza al olvidar las penas. Despliega los dos brazos formando las alas a las que la luz de uno de los rayos perdidos en el atardecer corona con un halo, la fuente para no ser menos lanza un montón de chorros algunos de los cuales terminan golpeando a algún desprevenido. Culminado el tango regresa al asiento de piedra, apoyando las dos manos sobre la empuñadura del bastón e intentando recordar alguna que otra letra. Al médico se le dio por indicarle esto como ejercicio cuando no encontró nada fuera del hecho de estar envejeciendo cada vez un poco más, en ocasiones pifiaba alguna palabra pero dado el total conocimiento del final del siglo nadie se fijaba en ello. La cuadra que tanto conocía, la que protegía la peatonal del viento proveniente del mar, pronto se vendría abajo en el nombre de la renovación y en su lugar se alzarían los monumentos indicando que ese capítulo de su tiempo se quedaba atrás. En los siguientes actos algún turista le tomaba una fotografía, el rompevientos flameaba abultando el estómago pero cuando regresaba a su lugar se notaban las flaquezas de ese momento. Le quedaba un año más para tener que mudarse, el único inquilino que no aceptaba el desalojo programado y en esa resistencia había agotado sus ahorros. El cuervaje se ocupaba del asunto aunque ya el cartel estaba puesto, sería rápido, sería breve, se aconsejaba dejar las ventanas de los edificios cercanos abiertas para evitar que los vidrios volaran en pedazos. Luego siguió la fuente, el banco demolido dio vida a una casa allá en donde la luz no llega y las penumbras son reemplazadas por oscuridad, en espíritu se quedó el asunto. La persona que tomó la última fotografía recordaría cada tanto al recitador de versos, en una época lejana en la que las personas se reunían en torno a una fuente que ahora ha sido renovada y los únicos que oyen la música son los pájaros cuando la lluvia cae impiadosa. Fuera de ello los seres humanos eclipsan a sus pares, siguen a ídolos falsos y viven en un estado de conexión permanente con un avatar, presencia física poca como no sea para alimentarse o dormir, siguiendo luego con las narices metidas en cualquier parte en la que una cámara entre. Enredados sin poder salir, lejos queda esa voz cantando libre que los días vueltos años se han ocupado de esconder pintando de negro la luminosidad de la vida y alumbrando sólo rectángulos. Las marionetas se mueven, sus pulgares marcan el compás y en un momento el viento de la plaza les pegará en el rostro con una fotografía vieja, de esas que vienen impresas para horror de los seres digitales.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario