Hizo los arreglos, después se ocuparía de la visita
fumando junto a una de las tantas lápidas ese cigarro que eternamente lo seguía
cuándo la
ocasión lo ameritaba y descubrió que todos esos anillos que ostentaba eran en
ese momento vidrio molido. El único amigo que tuvo alguna vez se había ido en
completo silencio, jamás le solicitó ayuda alguna y él ni siquiera se enteró
metido entre tantos negocios que ahogaban cualquier otro sonido. Era una enorme
fábrica con cintas de ensamblado, miles de brazos poniendo cada tornillo y la
caja final con la que salían al mundo, luego el cartón se volvería el colchón
de algún linyera. Al mundo le encantan los eufemismos para ocultar que una
parte se le muere con cada alma que deambula bajo la atmosfera fría, secada la
garganta en el estío y vuelta a empezar. Lo cierto es que con todas sus
preocupaciones Haifisch pasó de largo no dejando nada salvo el vacío en el
corazón de ese hombre que no tenía luz alguna en ese mundo, el rosedal lo
recibía cuando cruzaba la reja extremadamente pesada con el paso de los años.
La nieta jugaba en el fondo, los sirvientes iban y venían como hormigas aunque
ahora se les ocurriera llamarlos personal doméstico seguían siendo los que
recibían los latigazos de esa sociedad que se devora a los demás. Papel mojado,
letras que se borraban rápido cuando las plumas negras revoloteaban y el nido
se tornaba un avispero en él que apenas unos cuantos huesos deshechos podían ser
reconocidos. Luego alguien los arrojaba al vacío, justo cerca del hocico de ese
can que en sus ratos libres se contenta con ladrarle al que está del otro lado
libre hasta llegar a la parte baja de la reja para detenerse sin aliento. Igual
que esas naves que se secan y se desprenden de los brazos ahora descubiertos de
los que viven ligados por siempre a la tierra a la que han de regresar,
deseando que el desierto de baldosas se manche con ese ejército que viene de
los cielos a golpear a esta humanidad que confunde las lágrimas con un
accidente cualquiera. A los sitios que se han negado a recibir la purificación
vendrá la segunda andanada en cuentagotas, deslizándose de los dedos verdes
hasta dejar oscurecida la arena que se negaba a ser salvada y manchando la
huella de ese individuo que corre espantado por las venas dibujadas en el firmamento.
Rosenrot lamentó la vida que su amigo desperdició para quedarse con un vaso a
medio llenar contemplando el inmenso espejo de tonos verdes, azules y en
ocasiones blancos, salpicados de ángeles que serpenteaban entre esas crestas
detonadas contra las escolleras en un mensaje suicida. Y así la pregunta vino a
él, tal vez no hubiera sido en vano el sacrificio si podía cambiar el curso de
los acontecimientos de manera que cargó aquello que cabía en el viejo morral
escapando en la madrugada para recorrer mientras pudiera ese mundo que le era
desconocido. Los anillos quedaron para que los depredadores se los disputaran
en la mañana.
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