En las montañas lejanas moran los excavadores,
buscadores incansables de tesoros que yacen en las profundidades pese al riesgo
de calcinarse por ir en la dirección incorrecta continúan gastando la punta de
sus bisturís con los que abren las entrañas de la negra tierra. Iluminan las
profundidades con la luz de las piedras extraídas para eclipsar al sol,
provenientes de la noche oscura que yace en el vacío ancestral del que cada ser
proviene pero lo ignoran por lo antiguo de ese suceso en el que la roca ígnea beso
el suelo nuevo levantando océanos de fuego hacia lo alto. Luego el corazón
pétreo comenzó a latir llamando por generaciones a un descubridor que habría de
traer el conocimiento de nuevo a la luz, iluminado éste por la mera presencia
de las cientos de gemas que coronaban aquel meteoro enclavado en la tierra que
encima reverdecía ignorando al reloj de la creación durmiendo abajo. Pero aún
respirando, aguardando el momento en el que los picos los saquen de ese estado
de ensoñación en el que la mano toma una de las tantas joyas saludando a las
estrellas en lo alto a las que un puño gigante ha puesto ahí como señal para
las naves que deambulan por el firmamento. La negra noche debajo de la montaña
se vuelve luz con el paso de sus moradores regresando a la sala en la que
reposan todas esas maravillas, un golpe, luego otro, las manecillas del reloj
siguen su curso mientras los enanos trabajan sin descanso dado que aquí no
existe la prisión del día que tienen los que arriba se doblan el espinazo ante
el sol. Antorcha en mano, señal de auxilio sobre las rocas labradas, ya estos
pasadizos no son tuyos bestia que te alimentas de otras alimañas y es hora de
que pruebes nuestros martillos precipitándote a la enorme forja que arde miles
de kilómetros más abajo. Las de aquí arriba son tributos menores en los que los
metales son desprovistos de la basura que los rodea, tornados mazos que han de
proteger los sueños de las generaciones futuras. Y en el centro la enorme
estatua da cuenta de ello evocando al protector del reino, que armado con un
triturador despejaba el campo de batallas para luego sentarse a lanzarle
bocanadas a la luna que resplandecía sin parangón.
Esta obra está licenciada bajo la Licencia Creative Commons Atribución 2.5 Argentina conforme se describe en la página intitulada "Creative Commons". "No hay nada como escribir. Todo lo que haces es sentarte frente a la máquina de escribir y sangrar" (Ernest Hemingway).
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Martillos
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