viernes

Libertad

Hubo un tiempo en el que la libertad se extendía por detrás del sol ganándole siempre la carrera cuando se ponían a competir, yendo a encontrarme con ella en cualquier esquina sonriendo mientras uno seguía su viaje a una de esas tantas ocupaciones que conforman el repertorio de todos esos individuos sindicados como meros contribuyentes. Los mismos a los que han metido detrás de las rejas aunque estas tengan la forma del hogar con esa habitación que obra de celda aunque la posibilidad de ir hacia la ventana sigue disponible, hasta que nos digan que no se puede hacer eso y el cerco del otro lado se traslade hasta acá como prueba material de lo que significa estar prisionero. El sol detrás de los barrotes, pero del lado de afuera, se burla de su dignísima que ha quedado con los grilletes bien apretados en una especie de ironía pese a que sigue riéndose en la cara de los tiranos con la copa en la mano que desborda derramando la sangre propia. Los abusos están a la orden del día, más civilizado, más recursos, mejores probabilidades que el proveedor pueda sacarle provecho al asunto desviando las ayudas que son meros paliativos ante la arremetida de un océano de enfermedad que le pega a cualquiera pese a mantenerse las castas todavía. Sube por las alfombras rojas girando enloquecido como un caracol del averno para darle de de lleno a aquel que mira los enormes periódicos sin saber que en un desliz se le ha colado en la garganta cuando el portador simplemente quiso conocer el resultado del último encuentro, puestos los dos a la misma altura y en el peor de los casos también descenso compartido. Pero no la hemos visto venir, miro por enésima vez el mismo cuadro y levanto el vaso que se me antoja un tanto vacío o repetido aunque no recuerdo en qué momento he vivido algo parecido tornándose los días un hastío peor que las rutinas a las que estábamos acostumbrados. La patrulla pasa haciendo que no vigila, el carro rojo corre sin prisa por la calle repleta de vacío, la felicidad sobra pero la tristeza es la que invade su palacio concentrándose en los corazones y haciendo que lamente el día previo a esa final del mundo que se encuentra lejos, demasiado lejos Igual que cada uno de esos rostros cuya fotografía sirve de acicate para aguardar que el peso de las horas vuelto eterno nos deje un resquicio por el que huir buscando esa manzana y pasarle al lado a Heracles que se queda aguardando para devolvernos ese globo. El único que ansío es aquel que se larga nuevamente por la esquina luego de haberle dado un beso a la palmera cuyos brazos verdes lo despiden para envidia del mundo que yace recluido, sin que importe un poco cuán grandioso se creía uno o los pergaminos que colgaban de ese muro que ahora es una hoja en blanco.


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