Ciclos, de lunas y soles que se van regresando para
confortarnos en medio de la oscuridad que atravesamos en esta danza de luces y
sombras, eternamente unidas las palabras y las acciones que culminan en el alma
danzando como un fuego en la palma de esa energía omnipresente. Encomendando el
viaje a quien aún escuche allá en el éter, los ojos abiertos de par en par
brillan en medio del firmamento pero son sólo las ilusiones de todas las
existencias que se han ido para regresar en una forma u otra dejando la estela
para que alguno las siga. Tras ello la mutación, lo que se llama tiempo no es
más que un recambio de las energías apareciendo las formas anteriores ahí en la
dimensión onírica anuncio de que han tomado otras apariencias y danzan en medio
del eterno conflicto. La corola ha perdido su rojo carmesí que es un río
anunciando el final de ese otro ciclo, el derrumbe de ciertas esperanzas y la
calma en la noche con un viento de lluvia que antes eran lágrimas encubiertas
bajo una capucha tormentosa. Letras vueltas himnos de batallas, hojas rotas que
se humedecen y se ajan hasta que no queda nada, la tinta azul es río que va
cantando directo al océano para darle un poco de dulzura a tanta sal que en
este momento es arena golpeando un rostro joven. Las líneas que dibuja sobre la
piel serán las estrías luego del alumbramiento, un latigazo el grito de
bienvenida a la jungla en la que ese llanto será mañana risa y la sal apenas un
grano que el agua deshace. Las marcas sobre la playa se las tragó el mar, el
tamarisco sigue agitándose al compás de la misma canción que hace bailar a los
álamos y los despojos inertes de quien ha decidido adelantarse en ese viaje que
emprenderemos. Hormigas esquivando golpes secos que les caen desde lo alto, un
sonido gutural transformado en la respuesta a tantos abusos y de nuevo la
transmutación del verde a marrón, vuelto verde claro que resplandece bajo el
sol de septiembre. Cañas que emergen desafiando a la guadaña, carretilla
llevando los restos de sus hermanas como un cortejo directo al baldío y ahí
pasta el equino que antes fue rey pero ha tenido que perder la cabeza por la
osadía de querer ser libre, tirando lejos la diadema viendo con regocijo cómo los aduladores en torno a él se empujaban para
poder tomar ese objeto de poder. No más que metal caído del cielo, apenas una
partícula en comparación con esas estrellas que son mil veces más preciosas que
un diamante pero a este le dan un valor que lo vuelve un cuerpo celeste. Los
anillos se deshacen, se escurren los tatuajes cuando la piel se deshace
volviéndose polvo con él que escribimos las memorias dejando atados los
recuerdos a unas cuantas páginas que alguien verá reciclando el proceso para
que en tus ojos aún se pueda contemplar el amanecer y sentirse la caricia del
primer rayo en las espinas de ese cardo que se defiende del equino osado
buscando apoderarse de su flor violeta. La antigua batalla vuelve con otro
capítulo, uno obtiene finalmente la ventaja para luego perderla en la siguiente
reencarnación como forma de equilibrar la balanza permitiendo que esa fuerza
presente en cada uno de los momentos que vivimos se renueve una y otra
vez.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario