Sabía que de no lograr su cometido la ciudad estaría
perdida, así que las heridas recientes apenas se sentían más cuando el polvo
del camino lo había convertido en una especie de fantasma apagando hasta el
brillo de la lanza cuya asta se redujo en uno de los encuentros de la batalla
que resultaba ser un hecho lejano. Eso es pasado dirían ahora los jóvenes, para
el pobre emisario la contienda estuvo fresca hasta que giró por ese camino
dejando a sus compañeros en la lejanía y sólo el sol lo acompañó aunque era
para seguir torturándolo mientras los vencedores descansaban al resguardo de
las sombras. La capa raída le había servido de vendaje, tomó el arma quebrada y
dejando a un lado el yelmo saltó a la senda por la que llegaron esa misma
jornada, las piedras eran despedidas por las sandalias que se unieron al resto
del ropaje gastado. La última fuente de agua pasó pronto en ese recorrido, una
vuelta más y apenas se acordaba de ese guijarro que cometió el atropello de
meterse entre los dedos de su pierna izquierda dejando una marca roja antes de
ser expulsado por el fondo. Tampoco eso significó algo un par de kilómetros más
adelante, el porrazo que se dio en otro momento y la sensación de vacío en la
boca del estómago fueron desterrados a un lugar lejano, al dolor le sería mejor
encontrar otro cuerpo que castigar. Todo el entrenamiento recibido por años se
resumía en ese instante, un mensajero de los dioses corriendo de vuelta al
corazón de esa divinidad en la que las estatuas se alzaban gloriosas señalando
al cielo y el mero hecho de recordar esto le bastaba para pedir un poco más de
esfuerzo a sus exhaustos miembros. Ya empezaba a tener la sensación de estar
cerca, una oveja solitaria lo miró desde la vera masticando una hierba amarilla
como consuelo por haber dejado a la manada sin líder aunque descubriría al otro
día que ya tenían uno nuevo que ocupaba el mejor sitio a la hora de beber
del manantial. Sacrificado por las huestes que festejarían la retirada de los
invasores dos jornadas después, la sobreviviente preferiría no reclamar el
trono vacante y se contentaría con perder un poco de su lana en lugar de
terminar dándole más fuerza al fuego cabeza abajo. Sin la cabeza por supuesto.
Regresando al momento en que cruzó al velocista pronto este se perdió a lo
lejos, divisando las murallas de la ciudad a la que pretendía anunciar la dicha
de esa victoria, con los contrarios huyendo despavoridos después de tanta
resistencia de aquellos que les mostraron los dientes. Acto seguido partieron
cráneos, destrozaron escudos y quemaron esos barcos que desguarnecidos se
asoleaban en la playa desierta con la creencia tonta de estar seguros en un
territorio que no era el propio, pensando en las ventajas de tener enemigos tan
burocráticos a la hora de tomar decisiones cuando un gesto del soberano era
suficiente para decapitar a un tonto irritante. Sin embargo ya se habían
llevado más de una sorpresa en su intento de conquista, así que pronto quitaron
de sus gruesos tomos de historia la idea de que aquellos bárbaros eran unos
torpes sin ninguna clase de facultad que implicara un trato diferente al de sus
animales de carga. El retorno de las legiones diezmadas daba cuenta de ello, al
rey de todo no lo quedó más que dedicarse a ser el soberano de su civilización
dejando de lado a las bestias que seguían con sus costumbres paganas venerando
a tormentas, océanos y estaciones con formas de deidades humanizadas. Despejado
el escenario únicamente quedaba la encarnación de Mercurio llegando sin aliento
a la enorme puerta, los guardias por lo visto estaban en otra dado que se
acercó a toda prisa para que absolutamente nadie reparara en él hasta poder
darle el golpe a la placa de madera que resonó duplicada por el eco de ese
paraje haciendo que de a poco los ciudadanos se asomaran mirando al desgarbado
intruso.
—¡Nike, Nike!
—Está mal pronunciado le respondieron desde lo alto y le dieron la espalda, cayendo muerto justo a las puertas de su hogar.
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